Víctor M. López Antes de que el enfermo de Alzheimer ingrese en un centro residencial, ellos, generalmente los familiares, son los que se han ocupado de su asistencia 24 horas, los 365 días del año. “A veces, nos encontramos que algunos se han encargado de cuidarle durante casi una década, sin descanso”, relata Laura Fernández Colmenero, directora Técnica de CLECE y máxima responsable gerencial de Centro Alzheimer Fundación Reina Sofía –salvo de la Unidad de Investigación con la que cuenta este complejo, que gestiona directamente el Ministerio de Sanidad y Política Social–. Precisamente, esta peculiaridad obliga a los responsables de la residencia a aplicar un plan de atención planificado que se ajuste a las demandas del enfermo pero que también incluya a su cuidador principal. Además, el ingreso de una persona con este tipo de demencia suele producirse cuando su familia o entorno cercano no puede hacerse ya cargo de ella porque la enfermedad se encuentra en un estado muy avanzado. “Desde el punto de vista de la gestión de la plaza, esto exige un triple esfuerzo para los responsables del centro”, añade Fermín Mínguez, consultor senior del Grupo Concepto.
Antes de que el enfermo de Alzheimer ingrese en un centro, sus familiares son los que se han ocupado de él durante 24 horas. |
Todo comienza cuando el trabajador social recibe una solicitud de internamiento –bien por parte de los responsables Asuntos Sociales, si se trata de un centro público, o de un particular, en caso de que sea privado– y se pone en contacto con el mayor así como con sus familiares más cercanos o con las personas que, hasta el momento, se han responsabilizado de su asistencia. Su objetivo, en esta fase –denominada de Pre-ingreso– pasa por conseguir la máxima información posible sobre el futuro usuario, a través de visitas al domicilio y mediante conversaciones con otras personas de su entorno. De esta forma, se consigue elaborar lo que se conoce como Historia de Vida, en la que se incluyen elementos relacionados con la formación que ha recibido, sus aficiones, acontecimientos familiares destacados, lugares en los que ha vivido o el estado civil, entre otros aspectos. En esta etapa, el trabajador social obtendrá los informes médicos que se posean del enfermo, con el objetivo de conocer todos sus antecedentes sanitarios. “Se trata de realizar una valoración geriátrica integral”, explica Fernández Colmenero.
Cuando llega el día del ingreso, cuya hora y fecha se ha fijado previamente, los expertos recomiendan que el director del centro y la persona que se encargará de acompañar al usuario durante las semanas de adaptación, reciban al paciente y a sus familiares, mediante un encuentro formal. También se aconseja que los responsables del complejo presenten al resto del equipo –auxiliares, médicos, personal de limpieza– e indiquen el nombre y la función que realiza cada uno de ellos. Según Mínguez, “resulta esencial adaptar el espacio y valorar sus necesidades de estimulación, higiene y alimentación y en estos aspectos la información aportada por la familia puede facilitar la adaptación al centro”.
Desde la primera noche que el enfermo pase en la residencia e, incluso antes, el médico debe de estar en posesión de informe exhaustivo sobre la salud del usuario, sus antecedes patológicos, la dieta a seguir y otros datos complementarios. Esta documentación la compartirá con los departamentos correspondientes de la residencia para que conozcan las terapias que se seguirán pero tratará de hacer llegar sus impresiones a los seres queridos del usuario ya que “la familia debe sentirse parte del centro, en el que sus opiniones se escuchen y se respeten”, añade la directora gerente del Centro Alzheimer Fundación Reina Sofía. Durante el periodo de adaptación, las personas designadas ofrecerán al residente y a los familiares la posibilidad de conocer todas las instalaciones de la residencia y los servicios que se prestan en la misma. En estos días, las personas implicadas en la atención del nuevo paciente, deben hacer un especial seguimiento de la evolución del usuario en el centro.
Según apunta Fernández Colmenero, “la clave del buen funcionamiento de este protocolo radica en la formación puesto que se relaciona con un mejor cuidado, una mayor atención y una mayor comprensión de lo que significa esta enfermedad tan compleja”. Una cuestión que comparte con Mínguez ya que, según el consultor senior de Concepto, los trabajadores “deben estar cualificados porque las conductas disruptivas que desarrollan los pacientes con esta patología se tienen que entender como tales y no como agresiones personales”.
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