«Querer es poder. Úsalo o piérdelo –sentencia Merzenich–. El cerebro no es como los ordenadores, a los que les introduces información y ya está, y esa información se mantiene para siempre almacenada en el cerebro sin usarse. Nuestra mente es como un músculo: hay que ejercitarla cada día, estimularla para que se produzcan conexiones nuevas».
Cómo aprender cambia la estructura cerebral (ll)
Cerebros sociales «Si cogiéramos a un niño actual y lo pusiéramos en la edad de piedra no aprendería nada. Ni Einstein hubiera sido Einstein así», asegura Javier de Felipe, neurobiólogo del Instituto Ramón y Cajal, del CSIC, que estudia con su equipo la neocorteza, la estructura que recubre el cerebro y que es la parte del sistema nervioso más propiamente humana. «Nuestro cerebro no ha evolucionado durante miles de años, sigue siendo el mismo que el de nuestros antepasados. Lo que hace que avance es la evolución cultural, no la biológica. Vemos, aprendemos, copiamos y avanzamos».
Para Michael Merzenich, «cada uno tenemos un set de habilidades y capacidades adquiridas que se derivan de nuestra plasticidad, la adaptabilidad de esta increíble máquina de cambios que tenemos en la cabeza. Pero esas habilidades y capacidades individuales están muy influidas por nuestro entorno y eso tiene que ver con la cultura contemporánea».
Y es que, a diferencia de los animales, que nacen con conocimientos de fábrica, nosotros lo hacemos vacíos, pero con la capacidad de aprender. Sin embargo, no podemos hacerlo solos, sino que necesitamos vivir en sociedad. En 1996 se descubrió que teníamos unas neuronas situadas en la parte frontal del cerebro encargadas de registrar las acciones de los otros y de repetirlas; se activan al observar acciones, emociones y sentimientos en los demás, por lo que son esenciales para interactuar con otras personas, entenderlas y, sobre todo, para aprender. «Somos cerebros sociales, necesitamos estar en contacto con otros cerebros para desarrollarnos», –asegura Sarah Blakemore, de la Universidad de Londres–. Si miramos a los bebés, veremos que pueden hacer pocas cosas, pero su cerebro es como una esponja, que retiene información y empieza a llenarse y a aprender; pero para eso necesita que otras personas le enseñen. Estudios realizados con bebés demuestran que aprenden mucho más si ven a personas de carne y hueso que si se les ponen grabaciones de audio o vídeos».
«Yes, we can!» En el laboratorio, los científicos tratan de ver qué pasa con el cerebro cuando se adquiere un conocimiento nuevo. Cada cosa nueva que aprendemos, ya sea una canción, un pase de baile, una palabra o una ecuación matemática, comporta cambios físicos constatables en nuestro cerebro. Es lo mismo que ocurre cuando practicamos un deporte. Basta pensar en el brazo derecho del tenista Rafa Nadal. La materia gris se puede encoger, si no la usamos demasiado, o todo lo contrario, densificarse, crecer. Los cambios físicos explican cada conocimiento adquirido pero también los despistes: que nos olvidemos del nombre de una persona o de cómo se llega a tal sitio puede reflejar que hay algún cable dañado, degradado.
Investigaciones recientes demuestran que, con las circunstancias adecuadas, el cerebro adulto también puede aprender, aunque la maquinaria se deteriore con la edad y sea menos maleable que la de un niño, por lo que cueste más asimilar cosas nuevas, tal y como señala Merzenich. «Hay cosas que podemos hacer para dar cuerda de nuevo a la maquinaria y que no se pare», afirma este neurocientífico, que ha fundado una empresa, Posit Science, en la que un equipo de expertos parte de los últimos avances en ciencia para crear software de formación cognitiva, programas de ejercicios mentales, para activar la mente (www.positscience.com). «Podemos aprender sin importar la edad. Toda la vida. En contra de lo que se creía. Eso sí, tenemos que esforzarnos, porque ya no somos tan ágiles como cuando teníamos 20 años», asegura Maria, la protagonista del inicio de este reportaje.
Y en eso, quizás, las emociones tengan mucho que ver. Hasta hace poco, la ciencia se basaba únicamente en la genética para acercarse al cerebro. No obstante, ahora la neurología se ha aliado con la psicología para ver de qué manera nos afectan otros factores, como por ejemplo, nuestro estado emocional, y han descubierto que desempeñan un papel esencial. Que existe una relación muy intensa entre los sentidos, la memoria y la cognición. Por ejemplo, a medida que nos hacemos mayores, nos volvemos más olvidadizos, distraídos. En gran parte esto es así porque nuestro cerebro no procesa con tanta intensidad lo que oye o lo que ve como antes, lo que lleva a que no almacene las imágenes de nuestras experiencias tan vívida y claramente, y por tanto, nos cueste recordarlas.
Los avances en neurobiología, que se suceden a gran velocidad, gracias en buena medida al desarrollo tecnológico, están conduciendo a una mayor comprensión de la plasticidad cerebral. Y eso, coinciden en señalar los que saben, está empezando a revolucionar la ciencia e incluso la propia salud del cerebro, puesto que se están comenzando a buscar terapias basadas en la plasticidad del cerebro para tratar muchos problemas cognitivos. Esta increíble capacidad del cerebro de adaptarse a las circunstancias cambiantes puede ser de gran ayuda para estimular a las personas mayores con problemas de pérdida de habilidades cognitivas o en los primeros estadios del alzheimer para detener la progresión de su enfermedad. A los esquizofrénicos les puede ayudar a mejorar sus síntomas y a llevar vidas normales. Los músicos afectados por distonía focal –una enfermedad conocida popularmente como el «cáncer del músico» y que se trata de un repentino y misterioso trastorno por el que el cerebro incorpora un error en un movimiento automatizado y bloquea la movilidad de una parte del cuerpo– pueden aprender a tocar de nuevo un instrumento sin dolor. Aquellas personas que han sufrido un infarto cerebral y han perdido habilidades pueden reaprenderlas, trazar nuevas conexiones neuronales, y volver a recuperarlas.Y esta lista podría seguir hasta el infinito. «Yes, we can!«
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