Robert Whitaker y los efectos nocivos del consumo abusivo de los psicofármacos
Whitaker establece que tanto los antidepresivos como la mayoría de los fármacos psicoactivos no son sólo ineficaces, sino perjudiciales. Whitaker da cuenta de las alteraciones, a nivel cerebral, que puede suponer el consumo continuado de psicofármacos, tal y como han puesto en evidencia diferentes estudios científicos y tal y como ha sido reconocido por parte de algunos responsables de prestigiosas agencias de salud. Además, advierte de los peligros que adquiere la escalada de consumo de psicofármacos en la que se ve inmersa la mayor parte de los pacientes. Una espiral de consumo de la que es extremadamente difícil volver a salir. Su análisis parte de la observación de que la progresión natural de la enfermedad mental ha manifestado un cambio en las últimas décadas. Mientras que hace unos años la esquizofrenia o los trastornos depresivos se caracterizaban por ser episodios autolimitados o episódicos, con una duración típica no mayor a seis meses y con largos periodos de normalidad entre las crisis, ahora estas condiciones son consideradas habitualmente crónicas y una carga para toda la vida. Según manifiesta Whitaker, entre las causas que han motivado este cambio se encuentran los psicofármacos, ya que todos ellos, incluso los que alivian los síntomas a corto plazo, causan daños cerebrales a largo plazo, cuya duración se prolonga más en el tiempo que los daños que se hubieran derivado de la progresión natural de la enfermedad mental, sin intervención farmacológica.
Whitaker trae a colación las declaraciones de Steve Hyman, exdirector del National Institute of Mental Health (NIMH) de EE.UU. y hasta hace poco rector de la Universidad de Harvard, quien reconoció que el consumo de fármacos psicoactivos prolongado en el tiempo produce «alteraciones sustanciales y de larga duración en la función neuronal». Tal y como explica Whitaker, el consumo habitual de psicofármacos hace que el cerebro comience a funcionar de manera cualitativa y cuantitativamente distinta respecto a su estado normal. Tras varias semanas de consumo de fármacos psicoactivos, los esfuerzos del cerebro por compensar los cambios que éstos introducen a nivel neuronal comienzan a fallar y es entonces cuando se empiezan a manifestar los efectos secundarios asociados al medicamento, que son una señal de que el fármaco en cuestión está poniendo en marcha sus mecanismos de acción. De esta manera, por ejemplo, el consumo de antidepresivos inhibidores de recaptación de serotonina produce una concentración anormal y elevada del nivel de serotonina en el cerebro, que el organismo es incapaz de corregir si se prolonga su consumo en el tiempo, circunstancia que, a su vez, puede desembocar en episodios de manía.
Por su parte, los antipsicóticos causan efectos secundarios que se asemejan a la enfermedad de Parkinson, debido a que disminuyen los niveles de dopamina, cuya carencia también se observa en este tipo de enfermedad. Para Whitaker el problema no termina aquí, ya que una vez que el paciente comienza a presentar efectos secundarios derivados del consumo de psicofármacos, a menudo acude al médico en busca de un tratamiento para aliviar estos nuevos síntomas, de tal manera que la mayoría de los pacientes acaban consumiendo un cóctel de psicofármacos para un cóctel de diagnósticos. Así, un episodio de manía desencadenado tras el consumo prolongado de antidepresivos puede dar lugar a un nuevo diagnóstico de trastorno bipolar y a un nuevo programa de tratamiento que incluye fármacos estabilizadores del estado de ánimo, como el Depakote (divalproex sódico, un anticonvulsivo), junto con otro antipsicótico, lo que genera nuevos efectos secundarios. Y así sucesivamente.
Según Whitaker, este proceso en espiral hace que algunos pacientes puedan llegar incluso a tomar hasta seis psicofármacos distintos al día. Whitaker además advierte que este consumo abusivo de psicofármacos da lugar a una atrofia cerebral, tal y como ha quedado manifiesto en los estudios realizados por Nancy Andreasen, una prestigiosa neurocientífica y psiquiatra que ha sido galardonada por su línea de investigación en el análisis del funcionamiento neuronal de personas con trastorno mental a través de técnicas de neuroimagen. Según uno de los hallazgos del equipo de Andreasen, el consumo de psicofármacos está asociado a un «encogimiento» del cerebro y este efecto está directamente relacionado con la dosis y la duración del tratamiento farmacológico. En declaraciones al New York Times, Andreasen señaló que «el consumo de psicofármacos impide que la corteza prefrontal reciba la entrada de lo que necesita y empieza a experimentar apagones. Lo que se traduce en síntomas psicóticos. Esto también hace que la corteza prefrontal se atrofie lentamente».
