El señor P. era un eminente músico que había acudido a la consulta de un neurólogo porque tenía problemas para identificar las cosas de su entorno. En alguna ocasión lo habían sorprendido dando palmaditas en la parte superior de las bocas de incendios creyéndolas cabecitas de niños o iniciando una conversación con el picaporte de una puerta. Tras la revisión, el señor P. salió de la consulta. De repente, se detuvo en seco, rodeó el coche y se dirigió al asiento que ocupaba su mujer, la agarró del cuello de la camisa y por las orejas e intentó ponérsela en la cabeza.
En este caso concreto, el señor P. padecía una pérdida cognitiva aguda: su cerebro era capaz de ver, oír, sentir y escuchar perfectamente, pero no podía emitir juicios personales. No era capaz de ver la totalidad de las cosas, sólo veía detalles, pero nunca establecía relación con la imagen como un todo. Hasta un niño identificaría inmediatamente un guante como un guante, lo vería como algo familiar, asociado a una mano. El señor P, no. Es por eso que metía, por ejemplo, a su mujer en la misma categoría conceptual que un paraguas o un sombrero. Podía identificar el esquema sin captar en absoluto la realidad. Aunque suene inverosímil, este caso es real y fue estudiado por el famoso neurólogo británico Oliver Sacks, quien ha revolucionado, según la opinión de muchos especialistas, la comprensión que la medicina moderna tenía del cerebro.
Oliver Sacks, escribe libros de historias clínicas como si fuesen novelas, es adicto a las piscinas, Star Trek y a los helechos pero, sobre todo, se ha convertido, junto con Stephen Hawking, en uno de los principales divulgadores del pensamiento científico entre el gran público. Sus libros, reúnen talento literario y rigor científico. Pero, por sobre todo, describen la vida allí donde ésta resulta más apasionante: en el interior del ser humano, en su juicio, en su memoria. Y elige, para iluminar el enigma, la diferencia, la enfermedad, la pérdida; situación que pone al paciente ante la necesidad de construir una nueva realidad, un nuevo juicio.
Luego de que Sacks lo examinara, el Señor P. le preguntó: “ya veo que le parezco a usted un caso interesante. ¿Puede decirme qué trastorno tengo y aconsejarme algo?… A lo que médico respondió: “no puedo decirle cuál es el problema, pero le diré lo que me parece magnífico de usted. Es usted un músico maravilloso y la música es su vida. Lo que yo prescribiría, en un caso como el suyo, sería una vida que consistiese enteramente en música. La música ha sido el centro de su vida, conviértala ahora en la totalidad”. Es evidente que en este caso, el músico no era capaz de hacer un juicio cognitivo. El juicio es intuitivo, personal, global y concreto: “vemos” cómo están las cosas, en relación unas con otras y consigo mismas. Era precisamente este marco, esta relación, lo que le faltaba al doctor P. Pero, a pesar de no existir la cura para el Señor P, Sacks le marcó el camino para sacar ventaja de sus capacidades y así poder adaptarse al caos dentro de su mente.
No es de extrañar, entonces, que sus libros hayan contribuido a iluminar tantos caminos sombríos. “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” (1985) es uno de sus primeros textos y uno de los más exitosos. De hecho, se convirtió en una obra de un solo acto, una ópera y una producción de teatro en francés interpretada por Peter Brook. Pero su producción literaria no sólo ha servido de inspiración al teatro sino también a la televisión y al cine. Su libro ”Despertares”, por ejemplo, sirvió de inspiración para la película de 1990 en la que actuaron Robin Williams y Robert De Niro; y un capítulo de su libro “Un antropólogo en Marte” se convirtió en 1999 en la película “A primera vista”.
Para Sacks, el diagnóstico casi no viene al caso y es, más bien, una suerte de preámbulo; ya que muchos de los enfermos que buscan su opinión son incurables. Por eso, sus héroes son los pacientes que aprendieron a superar grandes obstáculos: la persona con el Síndrome de Tourette, que se caracteriza por múltiples tics motores y por lo menos un tic vocal, que se convirtió en cirujano o el pintor que perdió la visión del color pero encontró una identidad estética más fuerte incluso trabajando en blanco y negro. Hoy, a veinte años de haber conocido al señor P., este notable neurólogo, continúa atendiendo, estudiando nuevos casos y “aguardando la inspiración, como siempre…”, confiesa Sacks, para encontrar la salida que ayude a sus pacientes a entender un poco mejor los inexplorados secretos de la mente.
Artículo escrito por Mariana Nisebe en Clarín.
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