Despojada, con la sensación de haber sido robada, abrazando el vacío Así se siente una persona que atraviesa el dolor de un duelo, según la psicóloga Laura Yoffe, autora de un estudio que examina la ayuda de la religión y la espiritualidad para afrontar la muerte de alguien próximo.
Su investigación, cuyas conclusiones preliminares fueron presentadas en el «Encuentro Latinoamericano de Psicología Positiva» que organizó la Universidad de Palermo, recoge el testimonio de representantes de diversos credos y se suma a un estudio anterior, publicado en la revista Psicodebate , que recorrió las emociones desatadas por la muerte de una persona cercana y el trabajo psíquico del duelo.
La muerte casi siempre actúa como un terremoto, pero la vida sigue y no hay más alternativa que descubrirle un nuevo sentido y reconstruir el mundo quebrado. Más allá de las diferencias individuales, una muerte inaugura un itinerario con fases evolutivas, según comparten los investigadores que indagaron los procesos involucrados en un duelo.
El impacto inicial, que puede anestesiar o congelar interiormente, como forma de negar o anular la realidad de la muerte, desemboca en una reacción emocional de rabia y desesperación, que incluye la esperanza imaginaria del regreso de la persona perdida.
«La búsqueda del ser querido se torna frustrante y crece la convicción de que no podrá ser encontrado en la realidad externa, sino sólo en el interior de uno mismo, en aquellas representaciones construidas en el vínculo que los unía», comenta Yoffe.
Entonces, puede ayudar la pregunta «¿qué me dejó esta persona?» para recuperar los valores positivos que dejó como herencia.
En palabras del sacerdote jesuita Ignacio Pérez del Viso, quienes han sufrido una pérdida no deben centrarse en una actitud de resignación, sino que deben retomar los valores positivos por los cuales la persona fallecida luchó.
Como situación límite, la muerte siempre confronta con el misterio de la condición humana, y no son pocas las personas que recurren a la religión y la espiritualidad como medio de búsqueda de un sentido de trascendencia.
«Todas las religiones han elaborado respuestas para los momentos críticos de la vida. Y existen rituales, prácticas individuales o colectivas -que, según el credo, pueden consistir en una oración, una práctica de meditación, la lectura de un texto considerado sagrado- que promueven estados afectivos de esperanza, perdón, afianzamiento de la autoestima, paz, bienestar, amor y compasión», comenta Yoffe.
«Las prácticas de meditación y contemplación sirven para disminuir el sufrimiento y alcanzar estados de mayor calma mental, placer y felicidad», según plantea el Dalai Lama, líder espiritual del budismo tibetano.
La expresión de las emociones también ayuda a una progresiva disminución del dolor; reprimirlas dificulta la reorganización emocional, así como el permanecer rumiando el sufrimiento.
«Si una persona se queda sola en su casa, llorando deprimida, no se da la oportunidad de superar el dolor. La melancolía no da salidas, no permite abrir nuevas puertas, hacer cambios y construir nuevos proyectos personales. Por eso es importante encarar una búsqueda activa de recursos que permitan la sanación interior, en lugar de quedar atrapado en el dolor», alerta la investigadora.
Y destaca el planteo del rabino Adrián Herbst, ex decano del Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall Meyer, quien propone acciones para transformar el dolor en amor.
Por Tesy De Biase
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