La autora asegura que nuestro día empieza cuando nos acostamos
- «¡Manda cada día tu cerebro al patio del recreo!»
La pedagoga y ‘coach’ Marta Romo publica el libro ‘Entrena tu cerebro’ con claves y prácticas cotidianas para sacarle el máximo partido a nuestra mente
El ejercicio físico, especialmente el aeróbico, es muy sano para nuestro cerebro, pero eso no es suficiente para cuidar nuestra neuroplasticidad, que es la que nos puede dar esperanzas frente a las dificultades del día a día e incluso frente a las enfermedades degenerativas. La pedagoga, coach y psicoterapeuta Marta Romo acaba de publicar el libro Entrena tu cerebro (Alienta editorial), con el que da claves para sacar máximo partido a nuestra mente a partir de unas prácticas cotidianas para incluir en el día a día y que están relacionadas con las emociones, la conexión social, el juego, el sueño, la alimentación, el ejercicio físico e incluso la actividad de no hacer nada. Romo está convencida que el campo de la neuroplasticidad aún queda mucho trabajo por hacer, es por ello que considera imprescindible retar diariamente nuestro cerebro, un músculo con más de 100.000 millones de neuronas, que no sólo se acaban muriendo con el paso de los años sino que, contrariamente a lo que se creía, también se pueden generar de nuevas. La autora asegura que no somos conscientes de que el cerebro está en nuestras manos, y que podemos incidir en él directamente y llegar a una edad adulta con un buen cerebro.
Hay muchas personas que asocian la gimnasia mental con el ejercicio físico. ¿Qué debemos entender por entrenar nuestro cerebro?
La gimnasia mental también está muy vinculada con mover el cuerpo. Cuando trabajamos con el cuerpo lo que buscamos es hacer ejercicio aeróbico porque, desde hace muy poquito, se ha demostrado que hay una proteína, la BDNF, que alimenta el tejido neuronal y hace que podamos generar nuevas neuronas. Para tener nuevo tejido, uno de los ejercicios más potentes es la parte más física.
Pero no nos quedamos ahí…
Ni mucho menos. Hay una parte muy importante que tiene que ver con retar al cerebro. Todos los ejercicios que te hacen coordinar lado derecho con izquierdo, tren superior con tren inferior, ya son retos para el cerebro.
Tradúzcalo en una práctica cotidiana
Prueba de hacer un ocho con el dedo derecho y con la pierna izquierda hacer el mismo número pero en el sentido opuesto. O, simplemente, cambiar cada día la ruta para llegar al trabajo. Son pequeños retos.
¿Qué sucede en nuestro cerebro si hacemos eso?
Si retamos al cerebro lo que estamos haciendo es provocar nuevas conexiones, sino lo que pasa es que el cerebro vuelve a lo de siempre. Si no estimulamos otras partes suyas, al final es imposible que crezca.
En el cerebro también albergamos los pensamientos o emociones como el miedo que, en muchas ocasiones, nos paralizan. ¿Cómo podemos plantar cara a estos saboteadores para que nuestro reto nos obligue a salir de la zona de confort?
Los pensamientos boicoteadores hacen mucho ruido porque están alimentados por creencias que llevan ahí desde hace mucho tiempo y nos acompañan desde que somos pequeños. Estos pensamientos hacen, literalmente, mucho ruido porque los hemos oído tantas veces en nuestra cabeza, que disponen de una especie de autopista para ellos. Mientras que los pensamientos nuevos, que pueden ser estos pensamientos más forjadores o potenciadores, tienen menos conexiones y hacen menos ruido. Poner foco a estos pensamientos con mucha fuerza de voluntad es básico. Tienes que retar cada día a tu cerebro para que esos nuevos pensamientos hagan otra autopista y los escuches con más facilidad.
Entiendo que la repetición es la estrategia básica para adquirir nuevos hábitos…
Completamente. Cerebralmente hablando, lo que hacemos cuando repetimos algo es segregar mielina, que es una especie de aislante que cubre todo el tejido neuronal y hace que la información sea más ágil. Todo lo que tiene que ver con el entrenamiento cerebral está basado en la repetición, trabajar un poco cada día.
Trabajar un poco cada día implica tener mucha voluntad. ¿Cómo podemos alimentarla?
Lo primero es aceptar y entender que la fuerza de voluntad es un músculo que se agota. Muchas veces nos proponemos cosas y llegamos faltos de reserva de fuerza de voluntad porque llevamos todo el día tomando decisiones o gestionando conflictos. Hay que descansar la fuerza de voluntad, jugando o no haciendo nada, porque lo que eso hace es relajar la tensión que tenemos constantemente. ¿Cómo se alimenta? Descansando, con glucosa, hidratación y oxígeno. Con estos elementos el cerebro carga pilas. También recomiendo, de vez en cuando, dejarse llevar.
