Hablando claro: Pedro Gil, Presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (Entrevista)

PEDRO GIL. PRESIDENTE DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE GERIATRÍA Y GERONTOLOGÍA

El anciano es una persona sufrida, que no se queja, eso es lo que salva a la Administración

La cooperación socio-sanitaria es «inexistente», los servicios de geriatría «brillan por su ausencia» y las residencias de ancianos apuestan «por la rentabilidad de sus recursos en perjuicio del servicio óptimo a sus pacientes». Así de sombrío ve el panorama de los ancianos Pedro Gil. Lo peor es que, según él, aún no se ha tocado fondo.

Pedro Gil | Imagen: dependencia.publicacionmedica.com
Pedro Gil | Imagen: dependencia.publicacionmedica.com
Borja Campoy.-  La Ley de Dependencia cumple tres años. Con motivo de este aniversario, el Club INFORMACIÓN ha organizado un ciclo para debatir su perspectiva actual y futura. Uno de los colectivos con mayor grado de dependencia es el de las personas mayores, protagonistas el pasado miércoles de la mesa redonda «Coordinación socio-sanitaria en centros de mayores dependientes. ¿Utopía o necesidad?» que se celebró en las instalaciones del Club. Pedro Gil, quien participó en el coloquio, se muestra muy crítico con la situación actual. En su opinión, todos los estamentos -administración pública, médicos, familias y medios de comunicación- tienen que cambiar su forma de actuar.

¿La coordinación socio-sanitaria es necesaria o utópica?

Es inexistente. Hay que buscar un sistema más complejo en el que la parte social y la sanitaria vayan de la mano. Las leyes actuales sólo se dedican a coordinar los recursos y esto, si no va unido de la integración, pierde sentido. Es necesario un modelo común. Manuel Cervera, conseller de Sanidad, dice que existe, pero se equivoca. El paciente tiene que ser el centro de todo, no los servicios. Hay que ver qué necesidades tiene y adaptar los recursos a ello. Todo lo que no sea así pierde utilidad. Nos tenemos que fijar en modelos europeos y norteamericanos porque son más eficaces.

¿Las residencias de ancianos miran más por su rentabilidad que por sus pacientes?

Para tener una asistencia de calidad tienen que ofrecer servicios de forma integrada. Así se evitarían duplicidades y se reducirían gastos. Ese es el camino. Hay que ver qué necesita el usuario y qué se le puede dar. Para que esto tenga éxito es necesario contar con un presupuesto único.

¿Qué más hace falta?

Más recursos sanitarios, desde la atención primaria hasta la especializada, mucha formación, servicios de geriatría hospitalaria, residencias y centros de día integrados en el sistema sanitario… En Alicante, por ejemplo, no hay servicios de geriatría porque al conseller no le apetece. Puede vender lo que quiera, pero no sigue las normas aceptadas por la evidencia científica. En toda la Comunidad Valenciana sólo hay un servicio de geriatría óptimo, el del Hospital de Alzira. Para atender a los ancianos dependientes y darles la calidad asistencial que requieren se necesita una dotación de médicos especializados en geriatría de la que la Comunidad Valenciana adolece. La conselleria vende una historia surrealista.

¿Qué balance hace de la Ley de Dependencia?

Mi valoración no puede ser buena. Se generaron muchas expectativas y los avances han sido escasos. En algunos casos, incluso, se ha retrocedido. El problema es que una ley tan social como esta, tan dirigida a la gente, ha sido muy politizada. Así vamos mal. El estancamiento es absoluto y los Presupuestos para 2011 reducen la partida destinada a la Ley de Dependencia, con el peligro que ello conlleva. La crisis lo dificulta todo, hace que el proyecto se haya quedado únicamente en una estimación teórica. La situación es desesperante, tanto para los profesionales como para los dependientes.

¿La situación económica puede llevar a que se suspenda la aplicación de la ley?

No creo que ningún político se atreva a suspender la ley, pero también hay muchas formas de matarla. Por ejemplo, por inanición. La crisis debe llevarnos a un planteamiento más amplio de los recursos sociales y sanitarios con los que cuenta un país. La Comunidad está tremendamente envejecida. Además, aquí vienen a residir muchas personas mayores de otros países. ¿Hay dinero para soportar esto? ¿Habrá rentabilidad a largo plazo? Son preguntas que no tienen respuesta. Actualmente hacemos frente a dos tsunamis: la dependencia y el envejecimiento.

¿Existe una receta para afrontar esta situación?

La situación debe tratarse con atrevimiento e ingenio, y eso no ocurre, nos limitamos a tapar agujeros. Esperamos salir con la idea de que todo vale. Hay que ahorrar en lo que sea posible, pero en la atención al paciente no se puede. La visión que muestra Cervera ante todo esto es muy simplista.

Las condiciones de las residencias públicas, ¿son muy inferiores a las que ofrecen los centros privados?

