Michelle Garcia Winner, logopeda y experta en pensamiento social de Estados Unidos, aseguraba hoy en la contra de La Vanguardia que “el mal humor se contagia. Se ha comprobado neurológicamente que si una persona que está de mal humor entra en una sala, sin necesidad de que exprese este mal humor ni con gestos ni con palabras, rápidamente su estado negativo se expande como un virus”. Rápidamente me ha llamado la atención y he tratado de encontrar evidencias de ello.
Cierto es. Son varios ya los estudios que han confirmado que el mal carácter influye en la capacidad para trabajar y que puede contagiarse a las personas de alrededor. En 2012, investigadores de las universidades de Texas y de California hablaron de lo que han denominado contagio emocional o, dicho de otra manera, proceso de tres fases en el cual los sentimientos de una persona son transferidos a otra persona (algunos especialistas la han llegado a denominar “forma rudimentaria de empatía”, para facilitar su comprensión). Huelga decir que ya en 1994 los psicólogos Elaine Hatfield y John Cacioppo, junto con el historiador Richard Rapson hablarin de este concepto en su obra Emotional Contagion.
Según la investigación más reciente de 2012, la primera fase involucra el mimetismo inconsciente, en la que el individuo copia sutilmente las señales no verbales de otra persona (postura, expresiones faciales y movimiento). Durante la última fase, los individuos comparten su experiencia hasta que sus emociones y comportamiento se sincronizan.
La conclusión de este contagio emocional es que un encuentro cercano con un compañero de trabajo en un mal día puede propiciar que de forma inconsciente se adopten los comportamientos no verbales del compañero. Esta naturaleza contagiosa de las emociones puede incrementarse, como parece lógico, cuanto mayor sea el contacto con el compañero de trabajo.
En 2007, investigadores de la Escuela de Psicología de la Universidad de Pennsylvania contaban de forma parecida que el mal carácter puede atraparse sin siquiera saberlo, y es esto lo que lo hace tan traicionero. La explicación es que las personas imitaríamos de manera inconsciente las expresiones y conductas de los que nos rodean, junto con el carácter que puedan mostrar. O sea, de nuevo el contagio emocional.
En esta segunda investigación se analizaron cuatro grupos de personas a las que se les pidió distribuir una cantidad limitada de dinero. Sin que los demás participantes lo supieran, se asignó a un actor interpretar un carácter diferente en cada grupo. Cuando el actor mostraba señales de negatividad, como por ejemplo levantar la voz en señal de fastidio o sonar un lápiz sobre la mesa de manera insistente, el grupo tuvo menos probabilidades de cooperar y más de involucrarse en conflictos. Sin embargo, en los grupos en los que el actor mostró una respuesta positiva, como por ejemplo mostrar siempre una sonrisa, los participantes fueron más cooperativos. Conclusión: el carácter del actor se propagó a los demás e influyó en sus acciones, aunque nunca se dieron cuenta de lo que sucedía.
Neuronas espejo
Según algunos avances en neurociencia, el contagio emocional se encuentra estrechamente ligado al descubrimiento de las neuronas espejo (un tipo de células cerebrales, dispersas, que actúan como redes inalámbricas, rastreando el flujo neuronal, el movimiento y las interacciones entre las personas). Estas neuronas explican el hecho de que, al interactuar, dos seres humanos tengan activadas en el cerebro las mismas áreas.
Buenos humos
Por fortuna, según la teoría del contagio emocional, el buen carácter también es contagioso, así como el optimismo, el entusiasmo, el enfado o la frustración. Asimismo, el contagio emocional podría jugar un papel muy importante en algunas enfermedades como el Alzheimer. Al menos según un trabajo reciente llevado a cabo por investigadores de la Universidad de California, que determina que las personas con Alzheimer o con problemas prematuros de pensamiento y memoria tienden a imitar las emociones de las personas que les rodean. Este hallazgo es muy importante de cara a los cuidadores, puesto que, según los expertos, si el cuidador está tranquilo y alegre, los pacientes imitarán esas emociones positivas.
Fuente: www.medciencia.com
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