Enric París: «No sabe quién soy, pero sabe que soy su cuidador»
Miércoles, 16 de junio
Empieza en Lleida, hace 11 años, con una amiga de la familia preguntando: «¿No te has dado cuenta de que María Teresa no está bien?», y acaba en Barcelona, con el marido limpiándola, alimentándola, vistiéndola, escogiéndole la ropa, cuidándola en general, las 24 horas del día aplicado a la tarea de hacerle la vida más sencilla. El marido es Enric París.
Retrocedamos: el doctor le dice que su mujer tiene Alzheimer…
Bueno, por supuesto se te cae el mundo encima. Pero creo que tan difícil como encajarlo fue ir, los primeros meses, de médico en médico, buscando a alguien que nos dijera qué debíamos hacer. Era una época en que los CAP no tenían ni idea de qué hacer con los enfermos de alzhéimer, adónde enviarlos, en que el sistema estaba poco preparado para esta enfermedad. Imagínese, le alcanzaron a recetar pastillas para la depresión, que solo sirvieron para empeorarla. Pero a fuerza de buscar dimos con las personas adecuadas.
Habíamos ido allí porque en la empresa me habían querido jubilar y yo me había negado. Electrodomésticos, una multinacional. Entonces me mandaron a Lleida, una delegación pequeña que había que reflotar. Por supuesto, en cuanto supimos de la enfermedad volvimos a Barcelona. Y acepté la jubilación, claro.
¿Y desde entonces se hizo cargo?
Bueno, hay gente que me dice que debería haberla ingresado en un centro. No al principio, cuando ella estaba bien, o relativamente bien, pero sí a medida que pasaban los años. Pero yo… ¿qué quiere que le diga? Yo lo he hecho porque he querido, porque he querido, yo, estar junto a mi esposa… porque ella, además, toda la vida estuvo para mí, y para mis hijos, porque su vida fue cuidarnos a nosotros. ¿Cómo no lo iba a hacer?
¿Cuénteme un día suyo. La rutina.
¿Bueno, me levanto a las siete, me aseo y desayuno. Luego la levanto a ella… siempre hay que limpiarla, claro… las sábanas que yo he tirado a la basura en estos 11 años, eso no lo sabe nadie. En fin. La levanto y la limpio. Esto funciona como una empresa, toda la casa funciona como una empresa, lo digo ahora porque pienso en la ropa… Sábados y domingos, cuando ella hace la siesta, yo le preparo la de toda la semana. Conjuntada: en una percha un pantalón, una blusa y una chaqueta. Así por las mañanas no pierdo tiempo. De hecho, cuando hay paga extra, yo aparto la mitad para comprarle ropa. Porque se ensucia mucho. ¿Que le sobran pantalones? ¡Mejor! ¿Dónde estaba?
La rutina …
Ah, sí. Luego viene el desayuno, que es cada vez más largo. Ahora son 45 minutos. Los alimentos son especiales, triturados porque no puede masticar. Entonces sí la visto, porque hacerlo antes es arriesgarse a que ensucie todo. Salimos de la casa, ella en su silla, y la llevo al centro de día. Y ahí se queda hasta las cinco.
¿Y mientras?
Mientras… ¿quiere decir qué hago yo?
Eso…
Bueno, yo también tengo mi vida, no crea. La música, mi gran debilidad es la música. Mire…
(El hombre se levanta, empuja una puerta y enseña, en largas hileras superpuestas, una enorme colección de vinilos. La muestra con orgullo)
Escucho música.
¿Mientras ella no está?
A veces. Otras veces como con los amigos… no sé. Hago cosas.
¿Y luego recoge a su mujer.
Cuida de su mujer. Tiene 72 años y hace 11 se jubiló para ocuparse de su esposa, enferma de alzhéimer; lo hace a tiempo completo.
Enric París: «No sabe quién soy, pero sabe que soy su cuidador»
Empieza en Lleida, hace 11 años, con una amiga de la familia preguntando: «¿No te has dado cuenta de que María Teresa no está bien?», y acaba en Barcelona, con el marido limpiándola, alimentándola, vistiéndola, escogiéndole la ropa, cuidándola en general, las 24 horas del día aplicado a la tarea de hacerle la vida más sencilla. El marido es Enric París.
La recojo y venimos a casa. Luego cenamos…
¿Y antes de la cena?
Antes de la cena nos sentamos en el sofá a ver televisión. Es la rutina. De hecho, cuanto más rigurosa la rutina, mejor, porque así mi mujer entiende las instrucciones, aunque solo sea por asociación.
¿Ven la televisión?
Vemos televisión, sí. Y yo le hablo, no sé si me entiende, pero le hablo, pienso que es como los enfermos en coma, que dicen que lo perciben… y a veces, cuando lo hago, ella se me queda mirando y pienso que ha entendido algo. De hecho, a veces le digo: «A ver, un besito», y ella va y pone el morro. O por la mañana, cuando la levanto, le digo pásame el brazo por aquí, y ella sabe que en ese momento le doy el primer beso del día y me pone la cabeza en el cuello, y espera. Para mí es la prueba de que aún tiene sensaciones, que entiende. Y yo le cojo la mano. Y ella la aprieta fuerte, como diciendo ‘no me sueltes’. Yo creo que no sabe quién soy, pero sabe que soy su cuidador.
Y me aprieta la mano ….
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