Mi abuela y el Alzheimer
Carta de un Niño de 11 Años a su Abuela
Mi abuela Pepita tiene 74 años y es viuda de Manuel desde hace un par de años, y eso no es ninguna suerte. A los 72 más o menos tuvo una enfermedad que cambiaría mucho el resto de su vida y no para bien, sino para mal. Mi abuela no tuvo la culpa de que tuviese tan mala suerte, como el resto de los enfermos.
Esta enfermedad fastidia mucho, porque no te puedes comunicar bien con un familiar con el que siempre lo has hecho sin dificultad alguna. Yo, a mi abuela, la noto más apagada que antes pero la sigo queriendo igual porque, aunque no sea como antes, en el fondo sigue teniendo el mismo corazón de oro que ha tenido siempre.
A veces se queda con la mirada perdida, yo creo que se encuentra muy extraña.
Ahora precisamente es cuando hay que demostrarle a nuestros familiares todo el cariño y afecto que les tenemos para que sientan que les queremos y que en esta vida estaremos juntos mientras permanezcamos aquí. Además, mi abuela antes era muy simpática, y lo sigue siendo pero menos. No es porque no quiera, sino por su enfermedad, que la hace más débil, y eso da mucha pena, más aún cuando es un familiar tan directo como lo es ella.
Ahora le cuesta mucho trabajo caminar, porque le duele todo y se encuentra torpe; a veces se da cuenta y le da vergüenza. La enfermedad de Alzheimer le hace no poder recordar los hechos sucedidos hace dos días más o menos, en cambio recuerda sin problema algunas historias de más de veinte, treinta o cuarenta años atrás. Siempre tuvo una vida muy movida, porque tuvo cinco hijos. Vivió mucho tiempo en Sudamérica, en concreto en Venezuela.
Siempre le gustó mucho coser, pero un día empezó a hacerlo mal y raro, también empezaba a intentar beber de vasos vacíos; esas fueron algunas de las principales causas por las que sospecharon que podía tener alguna enfermedad mental. Es terrible vivir así, pero de todas formas yo la quiero mucho y viceversa. Recuerdo que antes, cuando vivía en Sta. Cruz, sonreía mucho, pero ahora es casi imposible hacerla sonreír. Ahora la vemos más, porque vive en Gregorio Hernández y ahora parece que sus hijos e hijas son sus padres, porque cuidan mucho de ella.
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