Sólo se puede distinguir entre buenas y malas residencias. Esto será así siempre. Yo insisto en que no importa que las puertas o las ventanas sean más bonitas o menos, sino la atención que reciben los ancianos. Desde mi sociedad intentamos que cada vez que se crea una nueva residencia, preste unos servicios de calidad a los pacientes. Si conseguimos que todos los estamentos se ciñan a este concepto, habremos dado un gran paso. Es necesario crear una ley de mínimos que deberían cumplir todos los centros.

¿Qué tiene que valorar una familia a la hora de elegir un modelo de residencia u otro?

Con las públicas, lo primero que hay que ver es si quedan plazas vacantes. Trabajamos para que se oferten plazas a un sector que es amplísimo. En cuanto a las privadas, hay que pensar siempre que no son ONG, sino entidades con ánimo de lucro. No digo que sea algo malo, simplemente que hay que entenderlo.

Si una familia le preguntara qué hacer con sus ancianos, ¿cuál sería su respuesta?

Con los servicios tan descoordinados que tenemos, la mejor solución es tener a los ancianos en casa. Evidentemente, esto no es posible siempre. Para eso existen las residencias y los centros de día. Las estructuras familiares actuales no permiten que los ancianos se ubiquen en el hogar, ya no existe el cuarto del abuelo. Se han quedado sin su habitación. Ahora se repite el mismo proceso: las personas mayores viven en su propia vivienda mientras pueden, luego se las mantiene en su domicilio con asistencia y, por último, se las envía a una residencia.

Y cuando usted sea anciano, ¿cómo imagina el panorama?

Espero que estemos mejor educados y que existan más pisos tutelados o vigilados. Seguro que estaremos más formados en la idea del anciano fuera de la estructura familiar. Yo ya me he mentalizado de que no voy a tener habitación en casa… Así que el Estado tiene por delante una enorme labor de prevención.

¿De qué manera afecta a una familia tener que atender a un dependiente?

Por lo general, el momento de mayor tensión llega cuando el dependiente cae enfermo. Afortunadamente, en España se reacciona muy bien y la mayoría de las familias asume a los ancianos dependientes. La aptitud es ejemplar. Reconozco que es una losa que les cae encima y que da lugar a crisis, rupturas, depresiones, insomnio, situaciones de ansiedad… Muchas familias necesitan asistencia psicológica, y más cuando no disponen de los suficientes recursos económicos.

Al aumentar la esperanza de vida, ¿ganamos en calidad o prolongamos la agonía?

Hemos aumentado la expectativa de vida a base de aumentar los años de dependencia. Esto sólo se puede modificar a través de la promoción y eso es muy complicado. Está muy bien crear unidades para gente que sufre trombosis cerebrales, pero si no implantamos un sistema de prevención de la trombosis, lo único que vamos a tener va a ser pacientes mejor cuidados. Tenemos que disminuir el tiempo que las personas tienen que convivir con las enfermedades.

Males como el Alzheimer o la demencia senil van a más. ¿Existe en España la asistencia adecuada para este tipo de enfermedades?

No, los resultados que vemos son inadecuados. En este país, en el que se han hecho proyectos de todo tipo, no se ha creado un plan de atención al anciano ni hay voluntad para hacerlo. Se lo planteamos al Ministerio de Sanidad y Política Social y su respuesta fue que no lo veían claro. Dan la callada por respuesta. Nos hemos enfrentado a ellos en numerosas ocasiones y no hemos conseguido que cambien nada. El anciano es una persona sufrida, poco exigente, que no se queja mucho. Eso es lo que salva a la administración pública hasta la fecha.

A estos problemas, se suma la reforma de las pensiones…

Es un problema económico que repercute en el área social y sanitaria. Empezaremos a ver cuadros de malnutrición en personas mayores con problemas de pobreza. No se puede vivir con 600 ó 700 euros al mes. Un gravamen más que añadir a la vejez…

El fatídico lance de los dos ancianos que murieron olvidados en una furgoneta, ¿fue un hecho aislado?

Parece que sí, aunque se transmite que hay algo más detrás. Hay que darle la importancia que merece a un caso así. La alarma social que ha creado el suceso ha sido irrelevante, no ha tenido mucha trascendencia. Si en vez de ser dos ancianos hubieran sido dos niños, ¿qué habría pasado? Es muy grave que las familias no hayan puesto una denuncia cuando pasaron 12 horas abandonados. ¡Es un error que ha costado dos vidas! La población piensa «son dos viejos, que más da«. Y para la familia, igual es hasta una descarga.

Se le ve muy molesto con el asunto…

Es que hay que reflexionar sobre el posicionamiento que adopta la sociedad en casos como este. A los políticos no les interesan los ancianos y contra eso es muy difícil luchar. Hace falta implicación de todos, de la administración, de los médicos, de las familias, de los medios de comunicación… Me llama mucho la atención que el tema haya tenido tan poca repercusión. Y luego uno tiene que oír barbaridades como que el consumo de fármacos por parte de los ancianos es enorme, cuando es mentira. Las pacientes con sida, con problemas oncológicos o con tumores gastan más en fármacos, pero eso no está bien decirlo. Es la falsa moral en la que vivimos.

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