¿Qué nos revela la neurociencia sobre Dios y sobre nuestra natural tendencia a lo trascendente?
¿Qué hace una monja carmelita de clausura arrodillada, con los ojos cerrados, enchufada a decenas de cables de un aparato de electroencefalografía? La pregunta parece legítima. La respuesta, en cambio, no es sencilla.
Efectivamente, numerosas monjas de clausura y monjes budistas fueron reclutadas a partir de los años ’90 en estudios neurocientíficos sobre la experiencia religiosa.
Hay que recordar que los años 1990-2000 fueron designados por el presidente de Estados Unidos “la década del cerebro”. Junto con el justificado entusiasmo por lograr en poco tiempo desentrañar todos los misterios relativos a nuestro órgano cerebral, la década 2000-2010 ha sido testigo del impresionante crecimiento experimentado por la investigación neurobiológica. Tal desarrollo y avance, de portada global, fruto de la interdisciplinariedad y de la cooperación entre distintos puntos de vista científicos, no se ha quedado en el laboratorio, sino que ha literalmente invadido nuestra cotidianidad.
Hoy en día la capacidad tecnológica de poder visualizar las zonas de nuestro cerebro que se activan en determinadas circunstancias ha producido un verdadero mar de estudios de diferentes resultados.
El desarrollo de las técnicas de neuroimagen, entre las cuales destaca la famosa fRMN o resonancia magnética funcional, no pudo ser confinado a la mera, pero importantísima, área clínica útil para el diagnóstico de enfermedades a nivel cerebral. Los estudios se multiplicaron de acuerdo a la fantasía y al genio de cada científico. Por eso, del querer comprender los fundamentos neurofisiológicos de actividades humanas como la memoria, el lenguaje, la visión, la personalidad, etcétera, se empezó a investigar, como bien afirmó José Manuel Giménez-Amaya, sobre “lo más característicamente humano del hombre”: su experiencia religiosa (¿Dios en el cerebro? La experiencia religiosa desde la neurociencia, revista Scripta Theologica, marzo 2010).
Puesto que en todos los ámbitos sociales el sufijo neuro ya ha tomando pie para promover, vender, convencer, en la esfera de una verdadera neuromania, se propuso y empezó a circular, codo a codo con palabras como neuroeconomía, neuropolítica y neurofilosofía, también el término neuroteología.
¿De qué se trata? Y sobre todo, ¿qué nos revela la neurociencia sobre Dios y sobre nuestra natural tendencia a lo trascendente?
En primer lugar cabe considerar brevemente algunos de los experimentos en este ámbito para poder juzgar las conclusiones e interpretaciones de algunos científicos contemporáneos.
El doctor Mario Beauregard del Departamiento de Psicología de la Universidad de Montreal en Canadá publicó en 2006, en el número 405 de Neuroscience Letters, un artículo sobre los correlatos neuronales de la experiencia religiosa. Los experimentos descritos implicaban monjas carmelitas de clausura, perfectamente sanas, a las cuales se había pedido recordar sus experiencias de unión con Dios en la oración. Durante esta reminiscencia, los científicos iban registrando las actividades cerebrales de las hermanas a través del empleo de la fRMN y de electroencefalografía. Dos años después, en 2008, el mismo científico publicó en la misma revista una contribución que resumía los datos de electroencefalografía durante la experiencia mística.
Las conclusiones de estos estudios, como de otros numerosos que aquí no es posible describir en detalle, llegaron a afirmar que durante la experiencia religiosa numerosas regiones cerebrales se activan, especialmente a nivel de la corteza. Esto implica unas redes neuronales complejas, cognitivamente estructuradas, con activación relevante en comparación a un estándar (monjas que no estaban orando) de la famosa AAA (Attention Association Area), zona cerebral asociada a la concentración. Los cientificos evidenciaron también la reducción de activación de la OAA (Orientation Association Area) o zona de la asociación y de la orientación espacial. Ya en 2004 Olaf Blanke del Departamento de Neurología de Ginebra (Suiza), había publicado en la revista Brain un interesante trabajo sobre la implicación de esta zona y las experiencias extracorpóreas o out-of-body experience.
