A esta altura nadie ignora que el mal de Alzheimer enferma la memoria de quienes lo padecen. Por lo pronto, los medios de comunicación masiva han conseguido difundir la metáfora del proceso degenerativo que apolilla o agujerea el tejido cerebral. El avance de esta suerte de olvido patológico es paulatino: empieza deshaciendo los recuerdos más recientes para luego ensañarse con los más antiguos, incluso los que estructuran la personalidad.
De a poco, la prensa especializada en divulgación científica también ha contribuido a que la opinión pública re/conozca otro gran síntoma de la enfermedad: los cambios de conducta. Esta alteración del comportamiento suele manifestarse antes que el olvido sistemático, y contribuye al fenómeno de despersonalización (en mayor o menor medida, con el tiempo los individuos con Alzheimer dejan de ser ellos mismos).
Quizás el próximo paso consista en difundir un tercer fenómeno ligado a la enfermedad: las alucinaciones. Dicho sea de paso, los interesados en el tema harán bien en consultar la información disponible en los sitios de Alzheimer’s Association (aquí) y de Alzheimer’s Society (aquí).
Reticente a las generalizaciones, prefiero escribir sobre la experiencia personal con mi padre, cuyas primeras alucinaciones (visuales y auditivas) aparecieron en la etapa intermedia de la enfermedad. Rara vez eran proyecciones placenteras como la sugerida en el dibujo que ilustra este post.
En general, Don Luis parecía enfrentar sombras y rostros que querían hacerle daño. En ocasiones alzaba sus manos para protegerse e incluso para golpear. En el mejor de los casos, creía reencontrarse con gente querida: sus padres, sus hermanas, amigos de la infancia… A veces daba la sensación de estar conversando con estas compañías inesperadas.
Los médicos a cargo tardaron en dar con la dosis farmacológica capaz de disminuir la frecuencia y virulencia de las alucinaciones. En un extremo, las drogas recetadas las potenciaban. En el otro, convertían a mi padre en una especie de vegetal.
Este tercer fenómeno asociado al Alzheimer impresiona más que la pérdida de memoria en sí. Como el olvido patológico es progresivo, los familiares podemos acostumbrarnos mal que mal. Las alucinaciones, en cambio, irrumpen de manera abrupta y descolocan a los sanos, primero porque apenas podemos imaginarlas o intentar adivinarlas, segundo porque las consideramos síntoma inequívoco de locura (y pocas cosas asustan y angustian tanto como una expresión tan elocuente -y aparentemente irreversible- de insania mental).
Jaime Alberto Casas Barraza dice
Leer toda esta información y poder compartirla con mis hermanos, merma un poco la angustia pero me fortalece, pues se que con el tiempo todo esto aumentará y no resultará aterrador. Gracias por compartir, por dar un poco de amor a distancia. Jaime Alberto Casas