Hablar para calmar: comunicación cotidiana en el Alzheimer.

Comunicación cotidiana en el Alzheimer

Hablar para calmar: comunicación cotidiana en el Alzheimer

Hay días en que las palabras no parecen. Otras veces, están ahí, pero de manera desorganizada. En el Alzheimer, la comunicación no es solo “decir cosas”: es cuidar y sostener un vínculo. Como logopeda clínica, he visto cómo pequeños ajustes en la forma de hablar transforman una tarde complicada. Y como hija, pude comprobar que ajustar mi comunicación acercaba más a mi padre.

Esto nos conectaba a ambos. Seguro que ya no sabía mi nombre ni quién era yo. No tengo ninguna duda de que sabía que era alguien que le quería mucho. Junto a mí, se sentía en calma.

Tiempo y pausas: hablar con calma en el Alzheimer

Empecemos por lo básico: el tiempo. Una persona con alzhéimer necesita más segundos para procesar y responder. Si lanzamos varias frases seguidas, sólo conseguiremos generar frustración. Por eso, hablar con calma, con una idea por frase y dejando pausas generosas, es un acto de cuidado. Por otro lado, está comprobado que un buen contacto visual ayuda a anclar el mensaje. También es útil llamar por su nombre. Acompañar las palabras con gestos sencillos también ayuda. Mostrar la taza cuando invitamos a beber agua es un ejemplo. Señalar la chaqueta cuando toca salir es otro ejemplo.

Validar emociones: priorizar la relación sobre el dato

Otro cambio potente tiene que ver con lo que priorizamos. Cuando en nuestro ser querido aparece una idea fija o una sospecha (“alguien ha entrado en casa”), discutir la realidad suele provocar malestar. Validar la emoción, en cambio, será de ayuda: “Entiendo que esto te preocupe y te cause inquietud”. A partir de ahí, proponemos una transición suave: “¿Te parece si lo compruebo yo y te cuento si he visto algo extraño? “. No es rendirse; es elegir la relación por encima del dato. La confianza primero, la lógica después.

Moldea el entorno: lo que “habla” sin palabras

En casa, la comunicación también se construye con el entorno. El ruido de la televisión que nadie mira, una iluminación dura a última hora, espejos que devuelven un rostro difícil de reconocer… Todo eso “habla”. Ordenar la mesa antes de comer, bajar el volumen de fondo, cambiar a una luz cálida o cubrir un espejo que confunde pueden reducir la irritabilidad sin pronunciar una sola palabra. Cuando algo se tuerce, pregúntate: ¿qué estaba pasando justo antes?, ¿qué cambió? Esa mirada de “detective” es la herramienta más útil que conozco.

La apatía merece un capítulo aparte. No es pereza ni falta de voluntad: es un apagón del interés. Muchas veces sonamos imperativos. Decimos «venga, levántate, hay que moverse». Nos frustramos al ver que nuestro familiar no reacciona como queríamos. Ahí, debemos ser creativos. Busquemos en la historia de su vida. Puede ser una canción que cantaba de joven, el olor de una receta familiar, o regar la planta que siempre cuidó. Si tratamos de crear “rituales”, la actividad nace sola. La música antes del desayuno, doblar paños después de comer o mirar fotos al atardecer ayudan casi sin pedir permiso. Y el objetivo no es “hacer mucho”, sino sumar minutos de conexión.

La rutina de oro: un anclaje diario

Una práctica que recomiendo a todas las familias es la “rutina de oro”. Se realiza dos veces al día. Cada vez dura entre diez y quince minutos. Empieza con una reconexión breve (mirada, nombre, manos), sigue con una actividad que tenga sentido para esa persona, añade un poco de movimiento suave y termina con un cierre positivo: “Ha salido muy bien”. Estas rutinas son un andamio para estabilizar el día. Nosotros podemos crearlas o buscarlas en materiales con actividades ya estructuradas. Reducen la agitación. Dan forma al tiempo y, sobre todo, protegen el vínculo.

A veces la comunicación también es silencio. Un silencio que acompaña, que no presiona, que deja espacio para que llegue una respuesta. Si notas que tu propio tono se tensa, detente y respira con calma sintiendo el movimiento de tu respiración justo al final de las costillas. Tómate el tiempo que necesites. Volverás a hablar desde un lugar más calmado, y eso —créeme— hará una gran diferencia.

Una brújula para los días difíciles

No hay manual infalible, pero sí una brújula: cuando cuidamos la forma en que nos dirigimos a la persona, cuando moldeamos el entorno y honramos su biografía, creamos un puente de conexión. Y en los días difíciles, recuerda: no necesitas ganar una discusión; necesitas acompañar una emoción. Ahí es donde ocurre el cuidado de verdad.

Nuria Baranda Matamoros
Logopeda y docente
www.nuriabaranda.com
Linkedin: Nuria Baranda Matamoros
Instagram: @tulogopedaonline
Facebook: Logofonia: logopedia y comunicación
hola@nuriabaranda.com


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