Otra de las circunstancias que para Whitaker evidencia las consecuencias nocivas del consumo de psicofármacos se observa en la dificultad que entraña el proceso de retirada de este tipo de medicamentos. Bajar la dosis de un psicofármaco es un proceso sumamente delicado, según Whitaker, porque cuando se retira, los mecanismos de compensación que había desarrollado el cerebro durante su consumo, continúan manteniéndose a pesar de la desaparición del agente que los activó. Así Whitaker explica, por ejemplo, que cuando se realiza el proceso de retirada del antidepresivo Celexa (citalopram hidrobromuro), un inhibidor selectivo de recaptación de serotonina, los niveles de este neurotransmisor caen de forma precipitada ya que las neuronas presinápticas no están liberando las cantidades normales de serotonina y las neuronas postsinápticas no tienen suficientes receptores para ella. Del mismo modo, cuando un antipsicótico se suspende, se pueden disparar los niveles de dopamina. Los síntomas producidos por la retirada de psicofármacos se confunden a menudo con recaídas de la enfermedad original, lo que puede llevar a los psiquiatras a reanudar el tratamiento farmacológico, tal vez incluso con dosis aún más elevadas, advierte Whitaker, quién se siente indignado por lo que él considera un efecto iatrogénico, es decir, involuntario e introducido médicamente.
Whitaker define este proceso de consumo abusivo de psicofármacos como «la epidemia de la disfunción cerebral», epidemia que se ha expandido principalmente con la nueva generación de antipsicóticos «atípicos», tales como Zyprexa (olanzapina), causantes de graves efectos secundarios. A este respecto invita a la reflexión a sus lectores mediante el siguiente ejemplo:
La evidencia proporcionada por Whitaker para argumentar su planteamiento varía en calidad, debido a las dificultades inherentes que conlleva acceder a muestras reales de pacientes donde se puedan comparar los efectos de una progresión natural de un trastorno mental, esto es, sin que se haya administrado ningún tipo de tratamiento farmacológico durante un periodo de 50 años desde la aparición de los primeros síntomas. No obstante, según manifiesta Marcia Angell, las reflexiones que aporta este investigador, si bien no llegan a ser tan concluyentes como las de Irving Kirsch (gracias a su aplicación del método científico) «no dejan de ser sugerentes». Los críticos a este punto de vista podrían argumentar, comenta la periodista, que los efectos secundarios que provoca el consumo de psicofármacos «son el precio que debe pagarse para aliviar el sufrimiento causado por una enfermedad mental» (tal y como sugiere Nancy Andreasen implícitamente en su investigación sobre la pérdida de tejido cerebral debido al tratamiento antipsicótico a largo plazo).
Pero para Marcia Angell este argumento merece una reflexión: «si estuviéramos seguros de que los beneficios de los psicofármacos superan con creces los daños que provocan, este sería un potente argumento, ya que no hay duda de que muchas personas se encuentran afectadas gravemente por alguna enfermedad mental. Pero como Kirsch, Whitaker y Carlat argumentan de manera convincente, es probable que estas expectativas no se correspondan a la realidad (…) Al menos, tenemos que dejar de creer que los psicofármacos son el mejor y único tratamiento para la enfermedad mental y el sufrimiento psicológico. Tanto la psicoterapia como el ejercicio físico han demostrado ser tan eficaces como los psicofármacos para la depresión y sus efectos son más duraderos; sin embargo, por desgracia, no existe una industria para impulsar estas alternativas».
Fuente: http://www.infocoponline.es
Robert Whitaker es un periodista que se ha especializado en temas de medicina y ciencia. Sus artículos sobre psiquiatría y la industria farmacéutica han ganado un premio George Polk para Redacción Médica, y un premio de la Asociación Nacional de Escritores Científicos ‘para mejor artículo de revista. En 1998, él co-escribió «abusos en la investigación psiquiátrica» que fue finalista para el Premio Pulitzer. Es autor de cuatro libros. Su más reciente es Anatomía de una Epidemia: Magic Bullets, medicamentos psiquiátricos, y el asombroso ascenso de la enfermedad mental en los Estados Unidos .
Este es el tercer artículo del monográfico titulado «Destruyendo los mitos sobre los diagnósticos y los psicofármacos en salud mental», donde se revisa la obra de Irving Kirsch, Robert Whitaker y Daniel Carlat (más información aquí)
Salina dice
El consumo no tiene que ser ABUSIVO. Tomar estas píldoras precisamente según las instrucciones del médico hace daño a las neuronas y cause Alzheimers temprano. Yo, a la edad de cuarenta años, ya tengo mi capacidad de memoria tan decaída cómo mis abuelos y tíos cuando ellos tenían noventa años. A veces no puedo calentar un plato de comida en el microondas, o no puedo preparar una taza de té – lo que mis abuelos y tíos podían hacer sin ningún problema cuando tenían ochenta años.