La otra cara del Alzheimer Por Patricia Vargas
Tener un familiar con Alzheimer a nuestro cuidado es fuerte, verlo como irremediablemente se nos va sin que ni siquiera nos reconozca es peor. Ver como a medida que avanza la enfermedad se convierten en niños y se pierden en ese laberinto que es la mente, que hacen lo inimaginable, que se enojan. Todo eso es cierto y mucho más, pero nadie dijo que iba a ser fácil. Sin embargo, el proceso no tiene que ser doloroso si aprendemos a reír con ellos y de ellos. Agradecer que todavía está entre nosotros en vez de lamentarnos. Mi madre, paciente de Alzheimer, es el centro de atención en mi casa, es la persona que más nos hace reír. No tratamos de entenderla sólo la interpretamos.
La dejamos que se vista aunque se ponga los panties encima de las pijamas, que lave los platos, sin usar jabón, y que esconda todo en su cuarto comida congelada y las galletas y chocolates que le roba al nieto y “roomate” (ellos viven en la casa de abajo). Pero no todo es permisible, cuando le da un arranque o hace lo que no debe, Gianfranco de 20 años, le llama la atención. Creo que se está vengando por todos los regaños que ella le daba de niño. El enojo dura poco porque la abuela responde con una risa sarcástica de no me importa, y al final los dos terminan a carcajadas.
No se imaginan todas la veces que mi hijo me llama para decirme “¿mami tu sabes lo que hizo Lola hoy?”. Todo es un acontecimiento para él y sus amigos que comparten sus historias. Fue cantante, pero sólo se acuerda del estribillo de una canción romántica que no reconozco. Lleva la música por dentro y lo demuestra moviendo los hombros con sabe Dios lo que escucha en su mente. También fue bailarina, así que baila hasta en la tiendas con la música de fondo. En lo que doy la vuelta ya ella está haciendo su coreografía mientras la gente la observa riendo. Sus habilidades histriónicas le han servido en esta etapa para disimular su falta de recuerdos, y a todo el que la saluda, le contesta “muchacha hace tiempo que no te veo, te ves muy bien”.
Los domingos, las pocas amigas que le quedan se la llevan de paseo, entre estas Cary Oliver y su querida Mima, y cuando van a dejarla en casa, le dice “síguelo”. Es que a ella le gusta la gasolina. Aunque mi hijo y yo no contamos con la ayuda de la familia, siempre hay amigos caídos del cielo, como Lucy la vecina, que se queda con ella para que podamos viajar juntos. Ella no tiene más achaques que los comunes en una mujer de 75 años. La Lola nos mostró la otra cara del Alzheimer: la de la alegría, la de la inocencia, la de la desfachatez. Nos enseñó a aceptar a la persona que es hoy en vez de añorar la que una vez fue… si después de todo ella ya lo olvidó.
Patricia Vargas | Perfil
14 de marzo de 2012
www.elnuevodia.com
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