Antes de retirarme de este mundo y partir hacia el lugar que El Señor tenga preparado para mí, quiero dejarles a ustedes mis queridos congéneres, amados seres humanos, mortales como yo, algunas de mis más gratas experiencias como también algunas de mis más angustiosas penas, en mi transitoria etapa por este camino de la vida, por el que todos pasamos.
Quisiera comenzar, por pedirles que me vean fijamente y que contemplen esta imagen, que es y que no era, que fue y no más será, quiero que se vean a sí mismos, como en un espejo proyectado hacia el futuro, para que tomen la idea de lo que algún día será llegar a ser viejo. ¿Qué es lo que ven ustedes? ¿en qué piensan cada vez que me miran? Están viendo a un anciano, débil e indefenso como un niño o iracundo y quizas no muy inteligente, podría decirse que también ya casi inútil, con hábitos inciertos y unos ojos que parecen estar siempre contemplando en la lejanía, como si en lontananza divisaran el cruel destino que también algún día, cual novio ilusionado en espera de su amada a la vuelta de una esquina, le espera.
Pero ahora que han fijado su atención en mí y me observan quiero decirles lo que soy. Soy un tierno bebe que apenas acaba de nacer pero que el tiempo ha labrado ya y marcado con sus inexorables surcos la otrora fértil y lozana tierra de su piel, soy un niño que jugueteó y correteó un día por los patios y los cuartos de una casa buscando el solaz del juego y afanosamente la mirada atenta de una madre o el celoso cuidado de su padre. Si soy un niño como todos los demás que un día lo fueron, con hermanos y hermanas con quienes aprendió y compartió y a quienes también amó.
Soy un enamorado, un adolescente ilusionado, apasionado por la vida, que todavía siente correr la sangre por sus venas, pero que cual barco encayado en las arenas de la playa, sabe acertadamente que no puede moverse tan fácil ya.
Soy un novio ilusionado que con pasión espera la llegada de su amada sintiendo dentro de su pecho el corazón que late apresuradamente y el angustioso grito que se ahoga en su garganta por pronunciar el mágico nombre de quien pudo con su sonrisa y su mirada encantadora, llenar de vida mi vida y de amor mi corazón, si soy un hombre como los demás, lleno de la vitalidad de la existencia que contempla el futuro como si fuera todo suyo que no ve obstáculos que se interpongan a sus propósitos ni vallados que lo detengan en la consecución de sus anhelos, que con ojos vivos contempla los cielos y deja por un lado los consejos, relegándolos tan solo, al plano de los viejos.
Tuve hijos y los ví crecer tan rápido que me parece que su vida se diluye entre mis manos como el agua que quiere atraparse en mudo símil de mi propia existencia y del tiempo que también lentamente y sin demora se diluye con la de ellos, sí, los veo crecer, unidos por los lazos que tengo la esperanza vayan más allá de los nexos de la sangre para transformarse para siempre en la inquebrantable unión de las almas.
Luego, pasado el tiempo, veo como ya mis hijos han crecido y empiezan a irse ya, y, otra vez, como al principio de la vida y al final mismo de ella, me encuentro solo. Pero, que encanto, mi soledad se ve momentáneamente mitigada por la llegada de mis nietos y otra vez me encuentro con niños que juguetean entre mis rodillas, como inocentes testigos de mi dulce pasado y vuelvo con ellos a ser niño y a querer jugar de nuevo, aunque ¡caramba! Que pesado se ha vuelto mi cuerpo e inflexibles mis articulaciones, tan inflexibles se han hecho que no puedo más que verlos jugar, correr, gritar y saltar, aunque confieso que por momentos sus gritos estridentes me hacen perder la paciencia, pero ¡vaya, vaya, vaya! Cuando se van, otra vez como al principio, me quedo solo.
Soy anciano por ahora y parece que la naturaleza se ha vuelto cruel conmigo rodeándome de achaques y dolores, que son difíciles de soportar, pero no más que los desprecios, el reproche y el olvido de muchos, inclusive de aquellos por cuyas venas corre mi propia sangre, para quienes en un tiempo fui quien proveía todo y ahora no soy más que otra carga que soportar, parecen deleitarse con decir que los viejos somos torpes y quizás tengan razón, pero no más torpes que aquellos que no ven en quienes fueron un día los pilares de su propia vida, unas simples rocas derribadas por el tiempo y ya en ruinas, que no constituyen más que tropiezo y estorbo.
Sí, mi cuerpo se derrumba, abatido por los años y la inclemente furia del tiempo, la gracia, la juventud, la tersura de piel se han marchado cual vapor tras los vientos, como las chispas que brotan de la madera que arde, ya no hay más belleza que contemplar, ahora tengo una piedra, donde antes había un corazón, pero aun dentro de esta vieja envoltura, como la cáscara dura, preserva el grano de una preciosa semilla que está esperando ser plantada para morir en esa tierra, pero dar a luz una planta que vuelve a florecer y producir más fruto, todavía dentro de mí vive un jovencito y otra vez, vuelvo a tener vida.
Recuerdo vívidamente los múltiples gozos y las penas con que la vida me ha coronado y vuelvo a amar y ver la vida diferente, manteniendo una firme esperanza y anclando una fé incólume en los arcanos de mi alma para volver a tener vida. Pienso en esos años tan pocos y que marcharon tan de prisa, tan rápido que ahora que tengo tiempo, confinado por este cuerpo que me condena al reposo puedo contarlos uno a uno y volverlos a tener y vivir, aprendo entonces a aceptar que nada es eterno en esta vida, excepto el amor y aquel ser que con su nobleza lo sustenta todo, Dios mismo, el anciano de días, a quien a punto estoy de conocer y que es más joven que la propia juventud que sustenta mi propia vida, antaño flor fragante hoy flor marchita.
Por eso les pido ahora, hombres y mujeres, que abran bien sus ojos y ya no vean en mí a una carga o a un viejo amargado y regañón, miren, los invito a ver más de cerca y encontrarán sin duda a un viejo roble golpeado por los vientos, con la corteza dura y arrugada, pero todavía de pie y con sus ramas extendidas para darles sombra, sí, ya no miren a ese ser decrépito que tantas molestias causa, vean mi arrugada faz, pero mi lozano corazón, vean mi cabello, hábilmente pintado de plata, con las canas que el tiempo cuidadosamente ha tallado con experiencia, pero la vivaracha mente que permanece aun activa saturada de recuerdos y mil historias que contar, sí, soy un libro viviente, esperando ser abierto para que en sus viejas páginas puedan encontrarse las historias que aun entretendrán y enseñarán a miles.
Soy el viejo manantial del que todavía puede beberse agua fresca que calme la sed más inclemente, soy la roca golpeada por la erosión del viento, las aguas de la lluvia, el calor del sol y el frío de las noches, pero que todavía sostiene montañas en las que crecen árboles hermosos que albergan la más variada clase de criaturas, si soy yo, el anciano, a quien pueden ver y verse, veanme, sí, porque lo que ahora ven en mí, un dia tendrán que verlo en ustedes.
Anónimo
Photo: m a x c a p p o n i – Home – Copyright © Photography by MaxCapponi photographer
Somos información
Ayúdanos a mejorar…Escribe aquí tu comentario!