Hoy nos permitimos traer de nuevo una carta de amor. Otra de tantas cartas que estamos leyendo y que leeremos, con las que Pablo, Pablo A. Barredo nos enseña tantas y tantas cosas. Palabras duras pero con amor; eso es lo que le define. Gracias por ser nuestro amigo. Gracias por enseñarnos tantas cosas bellas.
Esta madrugada, a las 3:30 am exactamente (hora de Barcelona, España) se han cumplido 5 años de la muerte de mi padre. ¡5 años ya! Cómo pasa el tiempo. Qué rápido transcurre el paso de nuestras vidas. Con que celeridad vamos avanzando por esta senda, experimentando todo lo bueno y lo malo, todo lo positivo y lo negativo, todo lo que nos hace felices y nos genera tristeza en igual medida.
Parece que fue ayer cuando, sentado junto a su cama de hospital en la que durante quince horas le acompañé rodeado de mi familia, dio ese suspiro final con su mirada clavada en la mía tras asegurarle que podía marcharse tranquilo, que cuidaría bien de su amada y la acompañaría hasta el final de su propio camino. Parece que fue hace un siglo cuando, sosteniendo su rostro entre mis manos, fui testigo de cómo la vida se le fue apagando de sus pupilas y estas fueron perdiendo esa luz, ese brillo tan especial que nos confiere la vida, hasta quedar totalmente apagadas, vacías, opacas, como las de un muñeco de fría porcelana.
Hasta ese instante, sólo había vivido una vez la muerte tan de cerca: la mía propia, a la edad de cinco años, sobre una mesa de operaciones durante la intervención a corazón abierto a la que fui sometido. Afortunadamente, se me fue permitido regresar y esa vivencia cambió el curso de mi destino. Pero antes de la de mi progenitor, jamás había estado en el papel del impotente espectador que no puede hacer nada salvo ayudar a ese ser querido a cruzar al otro e irse libre de toda carga, culpa o asuntos pendientes. Así deberíamos poder irnos todos cuando llegue nuestra hora: en paz y rodeados de la luz y el amor más absolutos.
Lo que uno experimenta cuando pierde a un padre es una de esas cosas que no pueden explicarse, que se han de vivir directamente para saber lo mucho que duelen, para conocer el impacto directo que producen en nuestras almas y corazones, para reconocer el vacío que su pérdida deja en nosotros, para entender lo mucho que nos cambian. Recuerdo que mi primer pensamiento fue que me había quedado huérfano, que una parte de quién yo era había muerto con él, que la mitad del origen de mi existencia se había desvanecido para siempre. Recuerdo la pena, la inmensa y tan desgarradora e indescriptible pena. Recuerdo el agujero que su marcha acababa de dejar en mí: un pozo sin fondo de soledad que nunca nadie iba a volver a sustituir con su amor. Recuerdo la sensación de sentirme completamente anestesiado ante tanto sufrimiento. Pero también recuerdo el inmenso amor que brotó de mi ser, la explosión de luz y esperanza que se produjo en mí cual nacimiento de un nuevo e imparable universo. Recuerdo, en definitiva, lo mucho que esa experiencia me transformó. Y, ante todo, recuerdo apreciar el que en mi vida se iba a producir un antes y un después a todo ello.
Hoy hace cinco años de la defunción de mi creador, del inicio del proceso que conduciría a mi madre a buscar su propia autodestrucción emocional, que la empujaría a desarrollar Alzheimer y que me llevaría, sin saberlo, a ser en quién me he convertido en la actualidad: un hombre nuevo, distinto, libre de un ego que había supuesto en mí un pesado y destructivo compañero de viaje durante demasiado tiempo.
Y ahora, no puedo hacer otra cosa más que darle las gracias por las lecciones recibidas. Por haber sido un referente de bondad y altruismo. Por enseñarme a valorar la justicia, el amor, el respeto, la compasión y la coherencia. Por plantar en mi alma un fecundo huerto lleno de flores y cosas buenas y saludables con las que poder afrontar los nuevos retos de la vida. Por aprender a entenderme. Por respetarme. Por quererme tan incondicionalmente. Y por esas dos últimas palabras que me dirigió y que siempre atesoraré: ‘¡Gracias hijo!’.
Gracias a ti papá por continuar acompañándome y seguir velando por mí.
Pablo A. Barredo
Diario De Un Cuidador (Facebook)
www.diariodeuncuidador.com (Página Oficial)
Inma dice
Muy bonito, Pablo, algo parecido me ocurrió a mí también con mi padre, en diciembre hará los seis años, y aún no me acostumbro a vivir sin verle, porque él está siempre a mi lado.
También mi madre a los 8 meses, fué diagnosticada de alzheimer, ahora tiene 87 años y es el aliento de mi día a día, aunque muchas veces no sepa ni quién soy. ánimo y mucha suerte.
patyg13 dice
Pablo mi padre tiene ALZHEIMER, y cuenta con 85 años, mi madre que tambien esta a su cuidado, se ha vuelto muy distraida y siento que no acepta la realidad. Lo cierto es que viendo el comportamiento de mi madre ante esta situacion, me da miedo que le pase lo mismo que a mi papa……….es muy dificil el dia a dia, y no saber como amanecera mi padre, el ya esta casi en las ultimas etapas, ya no se vale por si mismo y es muy triste verlo asi.