Cuando participaron de la Cumbre sobre Demencia a fines del año pasado, los integrantes del Grupo de los Ocho fijaron, entre otros objetivos, la creación de un Consejo Mundial de Demencia responsable de estimular la innovación, el desarrollo, la comercialización de drogas y tratamientos capaces de mejorar la calidad de vida de las personas con Alzheimer y otras enfermedades neurodegenerativas. Según la presentación oficial, este comité cumplirá con su misión “asesorando de manera independiente y ejerciendo liderazgo”. Más adelante, el texto precisa que “la mirada expresada por este Consejo será independiente de todo gobierno y no representará a ninguna política gubernamental”.
Esta otra página institucional presenta al enviado -o principal vocero- del World Dementia Council que, un poco a contramano de la declaración de independencia, fue elegido por el primer ministro David Cameron. Eso sí… La modalidad de contratación es ad honorem; por lo tanto nadie podrá acusar a este embajador sui generis (tampoco a sus co-equipers) de responder a la Corona británica ni a los demás Estados que integran el G8.
El hombre designado es el también británico Dennis Gillings, socio fundador de Quintiles, multinacional que hace décadas asesora a grandes corporaciones farmacéuticas. El G8 le encomendó dos grandes tareas: la primera, trabajar con los demás integrantes del Consejo y otros “expertos internacionales” para alentar iniciativas privadas y filantrópicas que aumenten la cantidad de fondos invertidos en investigación contra la demencia. La segunda, “trabajar con los gobiernos y las partes interesadas para combatir los obstáculos económicos, normativos, sociales que dificultan la implementación de prácticas innovadoras en materia de prevención, tratamiento y atención”.
En palabras más sencillas, Gillings debe recaudar más dinero en busca de mayor financiación y, en defensa de la capacidad de innovación, debe encontrar la manera de distender las leyes que regulan (limitan) la actividad de la industria farmacéutica. No se trata entonces de que el Consejo Mundial de Demencia resista toda influencia gubernamental, sino de que ejerza presión sobre los Estados para que éstos accedan a flexibilizar los marcos jurídicos nacionales que reglamentan -de manera limitada, pero reglamentan al fin- los grandes negocios de los laboratorios.
Los miembros del World Dementia Council se reunieron por primera vez el 30 de abril de este año. En aquella oportunidad, Gillins advirtió públicamente que “la demencia es una bomba de tiempo” y que “no podemos darnos el lujo de no hacer nada cuando se calcula que la atención a enfermos tendrá un costo global de tres mil millones de dólares en 2030″.
Un mes más tarde el Consejo publicó esta declaración de principios que retoma la idea de una bomba de tiempo y que desarrolla la advertencia de Gillings en su primera exposición.
“Creemos que la investigación no progresa lo suficientemente rápido. El desarrollo de fármacos convencionales ha conseguido avances limitados. Nuestra comprensión de la demencia y nuestras herramientas de diagnóstico siguen en pañales. Muchos ensayos clínicos han fracasado, a menudo en las últimas etapas de prueba, con lo cual inversionistas y la industria farmacéutica en general trabajan a pérdida. La ciencia abandona demasiados experimentos por falta de apoyo financiero. Creemos que la proporción actual entre riesgo y recompensa dista de ser atractiva para quienes invierten en la investigación sobre demencia. Los plazos de entrega son largos y las probabilidades de fracaso son muy elevadas. Tenemos que cambiar esta ecuación“.
A través de este manifiesto, el Consejo volvió a la carga con la necesidad de “armonizar la vía de reglamentación y de encontrar otras maneras de hacerla más flexible y eficiente, con miras a acelerar el desarrollo farmacológico”. Para terminar, prometió: “Seremos abiertos y transparentes a la hora de informar sobre nuestro trabajo (…); montaremos una plataforma digital para facilitar nuestra comunicación (…); en las próximas semanas acordaremos un programa de trabajo para los próximos doce meses que publicaremos con el fin de que las personas interesadas lo comenten y discutan”.
El enviado se pronunció nuevamente el 19 de junio, no para anunciar el link a la plataforma digital ni el programa de trabajo anual, sino para insistir en que la investigación sobre demencia es “dolorosamente lenta” y que “debe ser más atractiva para que los laboratorios quieran invertir e innovar”. Por si cupiera alguna duda concluyó: “Así como el mundo se unió para combatir el sida, ahora tenemos que unirnos para liberar regulaciones. De esta manera podremos probar drogas nuevas y evaluar si conviene extender el período establecido para la explotación de la exclusividad comercial. Sin este cambio radical, no progresaremos en nuestra lucha”.
En agosto de 2013, seis meses antes de la designación en boca de Cameron, la famosa revista Forbes reveló (aquí) que Gillings estaba a punto de convertirse en billonario gracias al exitoso desempeño de su multinacional Quintiles. “Donó cincuenta millones de dólares a la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Carolina del Norte y es dueño de un aeroplano que utiliza sólo a veces” cuenta el periodista Matthew Herper para dar una idea del poder adquisitivo de la ahora cara visible del Consejo Mundial de Demencia.
Semanas atrás, el sitio Financial News anunció (en esta publicación) la salida al ruedo de GHO Capital Partners, compañía con sede en Londres que busca comprar acciones y empresas en el sector de la salud, sobre todo “en las ramas más complejas como la farmacéutica y la de tecnología médica”. Oh, sorpresa… Gillings es “director no ejecutivo” del flamante emprendimiento.
Por lo visto, el World Dementia Council mide y proclama su independencia en función de su postura -neutra, aséptica, cautelosa- con respecto a los gobiernos. No dice mucho, en cambio, sobre su relación ¿de dependencia, al servicio de? los intereses corporativos de quienes lo integran, empezando por su embajador o enviado.
María Bertoni
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