¿En qué sentido?
Muchas veces, y seguro que a más de uno le ha pasado, te vas a poner a hacer algo importante, pero antes te entran ganas de mirar redes sociales o hacer alguna cosa por casa. Durante ese proceso de distracción, que cuando sucede hace que nos juzguemos mucho, el cerebro está buscándose aliados para cargarse las pilas y poner la voluntad y la capacidad de esforzarse para hacer algo importante. Es necesario respetar esos momentos de distracción.
Tenía entendido que eso nos podía desconcentrar más…
El cerebro es muy sabio, y si te manda como impulso que vayas a la cocina a tomarte algo y descanses es porque lo necesita. Si haces ese descanso, cuando te sientes vas a aprovechar más el tiempo.
¿Cuál es la media de tiempo que nuestro cerebro puede aguantar concentrado y trabajando a ritmo alto?
Se habla de unos 90 minutos y hay que tener en cuenta que si no hay un 100% de atención en lo que haces ya no es atención. De ahí, todo el entrenamiento que tiene que ver con la meditación y el mindfulness, es decir, estar en el momento presente. Si estás en un 99% es que ya hay otra cosa por ahí. El cerebro es un órgano de supervivencia absoluta y de presente, pero la mente está constantemente en el futuro o en el pasado. Cuando conectas el cerebro con esa capacidad de estar en el presente es cuando das lo mejor de ti mismo y tienes esa capacidad de atención plena.
Vimos en un momento en el que el estrés está al orden del día. Usted asegura, incluso, que nuestro cerebro no está preparado para la vida moderna…
No. No es que haya aumentado el estrés, sino los estímulos y la cantidad de información que recibimos por segundo y la cantidad de tareas que somos capaces de hacer y que antes no teníamos la necesidad, y esto es lo que genera el estrés. Ha aumentado la información, la agilidad y la rapidez pero, sin embargo, no hemos regulado los tiempos. Probablemente, nos iría mucho mejor si redujéramos las jornadas de trabajo laboral, por ejemplo. Seríamos más productivos y, en menos tiempo, lograríamos mejores resultados. Es como si el mundo digital fuera por un sitio mientras que el mundo social todavía no se ha sumado a ese carro y hay un desfase brutal que nos provoca todo ese estrés.
Todos hemos escuchado en algún momento de nuestra vida que un buen descanso es básico para afrontar el día pero usted va más allá y asegura que nuestro día empieza cuando nos acostamos. ¿Qué sucede en nuestro cerebro por la noche?
Si hemos llegado hasta nuestros días durmiendo es porque tiene un sentido vital absoluto. Hay muchísimas enfermedades asociadas a la falta o al exceso de sueño. Normalmente, seis horas y media es el tiempo que necesita el cerebro para hacer todos los procesos que tiene que hacer. Lo primero que hace es limpiar: cuando dormimos se contraen algunas células y hay muchísimo más espacio para que el líquido que limpia junto con la adenosina elimine todos los tóxicos que se han ido acumulando a lo largo del día. De hecho, sabemos que hay algunas enfermedades neurodegenerativas como el alzheimer o el parkinson que están vinculadas a una ausencia de sueño. El cerebro lo que hace en ese momento del sueño es organizar esa información, la coloca en compartimentos por similitud y deshecha la información que considera que no es relevante. De tal manera que, al día siguiente, tienes espacio para recibir nueva información. Si nos has hecho ese proceso, al día siguiente estarás saturado. Por eso digo siempre que el día empieza cuando te acuestas.
También habla de la importancia de no hacer nada, algo que en nuestra sociedad se asocia con la pérdida de tiempo. ¿Qué implica saber no hacer nada?
No hacer nada mejora nuestro estado cerebral, significa mandar al cerebro al patio del recreo. No hacer nada no es ponerse a leer, centrarse en la respiración o meditar. No hacer nada es dejar hacer al cerebro lo que le venga en gana en ese momento, que piense lo que quiera o lo que pida en ese momento. Por un lado estás relajando muchísimo, por otro lado, cuando incorporas en tu día a día esos momentos de no hacer nada te das cuenta que son momentos de lucidez. Como estás quieto, empiezas a oír esas conexiones cerebrales nuevas que en el día a día no escuchas.
