
Alois Alzheimer y la enfermedad que cambió la historia de la neurología
Hablar de Alois Alzheimer es adentrarse en uno de los capítulos más importantes de la historia de la medicina. Detrás de un nombre hoy universal existe una historia humana, científica y profundamente reveladora, que marcó el inicio del estudio moderno de las demencias.
Alois Alzheimer no solo describió una patología. Además, ayudó a cambiar la forma en la que se entendía el deterioro cognitivo, en una época en la que estos síntomas se atribuían casi exclusivamente a la edad o a la locura.
Los primeros años de Alois Alzheimer
Alois Alzheimer nació el 14 de junio de 1864 en Marktbreit, un pequeño pueblo de Baviera, Alemania. Desde joven mostró una clara vocación por la medicina y se formó en varias universidades alemanas, especializándose finalmente en psiquiatría y neurología.
Con el paso del tiempo, se estableció en Fráncfort del Meno, donde trabajó en la Institución para Enfermos Mentales y Epilépticos. Allí coincidió con el neurólogo Franz Nissl, con quien desarrolló estudios pioneros sobre la estructura microscópica del sistema nervioso.
Gracias a este trabajo, Alzheimer adquirió una sólida base en neuropatología, algo poco habitual en su época y fundamental para sus descubrimientos posteriores.
Auguste Deter: el caso que marcó la historia
En el otoño de 1901 ingresó una paciente que cambiaría para siempre la historia de la neurología: Auguste Deter, una mujer de 51 años con pérdida de memoria progresiva, alteraciones del lenguaje, cambios de conducta e insomnio.
Aunque Alois Alzheimer ya había tratado a muchos pacientes con demencia, la edad relativamente joven de Auguste le llamó poderosamente la atención. Por ese motivo, decidió realizar un seguimiento clínico especialmente detallado, registrando conversaciones y síntomas con gran precisión.
Con el paso de los años, el deterioro fue devastador. Finalmente, Auguste falleció en 1906 tras una evolución trágica de la enfermedad.
El estudio del cerebro y el hallazgo decisivo
Para entonces, Alzheimer ya se había trasladado a Múnich, donde trabajaba junto a su mentor, el prestigioso psiquiatra Emil Kraepelin. A pesar del cambio de ciudad, solicitó que le enviaran tanto el historial clínico como el cerebro de Auguste Deter.
Al analizarlo, observó una marcada atrofia de la corteza cerebral y, al microscopio, encontró placas y ovillos neurofibrilares, estructuras patológicas desconocidas hasta ese momento. Estos hallazgos suponían una nueva forma de entender la demencia.
Aunque presentó sus resultados en 1906, en un primer momento no despertaron un gran interés en la comunidad científica.
Emil Kraepelin y el nacimiento del término
El papel de Emil Kraepelin fue decisivo. Fue él quien comprendió la importancia del trabajo de su colega y quien, en 1910, incluyó el término “enfermedad de Alzheimer” en su tratado de psiquiatría.
Inicialmente, este diagnóstico se utilizó para describir la llamada demencia presenil, es decir, la que aparecía antes de los 65 años. Sin embargo, con el tiempo, el término se amplió y comenzó a aplicarse también a la demencia del anciano.
Gracias a Kraepelin, el nombre de Alois Alzheimer quedó ligado de forma definitiva a la enfermedad que había descrito.
Una vida corta y un legado que perdura
Alois Alzheimer continuó su carrera académica y llegó a ser profesor y director del Instituto de Psiquiatría en la Universidad de Breslavia. No obstante, su salud se deterioró tras una enfermedad adquirida durante un viaje.
Falleció el 19 de diciembre de 1915, con solo 51 años, sin llegar a imaginar el alcance de su trabajo ni el impacto que tendría en generaciones futuras.
Hoy, más de un siglo después, cuando hablamos de Alois Alzheimer, no solo recordamos a un médico brillante, sino también el inicio de una lucha científica y humana que continúa vigente y que sigue dando sentido a la investigación y al cuidado de las personas con demencia.

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