La farsa de la «medicina complementaria»
Una pareja italiana dedicada al curanderismo por vía de la homeopatía y lo que el padre llamaba pomposamente «medicina homeosinergética» ha dejado morir a su hijo de cuatro años sin llevarlo a médicos reales por su creencia firme en que la medicina basada en evidencias, la medicina real, es no sólo inútil, sino peligrosa, y trataron los males de su hijo con homeopatía e infusiones de hinojo.
La pareja ha sido llevada a los tribunales como lo relatan El Mundo y (en italiano) La Reppublica. El caso es una réplica del de la niña Gloria Thomas Sam, muerta por una septicemia a causa de un eczema mal atendido por sus padres, él también homeópata, que se negaron a atenderla con la medicina que les enseñaron a odiar. Ambos niños llegaron a la atención de médicos legítimos cuando ya era demasiado tarde. No es la primera vez que ocurren tragedias así.
No será la última mientras las autoridades, gobiernos, jueces y legisladores sigan cayendo en las trampas retóricas de quienes, como sinceros creyentes fanatizados e irracionales o como desvergonzados comerciantes sin escrúpulos, siguen intentando legitimarse sin someterse al escrutinio que las sociedades debemos imponer a cualquiera que trate con nuestra salud.
Las pseudomedicinas y pseudoterapias se han visto enfrentadas en los últimos años a crecientes impugnaciones por parte de la ciencia y el pensamiento racional respecto de su patente inutilidad. Inutilidad que se refleja en el hecho de que cada vez más estudios rigurosos, con protocolos científicamente aceptables, con las exigencias que como sociedad le imponemos a los alimentos y medicamentos legítimos que se ponen en el mercado, demuestran que su efectividad no es superior al placebo (y no, «placebo» no significa «curarse con la mente», significa «sentirse mejor unos días sin que la enfermedad desaparezca para luego volver a sentirnos como al principio»).
Más aún, los estudios y la comunicación más fluida a nivel mundial gracias a Internet han permitido que se difundan los verdaderos riesgos de muchas de estas pseudoterapias: agujas de acupuntura en el cerebro y pulmones de las víctimas; paraplejias y cuadriplejias por manipulaciones quiroprácticas que rompen cuellos; alergias y sobredosis y efectos secundarios que pueden ser gravísimos de muchísimos productos herbolarios.
Muchos dirán que la medicina de verdad también tiene practicantes irresponsables que causan muertes. Pero a) la medicina de verdad cura, b) hay una prolongada y dura enseñanza de la medicina que busca lograr que sus practicantes actúen correctamente, con protocolos claramente establecidos y con una ética bien definida y supervisada por agrupaciones y autoridades y la sociedad en general, y c) existe una legislación que protege a los ciudadanos de la mala praxis y de los errores médicos. Nada de eso, nada, es cierto en el mundo de las terapias falsas y la medicina fingida.
Ante estos hechos, los practicantes de la medicina simulada han dejado a un lado su pretensión de ser «alternativa» a la medicina real y «una opción mejor, más sana y más natural» para asumir un adjetivo más simpático y comercializable: «medicina complementaria».
Esto lo hacen en público, en sus organizaciones y grupos de presión política, en sus desplantes mediáticos y en su propaganda para el público en general, claro. Una vez dentro del consultorio, o en las páginas Web y revistas de la medicina fingida, en sus saraos y congresos, en sus canales de vídeo, en las redes sociales, la careta se cae. Se ofrecen curas extravagantes para el cáncer (como ya contábamos aquí, según estos personajes disociados de la realidad todo cura el cáncer menos la medicina, aunque a la hora de los datos la única que está curando el cáncer es, precisamente, la medicina real, la que se basa en datos y hechos, la que investiga y avanza día a día). Se ataca a la medicina basada en evidencias utilizando argumentos conspiraoicos que pretenden invocar el miedo entre el público desinformado para que NO utilice la medicina que tiene probabilidades de ayudarle y se entregue a prácticas que no han demostrado nada salvo que son un buen negocio para quienes las venden.
Ésa es la realidad tras la careta del inaplicable adjetivo «complementarias» que utilizan ahora las pseudoterapias para conseguir algo de respetabilidad, clientes y, de ser posible, parte de los dineros de las instituciones de seguridad social, sobre todo en Europa, donde la medicina pública precisamente está al límite de sus capacidades.
Por supuesto, prácticas «complementarias» a la medicina son la enfermería, las fisioterapias, las terapias del habla, la ortopedia, la ingeniería robótica y muchas otras disciplinas tan basadas en la ciencia y los hechos como la medicina. Pero no es «complementario» lo que no es nada, lo que nunca ha demostrado ninguna, absolutamente ninguna capacidad terapéutica, basado en teorías descabelladas y supersticiones primitivas tan poco válidas como la idea de que los rayos caen porque los lanza Zeus.
Si la «complementariedad» no fuera una farsa mercadotécnica, los charlatanes que depredaron a Steve Jobs durante los nueve meses en los que rehuyó a la ciencia médica hasta perder las probabilidades de supervivencia originales le habrían dicho que se atendiera con la medicina basada en la realidad a la que hipócritamente dicen «complementar», lo habrían impulsado a la cirugía, la quimioterapia y la radioterapia que salvan miles y miles de vidas cada año y esto lo habrían «complementado» con sus agujas, frutas y potingues fantasiosos. Pero no lo hicieron.
Los padres de Gloria Thomas Sam y de Luca Monsellato tampoco creían estar haciendo «medicina complementaria», estaban haciendo una medicina «mejor», «alternativa», «100% eficaz», «sin efectos secundarios», «natural», «tradicional», «holística» y otros adjetivos imprecisos o falsos que se le atribuyen irresponsablemente a estas prácticas. Y por su creencia pagaron sus hijos, trágicamente.
Cuando escuche usted hablar de «terapias complementarias», «medicina complementaria» y otras frases que son lugares comunes en el argumentario del alternativismo primitivista y anticientífico, no piense en protocolos experimentales, en estudios rigurosos, en debates filosóficos. Piense en Luca Monsellato, Gloria Thomas Sam y Steve Jobs.
MJS
El Retorno de los charlatanes
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