Hoy inauguramos una nueva sección. Es complementaria a «Reflexiones«, a «Escritos Personales» y por supuesto a «Hablando Claro«, sección -esta última- de queja abierta, de reivindicaciones formales y particulares, con nombre propio también.
Pero centrémonos en este excelente artículo de Alejandro Córdoba publicado en aragonliberal.es
Quién cuida al cuidador
La experiencia de cuidadores de enfermos con Alzheimer, o de simple demencia senil, dicen que no duele tanto el tener que limpiar o dar de comer al enfermo como el sentir que éste dimita de su propia persona. Que pase a convertirse en un ser sin pasado y con un horizonte de futuro en el que va a ir a peor.
En las primeras fases de la enfermedad se alteran las actividades más elementales de la vida diaria: guardar las cosas y encontrarlas cuando se necesitan, hacer las tareas de la casa, usar el teléfono o responsabilizarse de la medicación.
En muchos casos el primer cuidador es la pareja, que ya está también entrada en años, y que le cuesta comprender que esa persona, con la que ha convivido durante varias décadas, se comporte de esa manera.
Cuesta entender ese proceso y cuesta aceptarlo. Lo digo desde mi experiencia, y como reconocimiento y homenaje al dolor y la angustia con que lo vivió mi madre, en su rol de cuidadora de mi padre.
Las circunstancias son difíciles. El cuidado puede parecer muy frustrante y es un gran desafío no llegar a caer víctima del síndrome del quemado. Incluso aun cuando el amor entre cuidador y cuidado no se haya extinguido.
Admiro la grandeza y humanidad de las personas que trabajan con esos enfermos. Que en los momentos más difíciles saben estar al otro lado de la mesa y ponerse en la piel del afectado.
Mercè Boada, neuróloga especializada en los achaques degenerativos propios de la tercera edad, sostiene que la memoria contiene sensaciones muy heterogéneas. Que hay memoria en los besos, en las palabras dulces, en las caricias, en un rostro sonriente. Y que aun sin una conciencia cerebral de todos estos gestos, el enfermo los acusa e influyen en su frágil (que no inexistente) calidad de vida.
El hecho de que lo que antes importaba deje ahora de importar no significa que nada importe. Admiro la labor de los profesionales que ayudan a los cuidadores a entenderlo; a apuntalar la supervivencia y la calidad de vida de la persona cuidada; a asumir que vivir bien no es poder hacerlo todo, sino simplemente aquello que se pueda hacer bien y que gratifique.
Mi madre sobrevivió 6 años la muerte de mi padre. Pero sólo físicamente. Su ilusión, pasión y ganas de vivir se fueron con él. Se consumieron en el esfuerzo de cuidadora.
Desde la frustración de no haber sabido ayudarla la moraleja que quiero trasmitir es: ¡Hay que cuidar al cuidador!
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