Es por ello que muchas veces la inspiración nos sorprende en la ducha, o, incluso, conduciendo…
Exacto. Son actividades automáticas que el cerebro recibe es como si no estuviéramos haciendo nada porque para él es un hábito o una rutina y no tiene que pensar.
No sé yo si nos cuesta más hacer algo o no hacer absolutamente nada…
(Ríe) Creo que cuesta más no hacer nada.
Hábleme de las emociones a las que muchas veces dejamos tan olvidadas. ¿Cómo las debemos gestionar en nuestro día a día?
Hay que saber dejarlas pasar y eso implica varias cosas: ser conscientes de que están, darles un lugar, y después entender por qué ha aparecido esa emoción. Si no entiendes qué información da la tristeza, por ejemplo, difícilmente vas a hacer algo al respecto. Y si no haces algo al respecto, te quedas triste. El proceso sería darse cuenta primero de cómo estás, entender cuál es el sentido de estar así y después moverte. Si alguna de esas tres partes falla, la identificación, la empatía con la emoción o el movimiento, la emoción se queda allí. Los neurotransmisores que se generan con esa emoción se quedan en el torrente sanguíneo y tenemos mucho más toxicidad en nuestro cuerpo si hacemos caso omiso a esas emociones.
Parece que está sociedad occidental da la espalda, de manera especial, a las emociones negativas: no te enfades, no estés triste, no te aburras…
Cierto, cuando el aburrimiento es una emoción maravillosa; fruto de este aburrimiento salen un montón de cosas creativas, por ejemplo en los niños. Es cierto que son emociones muy penalizadas, pero son emociones que están ahí y que tienen un sentido. Darles la espalda no es la solución, al contrario, dan información muy valiosa sobre dónde están tus límites. Las emociones “negativas” son muy positivas (Sonríe).
Introduce también el concepto del juego, algo que, desgraciadamente, parece que perdemos al hacernos mayores. ¿Qué implica seguir jugando y cómo hay que hacerlo para contribuir a tener ese cerebro sano?
Es una pena porque el juego en todos los mamíferos es un indicativo de salud mental. Cualquier animal que deje de jugar, tenga la edad que tenga, es porque tiene un problema mental. Sin embargo, los adultos hemos dejado de jugar y no nos preguntamos si tenemos algún problema, cuando yo creo que sí. El juego es necesario porque nos permite simular la realidad, algo que necesita nuestro cerebro: jugar con lo real de manera imaginaria. Es una forma de entrenarse para que, cuando suceda realmente, tu cerebro ya lo haya podido manipular. Por otra parte, en el juego se permite el error. Cuando entras en modo juego te relajas de tal manera que puedes atreverte a hacer cosas que normalmente no haces o que en el mundo formal no suceden. Finalmente, el juego es la mejor manera que tenemos los seres humanos para aprender. Hay un neurotransmisor que se asocia al juego o al placer, la dopamina, y que es como el pegamento de la memoria, hace que se fijen los recuerdos y todo lo que aprendemos. Si no hay dopamina no hay aprendizaje. En la medida que tenemos juego en nuestro día a día generamos más dopamina y tenemos más receptividad a la hora de aprender cosas.
Algún lector puede pensar ahora mismo: diez minutos al día de juego, diez minutos de meditación, diez minutos de no hacer nada, otros diez de deporte. ¡Esto va camino de ser un estrés!
Hablo de poco tiempo para que no sea estresante, cinco o diez minutos, lo que sí que es importante es que sea cada día. Lo interesante de trabajar con distintas actividades que lo que hacen es activar distintas partes de tu cerebro y distintas ondas, por lo tanto, distinta química, es que tu vas trabajando tu flexibilidad. Si cada día vas incorporando todo esto llega un momento en que vas a tener esa capacidad de estar en cada momento en la tarea que quieras estar. Es simplemente cambiar de frecuencia o de estado mental, porque sino estamos constantemente en ondas beta, que son las que tenemos cuando estamos haciendo tareas, o en ondas zeta cuando te vas a la cama.
¿Es posible engañar a nuestro cerebro?
Más bien es al revés. El cerebro comete muchas trampas para utilizar menos energía, por ejemplo con la vista o con otros sentidos. Se puede engañar a nuestro cerebro más humano que es el neocórtex, que es donde está todo lo que tiene que ver con el pensamiento estratégico, la imaginación, el lenguaje, etc. Al cerebro emocional y visceral, que es el sistema reticular, ya es más difícil de engañar.
Albert Doménech es periodista y autor de esta entrevista de Marta Romo para La Vanguardia. Puedes seguirle en Twitter en @albertdomenech
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