Sinfonía Epidemia Silenciosa
El compositor Andrés Valero Castells escribió hace años una sinfonía titulada “Epidemia silenciosa”. En julio del 2006, el propio autor, expresaba así todo su sentir, el porque de este trabajo musical y su relación con la enfermedad.
[Tweet «Nunca he llorado de forma tan desesperada como cuando me di cuenta del alcance de la situación»]
Andrés Valero Castells encajó como un «golpe tremendo» el diagnóstico de Alzheimer de su madre. No sólo por saber que se enfrentaba a esta enfermedad, sino por «la impotencia y la rabia de que no había nada que hacer«. Esto fue hace 11 años, cuando Amparo tenía 49 y Andrés, 22. Ahora, casado y con dos hijos, este compositor ha convertido aquellas lágrimas en notas. Mientras su madre se encuentra en estado vegetativo «soportando una fase terminal que parece no acabar nunca«, Valero Castell presentó el viernes en el Palau de la Música de Valencia su tercera sinfonía, Epidemia silenciosa, una composición de media hora de duración dedicada a la enfermedad de Alzheimer que le encargó la «Jove Orquestra» de la Generalitat valenciana.
Su caso es, en esencia, el mismo que el de las aproximadamente 600.000 personas con Alzheimer en España, a los que algunos estudios suman otros 200.000 sin diagnosticar. El padre del músico, transportista, tuvo que abandonar su trabajo para dedicarse íntegramente al cuidado de su mujer, quien cada vez se parecía menos a la persona que fue. La enfermedad ha ido quemando etapas inexorablemente en un proceso que puede durar más de 15 años. Pérdida de memoria, de fluidez en el lenguaje, desorientación, periodos de ansiedad, agresividad, depresión, hasta que el paciente es incapaz de reconocerse, de alimentarse y de controlar sus esfínteres. Mientras tanto, la vida familiar da un vuelco y su cuidador, generalmente su pareja o hijos, reduce su vida a una única actividad: cuidar las 24 horas del paciente. «Se trata de una cuestión vital que te agobia, te asfixia, sobre la que reflexionas constantemente, que tienes en casa todos los días«, afirma Andrés Valero.
La idea de componer algo relacionado con todo ello no brotó de inmediato. «Al principio la impotencia me paralizaba«, recuerda. Tampoco tiene una fecha determinada. Fue surgiendo. «Reflexioné mucho sobre la vida, la muerte, la capacidad humana de pensar, reflexionar, los lazos familiares entre una madre y su hijo…». Incluso sobre la eutanasia. «Yo heredé de mi madre la capacidad de lucha, pero aquí no hay donde agarrarse«, asegura. «Desde mi punto de vista, la muerte controlada sería un gran favor«.
Poco a poco, Valero encontró fuerzas. «La forma con la que mejor me expreso son los sonidos, por eso me decidí a escribir, porque la pasión de mi madre eran sus hijos y la música; siento que se lo debo y se lo merece«. La idea ya estaba lo suficientemente madura cuando llegó el encargo para la «Jove Orquestra», de la que es compositor residente, y cuando propuso el tema no hubo problema. «Escribir esta obra no ha hecho nada contra la amarga mezcla de resignación y rabia que va por dentro, pero me ha permitido revivir intensamente innumerables buenos momentos«, afirma.
La sinfonía está dividida en cuatro movimientos. El primero, el más desgarrado, plantea la cuestión. Es la parte más dura y más disonante, quizá la más compleja, pese a que la obra es «muy asequible«, según el autor. La segunda está planteada como una visita al cerebro humano en la que se representan con armonía las conexiones neuronales en normal funcionamiento y los efectos que tienen las placas amiloides y los ovillos que desencadenan la enfermedad. La tercera parte es la más amable: «Un emocionado recuerdo de cómo eran las cosas«.
Incluye las melodías que su madre apreciaba más, como el adagio de Benedetto Marcello y el primer tema de las Csárdás de Vincenzo Monti. La memoria lejana es la última que se pierde, y Valero está seguro de que en ese último reducto, las últimas notas que sonaron en el cerebro de su madre fueron las de estas dos piezas. «Las he tratado de forma superpuesta y sonadas con un oboe, una trompeta, un fiscorno y un piano«, los instrumentos que tocan sus hijos, su marido y el que tocaba su padre. El tramo final es una referencia a la muerte. La obra está dedicada a su madre, pero también a sus cuidadores, a quienes rinde homenaje por sus esfuerzos y su dedicación. Como su padre. «Hace varios años que ya no sufro por mi madre, sino por él«, asegura el compositor» (El Pais, edición digital del 31 de julio de 2006).
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