Hoy, 26 millones de personas tienen Alzheimer, número que se multiplicará por cuatro para el año 2050, según un grupo de investigación de la universidad John Hopkins. Es decir, de aquí a 40 años, una de cada 85 personas en el mundo sufrirá del mal del Alzheimer, la demencia senil más frecuente.
Cada enfermo de Alzheimer, enfermedad crónica e irreversible, representa a una familia afectada. Mientras las facultades físicas y mentales del miembro familiar deterioran progresivamente, el resto de la familia se enfrenta a una serie de preguntas, emociones, decisiones y cambios de vida.
En esta crónica, Marta Arenzana Ibán cuenta su propia experiencia con la degeneración del Alzheimer en su madre. Sin pasar por alto la angustia que supone enfrentarse al Alzheimer en un ser querido, hoy Marta puede decir: «A medida que mi madre iba perdiendo capacidades, yo las iba ganando.»
Crónica sobre la enfermedad del olvido
Por Marta Arenzana Ibán
A mi madre, mi maestra
© Marta Arenzana
Capítulo l
La sola mención de la palabra Alzheimer puede producir un tremendo escalofrío. Es el mal del olvido. Una canción que aprendí de niña decía que «recordar es volver a vivir», y es muy cierto. Por el contrario, olvidar es como no haber vivido. Y con esta enfermedad, olvidas no sólo el pasado, sino que eres incapaz de recordar el presente. Es como no vivir.
Es durísimo ver a un ser que amas profundamente, una persona que ha sido un ejemplo para ti, que ha apreciado la vida tanto que se ha empeñado en vivirla aun en medio de tremendos sufrimientos, convirtiéndose en «algo» prácticamente inanimado, que se va alejando de ti, aislándose, deteriorándose mentalmente de una manera inexorable e incontrolable. Entonces tienes que echar mano ineludiblemente de los recuerdos que, aunque duele traerlos a la memoria, son los que te ayudan a conservar los lazos de amor y respeto que pugnan por desaparecer.
Situémonos a finales de los años 70. Entonces no contábamos con centros ni nada que sirviera a los sufridores de este mal, tanto pacientes como familiares.
Me parece muy apropiada la denominación de «mal», y no «enfermedad» porque no es tanto algo que se contraiga por contagio, exposición, descuido, o herencia como sucede con otras enfermedades, sino que se pone de manifiesto sin que, hasta ahora, se sepa definitiva y fehacientemente cómo ni por qué. Pero de que es un mal no cabe la menor duda; yo diría que, más que «un mal» es «un peor», porque no he conocido nada tan destructivo y maligno como el Alzheimer.
Tengo que confesar aquí que mi vocación, desde la niñez, fue la medicina. Mi anhelo era ser médico, cirujano a ser posible, aunque me hubiera conformado con ser enfermera, pero de las «buenas»… No pudo ser. Siendo una adolescente que luchaba consigo misma y con su entorno, y perdía, rogué a Dios que se hiciera cargo de mi vida, y él me fue llevando por otros senderos. No obstante, mi interés por los temas médicos se mantuvo a lo largo de los años, y la maternidad y las enfermedades padecidas, me permitieron «practicar» de una manera muy de andar por casa el cuidado de la salud. Lo que no me hubiera esperado nunca es que fuera mi propia madre quien me colocara más cerca del tema de lo que yo hubiera imaginado.
Este testimonio es sólo una imagen somera de lo que es en realidad algo mucho más complejo y profundo. Ni el proceso de la enfermedad está completo, ni la totalidad de mis actuaciones y sentimientos han sido expuestos, pero sí lo esencial de ambas cosas, posiblemente de una forma deshilvanada, inconexa, tal como ha ido aflorando a mi memoria.
© Marta Arenzana
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La entiendo es fuerte desde hace ya cinco año mi abuela tiene la enfermedad y cada día sufro mas por ella como era mi abuela ante y como es ahora no entiendo porque a ella pero ni modo y me cuesta entenderlo que mi abuela que es la mujer que yo mas amo en este mundo fue la que me dio esto 27 años que tengo padezca esta enfermedad y me doy cuenta que cada día que pasa es peor solo le pido a la vida que me de la cura para mi abuela así cueste lo que cueste…
Muy buenooo!!!