La única realidad es el dolor universal – Siddartha Gautama
De la filosofía y el dolor universal a las Asociaciones
Todos aquellos que nos encontramos junto a una persona con una enfermedad que le afecta al cerebro, tras los primeros momentos del síndrome de adaptación a la nueva situación empezamos a hacernos una serie de reflexiones. Entre éstas, sin duda están las filosóficas. Comprobamos con consternación e incluso con horror cómo nuestro concepto de mente se pone seriamente en entredicho.
- ¿Qué es lo que hace que una persona sea ella misma y no otra?
- ¿Qué puede cambiar dentro de la persona para que la podamos seguir considerando la misma que siempre?
- ¿Qué tiene que cambiar para que no la veamos como la misma que siempre fue?
Desde mucho antes que la historia se empezara a escribir, los filósofos han intentado explicar la esencia de nuestro ser. Los primeros pasos en esta materia pergeñaron una filosofía basada en el inmovilismo, la inexistencia del cambio, la perpetuidad, lo indivisible. Unido tal vez a los primeros asentamientos en poblados y ciudades, después de un periodo nómada, se constituyen las primeras grandes religiones y filosofías basadas en templos estables y previstos como eternos en el tiempo e inamovibles, al ser el centro de un universo en teoría perfectamente conocido.
Dentro de esta teoría el hombre no puede ser sino poseedor de un alma totalmente en sintonía con el modelo establecido: eterna, indivisible, inalterable por ningún acontecimiento.
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Fueron los griegos los que empezaron a relacionar órganos con funciones en el cuerpo humano. A partir de estas deducciones se fueron sumando y agregando nuevas aportaciones. Galeno, al observar los ventrículos cerebrales y sobre todo al diseccionar los grandes nervios, creyó que estos estaban huecos y que por ellos discurría el pneuma. El soplo vital que transportaba las sensaciones del exterior al cerebro.
Spiritus animalis
Siglos más tarde, Descartes desarrollaría este concepto hablando del “spiritus animalis”. Dice Whitehead que la filosofía europea de los últimos siglos son sólo apuntes a pie de página de los diálogos de Platón. Una exageración que sirve para explicar en este caso el desarrollo sobre este tema hasta hace relativamente poco. Sólo cuando se empieza a contar con otras herramientas aparte del razonamiento entran en juego los científicos. El positivismo empieza a remover los cimientos de un pensamiento pétreo y absoluto pero hasta cierto punto tranquilizador en cuanto a la idea del tándem cuerpo-alma. Lo absoluto, que preside todos los ámbitos del conocimiento, empieza a ser puesto en duda. Aunque aparecen filósofos que incomodan con sus ideas, incluso propugnando la muerte de Dios, como Nietzsche, son los científicos quienes realmente tambalean los conceptos clásicos que nos tranquilizaban hasta entonces.
Copernico nos saca del centro inamovible del universo. Einstein derriba el mito de tiempo absoluto, añadiéndolo como una dimensión más. Darwin nos saca del centro de la creación e incluso de la misma creación. Freud empieza el desguace de la propia mente y de la unidad de ésta. En las últimas décadas, y contando con una miríada de nuevas técnicas, el concepto de mente no tiene nada que ver con las primeras aproximaciones. Las nuevas investigaciones nos hablan de un sistema nervioso que recoge una ínfima parte de la realidad que nos rodea con un considerable retraso y que, con unos pocos fotogramas cada algún tiempo, fabrica una película coherente de absoluta consistencia.
Los estudios actuales nos explican el funcionamiento de la mente como el resultado de la existencia e interacción de numerosas redes neuronales que conforman la estructura del cerebro. Sólo cuando hay una disfunción es cuando los que somos legos en la materia nos damos cuenta que algo falla en nuestra sólida concepción, que se ideó milenios atrás, y empezamos a buscar información hasta llegar a las redes neuronales.
Sin embargo, aparte de estos hallazgos, algunos afortunados también hemos encontrado otro tipo de redes: las redes sociales, que se basan en principio en la familia, los vecinos y los amigos. A lo largo de las épocas estas redes han ido evolucionando para ampliarse más allá del entorno cercano del enfermo y para salir fuera del ámbito de la caridad.
Hace muy poco tiempo* que dos nuevas expresiones han hecho su aparición para reforzar increíblemente estas redes: las asociaciones de afectados y familiares de afectados y el fenómeno del voluntariado. Frente al drama de contar con un familiar con problemas, está la satisfacción de comprobar la existencia de organizaciones pertenecientes al tercer sector, perfectamente eficaces y compuestas por personas capaces de dar lo mejor de sí mismas para ayudar a otras personas y a sus familias cuando pasamos por momentos muy difíciles.
*A Coruña (Junio de 2006)
Alejandro Aguilera
ASOCIACIÓN FAMILIARES ENFERMOS ALZHEIMER A CORUÑA
AFACO
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