Ángel
Alina, desde pequeña, se encontraba con su vecina Pilar en el portal de su casa cuando regresaba de la escuela.
La Sra. Pilar salía a su paseo de la tarde. La Sra. Pilar era una anciana muy agradable y cariñosa. Alina la consideraba su abuela.
De un tiempo para acá, Alina observo que su comportamiento había cambiado. Había perdido la alegría. Repetía las cosas mucho. Se mostraba enfadada con todo el mundo.
Los vecinos empezaron, a comentar que se estaba convirtiendo en una vieja gruñona y amargada. La niña no les toleraba esos comentarios y se enfadaba con ellos porque no se daban cuenta que algo serio estaba pasando con su abuela.
La niña no comprendía que solo ella se percatase de que algo estaba pasando con su abuela. Un día al regresar del colegio, la pequeña echo de menos a su abuela, no la vio salir a su paseo de la tarde. Alina se preocupó por si la hubiera pasado algo o estuviera enferma.
Realizo sus tareas del colegio y merendó. La niña de dijo a su madre que iba a ver a la abuela pilar
- “Hija estará dando su paseo de cada tarde.”
- “Mamá no te has dado cuenta que no la hemos visto al llegar!” Respondió
sorprendida. - “Alina… habrá salido antes porque tendría algo que hacer.”
A la pequeña no le convenció la respuesta de su madre. Y siguió insistiendo.
- “Mama ella sale todos los días a la misma hora para verme. Voy a ver si está.” Respondió rotundamente a su madre.
Alina se fue a ver a su abuela, llamo a la puerta varias veces, pero no obtuvo contestación, se marchó a casa con el sentimiento de que algo estaba pasando.
Los días pasaban y no había rastro de su abuela, la preocupación de la niña crecía con los días y no dejaba de insistir que algo estaba sucediendo. No era normal no haber visto en toda la semana a su abuela.
Llego el fin de semana, la pequeña ya no pudo más y fue a la casa de su vecina. Alina llamo a la puerta, no se oía nada dentro de la vivienda, pero esa vez no se iba a marchar. Insistió una y otra vez y no obtenía respuesta. Algunos vecinos salieron a la escalera y riñeron a la niña por el jaleo que estaba armando, pero eésta los ignoró. Siguió llamando a la puerta y llamándola “abuela, abuela.”
La desesperación invadía el sentir de la niña, de sus ojos empezaron a manar dos ríos de lágrimas. Alina hizo un momento de silencio para recomponerse y volver a llamar a su abuela, en ese silencio la niña oyó una voz que susurraba.
- “Ya voy hija, ya voy.”
La pequeña ya no pudo contener las lágrimas, que ahora eran de alegría, lo había conseguido.
Cuando la anciana abrió la puerta, Alina se abalanzo sobre sus brazos y se comía a la anciana a besos. Cuando Alina miro al interior de la casa se quedó sorprendida, pero aun más al ver el estado de su abuela.
Ya no quedaba nada de aquella anciana adorable que ella quería tanto, pero se volvió a echar en sus brazos, para que la Sra. Pilar sintiera que ella la seguía queriendo.
La anciana hizo entrar a la niña en la casa, ésta estaba peor de lo que se apreciaba desde la puerta. Alina actuó como si no ocurriera nada y empezó a hablar de todo lo que le había pasado esa semana en el colegio ya que no se lo había podido contar.
El aspecto de la anciana era lamentable, se notaba que llevaba días sin asearse, Alina le propuso que se arreglase para ir a dar un paseo como hacia todas las mañanas, que ella la acompañaría. La anciana se mostró reacia, pero la cara de ilusión de la niña podía más que su miedo a salir. Con la ayuda de la niña, la anciana se arregló su aspecto y volvió a ser el de la adorable anciana que la pequeña adoraba.
La anciana se quedó contemplando a la pequeña, que tantas veces había tenido en sus brazos y descubrió la mujercita en que se había convertido. No quería dejarla de mirar, quería grabar esa imagen en su memoria y retenerla, mientras de sus ojos, tristes perdidos en el horizonte, manaban lágrimas de amor.
Los meses pasaban y la memoria de Pilar iba quedando en el olvido, al principio los videos grabados por la pequeña la ayudaban a recodar días alegres y felices para Pilar. La anciana era feliz porque había encontrado la familia que siempre deseó, aunque en ocasiones no lo recordara. Llegó el día en que su sonrisa y su mirada desapareció. Solo la voz de Alina era la que le hacía reaccionar, aunque solo fuera por un instante.
Mi ángel susurraba la anciana casi sin voz.
Una noche de primavera la anciana se durmió y a su memoria le vinieron todos los momentos vividos, con aquel ángel que el destino puso en su camino.
Susurró mi ángel y una sonrisa ilumino su cara.
A la mañana siguiente Alina fue a darle los buenos días como siempre, al acercase a la anciana vio su sonrisa y de inmediato supo lo que sucedía, su abuela se había ido y la había regalado su última sonrisa.
María Muñoz © / 2022
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