Marichu y Fernando

Marichu enfermó de Alzheimer hace seis años y ahora su marido, Fernando, es su memoria.

Marichu tiene 73 años, pero ella no lo recuerda. Fernando, que más que su marido es su compañero, su enfermero, su cuidador y su escudero, se encarga de chivárselo en voz bajita cuando alguien le pregunta. Marichu abre siempre mucho los ojos y deja el rostro tranquilo. A ratitos, sabe lo que le sucede. Y lo intenta paliar derrochando cariño, siendo atenta, efusiva y cercana con todo el que se le acerca. Enfermó de Alzheimer hace ya 6 años. Y ahora Fernando es su memoria.

Le diagnosticaron la enfermedad a raíz de sufrir una angina de pecho. Cuando acudía a consulta, los médicos le preguntaban por su historial y ella no sabía responder. Así se dieron cuenta de que su memoria empezaba a volverse frágil. Para Fernando comenzaba entonces la prueba más difícil: recordar su historia en común por los dos y cuidar de ella las 24 horas del día, cada día del año.
Y ese ‘cuidar de ella’ implica un paquete de responsabilidades casi inacabable: acompañarle al médico, darle de comer, mantener la casa en orden, comprar lo necesario, hacerla feliz. Todas, misiones que Fernando cumple con amor y con inventiva. De esta última echa mano siempre que puede: “Una época le dio por hacer crucigramas, y hasta sudokus, y le regalé una máquina en la que los podía hacer. Que mantenga la mente ágil es fundamental”, dice con energía, pero se desinfla cuando recuerda que tampoco eso valió para mucho, porque ella dejó pronto de hacerlos. Marichu se abruma ante su dedicación: “Menos mal que le tengo”, dice mientras ríe, transmitiendo un agradecimiento tan desvalido como tierno. Y tierna es también su imagen de hombros echados hacia delante, resignados, y manos entrecruzadas que dejan pasar las horas.

El matrimonio tiene tres hijos. Tropecientos nietos. De algunos recuerda sus nombres, de otros no. Según el día y según el momento. Fernando le tiende una treta cariñosa: “¿Cuántos yernos tienes?”, “Tres”, contesta ella. “¿Y cómo se llaman?” Marichu suspira… Busca y rebusca. Lo intenta en balde. “No me acuerdo”, dice al fin. Le duele ese vacío, se nota. Pero no por ello deja de presumir de familia. Se ajusta sus gafas y señala sin parar la foto que cuelga de su salón, en la que todos sus familiares la rodean. No sabe sus nombres pero es devota de ellos. La memoria le traiciona, pero no el sentimiento.
Cuando se conocieron tenían 11 y 14 años, respectivamente. Fernando se ‘flechó’ por ella bien pronto. Se casaron jóvenes y después de 60 años juntos, ahora Marichu no luce la alianza de boda. Se mira las abultadas manos. “¿Qué me ha pasado con la alianza?”, le pregunta. Y él le explica, por cuarta vez en el día, que la alianza está rota. Que tuvieron que cortársela cuando sus dedos se hincharon a causa de la medicación que toma para frenar el avance de su enfermedad. “¿Y por qué no me la arreglas?”, pregunta insistente Marichu, a lo que él responde que encargará un anillo más grande que pronto podrá lucir en el dedo. Ella se contenta.
Fernando a veces se agota. Pero no permite que ella lo sepa. Sus gestos delatan paciencia, pero también cansancio. La psicóloga del centro de día al que ambos acuden le ha dicho que es bueno que de vez en cuando “pegue el puñetazo encima de la mesa”. Que estalle y se desahogue. Además de los problemas psicológicos, el Alzheimer ataca físicamente a su mujer, que tiene un mal funcionamiento de la tiroides y la tensión alta. “Cositas”, dice Marichu, que entiende -sólo por encima, con la intuición de un niño- todo lo que le pasa.
Para pelearle el pulso a la enfermedad Fernando la lleva de viaje. Ha recorrido con ella Praga, Viena, algunas partes de Alemania, o más recientemente Mojacar y el Valle del Jerte. Pero no es fácil hacer un viaje y volver de él sin recuerdos. “Ella disfruta cuando está en el lugar, pero una vez en casa, mirando las fotos me pregunta: ‘Y ese sitio tan bonito, ¿dónde está?’”. Y lo mismo pasa si se trata de cine: cuando van a ver una película, a la salida Marichu no tiene ni idea de qué ha corrido por la pantalla durante las dos horas de rigor. Aunque eso sí, la ilusión de acudir a la sala colgada de su brazo no se la quita nadie.
De joven era tremendamente presumida. Y lo sigue siendo. Cuando le hacen una foto, le invaden las preguntas: “¿Tengo que mirar a la cámara o mejor hacia otra parte?”, “¿Estoy bien con esta ropa?”, “¿He salido guapa?”, “¿Me la puedes enseñar?”. Así deja claro que hay cosas que el Alzheimer no puede robar. Y que la personalidad de cada uno queda grabada a fuego en miles de gestos cotidianos que le ganan la batalla a la memoria.
El futuro para un enfermo de Alzheimer y su familia a día de hoy es borroso. No hay un remedio que frene el avance de la enfermedad. Así que ambos se agarran fieramente al presente. Y hacen sus peticiones. La de él, “estar tan fuerte como para poder sobrellevar todo lo que venga”. La de ella, “estar siempre con él, mientras me aguante, claro”. Pero no van por ahí los tiros. Lo de Fernando no es sólo aguante. Él la quiere con la pasión generosa del que no espera nada a cambio.

17.05.2010 · María Paredes

Serie Retratos entre la multitud en periodismohumano.com

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