Mirar como Dios a los enfermos de Alzheimer
– Buenos días, Vicenta, ¿cómo estás hoy?
– Bieeen, es que… ahí vino… yyy… fsdglos papeles… …
Está hoy más tranquila. Sentada frente al radiador, su mirada perpleja me rodea desde las grandes gafas. Sé que sabe quién soy pero no le sale mi nombre; no porque no se acuerde, sino porque las palabras no aciertan a ser pronunciadas, como si fuese Vicenta presa de alguna suerte de encantamiento maléfico.
Tiene Alzheimer. La cuarta causa de muerte en España; pero es solo el apellido: su nombre es Vicenta, Saturnina, Remedios, Eugenio…
Veo a Remedios desde la puerta, la cabeza clavada en el pecho. Al hablarle reacciona, pero los recuerdos, las bromas, deambulan por terrenos incoherentes, se deslizan a lo absurdo.
Su mente se deshace poco a poco, sus facultades se descomponen a cámara lenta. Como las de Saturnina, que asiste inmóvil al paso de las horas sumergida en un estupor gris; o como Eugenio, cercado por un silencio que parece ir helando progresivamente su latido.
La visita a estas personas es lo más cercano a la gratuidad que tengo el valor de hacer: ellos no pueden agradecérmelo, puesto que cada vez soy un desconocido.
– Es el cura – vuelve a explicarle su hija, su cuidadora, su esposo.
Y me parece que en realidad me acerco a verlos a ellos, a sus familiares, que sufren de manera brutal esta irreversible invasión de la ausencia. Como si los rasgos de una vida se desdibujaran dolorosamente, fotograma a fotograma, hojas caídas en otoño…
Me figuro que Dios nos mira así; tampoco nosotros lo conocemos la mitad de las veces. Cada día llega hasta mí y yo no acierto a reconocerlo en las personas, en las cosas que pasan… Pero Él sí que me conoce, y a pesar de eso me quiere y me elige. Por pura gratuidad.
Acaso está Dios escondido en estos enfermos, en esta debilidad que me abruma… seguro.
Para que me encuentre con Él y le sirva a través de la inutilidad aparente de una sonrisa que desaparece al instante. Para que me atreva a mirar como Él, olvidando cualquier sombra de mérito y armado solo con la desproporción de la ternura. Y el ensayo de la humildad.
César L. Caro Periodista digital, «Diario de dos curas de pueblo.»
Josete dice
Es ese «dios» el q castiga el final de una vida dedicada a los demas con esta enfermedad? pues seria un poco bastante hp,no podemos creer eso dibujado entre bonitas frases q esconden no solo olvido ,cite el dolor de la persona o su triste final.. y todo xq? x una prueba mas de «dios»,,, para mi en estos casos es insultante leer estas cosas.. digale a «dios» q sea mas justo con las personas.. haber si le hace caso..
Alzheimer Universal dice
No es insultante el derecho y la libertad de expresión. Tanto de los que creen en Dios como los que no. No sé cuál es tu caso pero tienes la libertad plena para decirlo en este sitio y eso es muy grande. Como el autor tuvo la libertad en sus creencias de expresarlo de la manera de la que lo ha hecho y nosotros hemos querido recogerlo en nuestro blog.
Lo que quiero expresar es que si alguien sin creencias, agnóstico (por poner ejemplos) o que hace un documental relacionado con el alzheimer y la república, y cuenta su historia de vida, tiene todo el derecho a hacerlo y por supuesto a ser alabado y/o criticado. Por el trabajo o por mezclar la vida real con la enfermedad que le aqueja. En este sitio no entramos en política pero no censuramos las creencias ni la ausencia de ellas. Las creencias son el bastón de decenas de millones de personas sanas y de muchas más que padecen alguna dolencia. Por respeto.
Personalmente no creo que Dios esté atento a estas cosas ni deje de estarlo. Es más cosa de ciencia.
Un saludo