Cetreria: A la Caza del Alzheimer

PROGRAMAS DE ESTIMULACIÓN COGNITIVA

Águilas a la caza del Alzheimer

Una residencia de ancianos vizcaína usa aves rapaces en sus terapias de estimulación cognitiva

www.elcorreo.com No todos los días se ve un águila volando por los pasillos de una residencia de ancianos. Aunque parezca increíble, hay un centro en Vizcaya que ha empezado a usar aves rapaces en sus programas de estimulación cognitiva. La idea es valerse de la Naturaleza como terapia para obtener beneficios emocionales en personas que sufren Alzheimer u otro tipo de demencias asociadas a la edad.
No es la primera vez que se utilizan animales en terapias de este tipo. Hasta ahora se había ensayado con perros, animales de granja o incluso delfines. Sin embargo en la residencia Gurena de Loiu han llevado el tratamiento aún más lejos al recurrir a aves rapaces para estimular a los ancianos.
La idea surgió de la afición a la cetrería (enlace) de uno de los trabajadores del centro. Modesto, operario de mantenimiento, es cetrero federado y ha cosechado varios premios por su buena mano con las rapaces. Lo que en un principio nació como un espectáculo para entretener a los residentes, se reveló como una actividad que, según los responsables del centro, podría tener beneficios para enfermos con alto grado de demencia, que han dejado de responder a estímulos cotidianos.
Marta García, psicóloga de Gurena, explica que «en estos casos a veces una sonrisa, una palabra o un gesto suponen un gran avance y nos dimos cuenta de que se conseguía durante las exhibiciones de cetrería». Reconoce que la experiencia «carece de base científica», pero precisa que se trata de «un complemento necesariamente unido a otras terapias». De esta forma Modesto deja que, una vez al mes, sus águilas paseen por la residencia para impresionar a los ancianos.

Desconfianza inicial

Al principio la mayoría miraba las rapaces con desconfianza. Unas garras capaces de sentenciar a un zorro y un pico que puede despellejar un conejo en segundos no inspiran precisamente familiaridad. «Pero poco a poco se han ido ganando su confianza y ahora los mayores están encantados», asegura el cetrero de Loiu.
A Martín la exhibición de ayer le sirvió para evocar recuerdos de su niñez en el caserío. «Como teníamos gallinas, siempre rondaba algún gavilán para llevarse los polluelos -rememora-. Entonces la madre abría las alas para protegerlos y el gallo salía como el Cid Campeador, pero si alguna txita se quedaba suelta… ¡ay! estaba perdida», relataba Martín con el águila posada en su brazo. Por la familiaridad con la que le acariciaba la cabeza, cualquiera diría que estaba sosteniendo un loro.

 

La misma templanza demostró Benita, que ayer se inició en un arte de caza cuyo origen se remonta a la Edad Media. Aunque ha pasado media vida en San Ignacio, se crió en el pueblo riojano de Bobadilla. Allí «lo mismo cuidaba a las vacas que araba la huerta», así que está más que curtida. Erguida en medio del pasillo e imperturbable ante el batir de las enormes alas del ave, Benita sostenía el águila con una sonrisa en los labios. «Impresiona, pero no he tenido ningún miedo», aseguraba. Por el brillo de sus ojos se podía adivinar que había pasado una mañana inolvidable.

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