Un polémico libro recientemente publicado en Francia dice que sì. Su tesis es que hay quienes sacan provecho de mantener en secreto los factores de riesgo de las enfermedades neurodegenerativas.
¿Por què aumenta tanto el número de personas que sufren estas patologías? ¿Por què afectan a individuos cada vez más jóvenes? Esas son las preguntas que la obra busca responder.
Amenaza a nuestras neuronas: Alzheimer, Parkinson, y los que sacan provecho, es el atrapante título de este libro publicado recientemente en Francia, al que la revista Marianne2 dedica un artículo.
Se trata de la investigación de dos periodistas, Marie Grosman, especialista en salud pública, y Roger Lenglet, filòsofo. El libro asegura que muchos posibles factores de riesgo de estas enfermedades son ocultados por razones políticas y por presión lobbista.
Los autores dicen haber recibido una advertencia del Ministerio de ecología francés: «No alarmen a la población. Sobre todo, no creen pánico, ¡sería mucho más catastrófico! Somos perfectamente conscientes del problema».
Pero tanto Grosman como Lenglet se rebelaron contra esta consigna de no hacer ni decir nada. Actualmente, entre 800 mil y 1 millón de franceses padecen la enfermedad de alzheimer, y cada año se suman 225 mil nuevos casos. En Europa, ya son 6 millones, y de aquí al 2050, se prevé que sean 16 millones. Un número escalofriante.
Pero quizá la principal alarma provenga del hecho de que el alzheimer afecta cada vez con mayor frecuencia a personas más jóvenes, lo que contradice la creencia de que esta enfermedad viene con la edad. Algunos pacientes tienen menos de 60 años y hasta hay casos de personas de 30.
según estos autores, «la edad es una condición de la enfermedad, pero no la causa». «La enfermedad se produce frecuentemente al final de la vida porque es el tiempo necesario para la acumulación de sustancias tóxicas en el cerebro», explican.
Con seguridad la tesis más polémica de Grosman y Lenglet es que «se sabe desde hace decenios cuáles son las verdaderas causas de la enfermedad de alzheimer y de Parkinson».
¿Por què no se les pone fin entonces? ¿Quién tiene interés en acallar esto y evitar la prevenciòn? El libro responde a estos temas basándose en estudios publicados en revistas especializadas como Lancet, que sólo publica artículos luego de su aprobación por un comité científico.
Para los autores son los lobbies industriales los que apuntan al inmovilismo de las autoridades públicas del área sanitaria en materia de prohibición del uso de materiales de los que se conoce el daño neuronal que causan. Mercurio, aluminio, pesticidas y otros productos por el estilo que persisten y se acumulan en el ambiente y también en el cerebro serían los responsables de esta verdadera epidemia de enfermedades neurodegenerativas. también los campos electromagnéticos están en la mira.
Y esto es cierto no sólo para el Alzheimer y el Parkinson, también vale para el autismo o la hiperactividad en el niño, por ejemplo. Las madres transmiten a sus hijos los factores de riesgo a través de la placenta y del amamantamiento, porque también ellas han estado expuestas a los neurotòxicos.
Para Grosman y Lenglet, la información sería esencial. Pero, dicen, los investigadores científicos publican en medios especializados que no llegan al gran público.
En su libro, apuntan a los conflictos de intereses que rigen la toma de decisiones por parte de la Alta Autoridad de Salud de Francia (HAS, por sus siglas en francés) en lo que concierne a la prescripción de medicamentos contra el alzheimer. Denuncian que «relaciones incestuosas» entre organismos de salud pública y empresas privadas han permitido que el Estado reembolse a los pacientes la compra de medicamentos cuya inutilidad -cuando no peligrosidad- ha sido reiteradamente denunciada por asociaciones médicas.
también señalan que, en vez de destinar los fondos públicos a un amplio programa de información y prevención, que permitiría a la población disminuir su exposición a los principales factores de riesgo, se financia la investigación privada de esos mismos laboratorios farmacéuticos que lucran prescribiendo remedios de eficacia no demostrada.
Los autores creen, sin embargo, que hay esperanza porque existen formas de reducir la exposición a los neurotòxicos y porque están convencidos de que en un futuro próximo habrá demandas colectivas (class actions) de las víctimas de esta contaminación que, finalmente, harán que se ponga el foco de la atención publica en este drama.
En concreto, Grosman y Lenglet denuncian la mercantilización de las enfermedades del cerebro y la parálisis de la prevención. Pese a los conocimientos que ya se tienen sobre esto, se permite, por afán de lucro, que la gente siga expuesta a los neurotòxicos desde la más temprana edad.
Diariode3.com
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