Como datos científicos, estos resultados revelan sencillamente esto: durante una experiencia espiritual numerosas áreas de nuestro cerebro vienen moduladas (se activan o se desactivan). Lo que se mide no son las experiencias místicas en sí, sino una intensa actividad intelectivo-emocional. La riqueza de la experiencia religiosa, natural en todo ser humano, se manifiesta en la dimensión corporal a nivel de las complejas redes neuronales en juego.
Del dato científico muchas veces se pasa a su interpretación hasta llegar a una verdadera manipulación. Así el doctor Andrew Newberg de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia (EEUU), realizando los mismos experimentos con monjes budistas y franciscanos y llegando a los mismos resultados científicos, escribió un libro titulado »Dios en el cerebro» (God in the brain, Why God Won’t Go Away), donde se reduce la experiencia religiosa a producto de nuestro cerebro. Newberg y otros reduccionistas interpretan los datos sobre la experiencia de lo trascendente como si el cerebro mismo fuese la causa directa y última de tal experiencia. Entonces podríamos concluir según el ‘padre’ de la neurociencia contemporánea, Michael S. Gazzaniga: si nuestro cerebro produce la experiencia religiosa, Dios está en el cerebro, y al fin de cabo, el cerebro se vuelve Dios. Sencillo, casi un silogismo perfecto. Esta visión fue divulgada con éxito por el español E. Punset en su libro El alma está en el cerebro.
La verdad es, desafortunadamente para este tipos de científicos (que son la minoría), que los datos neurocientíficos no investigan directamente la experiencia humana de Dios, sino que tratan de identificar las bases neurofisiológicas que se asocian en la fenomenología de cualquier experiencia religiosa.
Las falsas interpretaciones de los resultados a nivel de imágenes de resonancia magnética funcional no son desenmascaradas fácilmente por el público no experto. Por eso a la hora de interpretar los datos se requiere mucha prudencia y mucho equilibrio. Hay que recordar que la experiencia humana, justo por ser ‘humana’, se caracteriza por una riqueza y complejidad notable.
Vuelve a la memoria una afirmación importante de Tomás de Aquino, hoy como nunca actual en el contexto de la reducción de la persona humana a simple materialidad: “hic homo singularis intelligit” (S. Th. I, q.76, a.1, c.), es este hombre quien piensa. No es su cerebro el que hace la experiencia de Dios, sino que es él mismo, él en su totalidad, quien se pone en contacto con una realidad no medible y empírica. Una verdad no se puede encarcelar en un aparato de resonancia magnética, aunque sea ‘funcional’. Según el filósofo vienés Günther Pöltner este enfoque a la vida práctica de Tomás representa una contribución al contemporáneo debate imbuido de reduccionismo psicológico y neurológico.
En conclusión, si con el termino Teología entendemos, como desde siempre se habló, intellectus fidei (scientia fidei o fides quaerens intellectum), aquella ciencia, aquel conocimiento sobre el Fundamento último de todo, es decir, sobre Dios a la luz de la fe, entonces no cabe duda la inoportunidad del concepto neuroteología.
Lo que actualmente se considera neuroteología es una reflexión sobre los resultados neurocientíficos frutos de una experiencia intelectivo-emocional relativa a una vivencia religiosa o mística. En vez de neuroteología sería más correcto usar otro término, por ejemplo el de neurofenomenología de la experiencia religiosa.
Como bien subraya José Manuel Giménez-Amaya en su artículo ¿Dios en el cerebro? La experiencia religiosa desde la neurociencia, publicado en marzo de 2010 en la revista Scripta Theologica de la Universidad de Navarra, la Teología tiene el papel de “función rectora como exigencia del pensamiento”. Puesto que “la ciencia, en general, es un saber fundado, es decir, cuyas premisas nos resultan conocidas” y que “la misma idea de ciencia remite a la existencia de un fundamento último de todo cuanto hay”, entonces “aquí es donde se pone en juego la Teología como saber que estudia el Fundamento último de toda la realidad”.
Hace falta abrir toda la potencialidad de nuestra racionalidad y no reducirla al tamaño de nuestro órgano cerebral.
forumlibertas.com
ana alberti dice
Impresionante y apasionante!!