Décadas antes de escribir ‘El olvido que seremos’, Faciolince encontró en los bolsillos de su padre, médico al que los paramilitares acababan de asesinar en Medellín, una hoja de papel. En la nota ya póstuma, con el magnetismo de Machado en Colliure, había un soneto: «Ya somos el olvido que seremos». Ese sería su epitafio, y con el tiempo rastrear el poema se convirtió en una obsesión para aquel niño en su aventura literaria, porque en definitiva, como él escribe, «Amaba a mi padre sobre todas las cosas…». La historia es emocionante, más allá de la atribución a Borges muy peleada y al fin cierta, porque la figura del padre es siempre una potencia, sobre todo para quien sufre la pérdida. Y entre las formas terribles de perder a un padre, sin duda está el alzhéimer, aunque Borges allí escribiera: «pienso con esperanza en aquel hombre que no sabrá quién fui sobre la tierra». El alzhéimer sí que es ‘el olvido que seremos’.
Hace un par de semanas, al estrenarse el otoño, se celebró el Día del Alzheimer; y ante la carpa instalada en la Puerta del Mar cruzaban los paseantes de largo. Vaya ironía: vivimos olvidados de la enfermedad del olvido; y sólo la recordamos cuando empezamos a dejar de recordar. Paradojas del ser humano: el valor de las cosas no lo da tenerlas, sino perderlas. Y la memoria es el mayor patrimonio del ser humano. Aunque haya hecho fortuna la idea de que ‘la memoria es la inteligencia de los bobos’, sobre todo atribuida a Einstein, que recomendaba no guardar en la cabeza aquello que se pudiera guardar en cualquier otra parte; sin duda la memoria es la sustancia de lo humano: si uno no puede recordar lo que ha visto, lo que ha amado, lo que ha leído, ya no está. Es un drama amargo aun con cierta pátina cómica, como la escena del geriátrico en el capítulo de los Simpsons de aquel mismo día:
-¿Quién es ese perro?
-¿Qué perro?
-¿Y tú quién eres?
-Eso querría yo saber.
Cuando uno no puede recordar, ha perdido mucho más que los recuerdos. Lewis Carroll ya entendió que perder la memoria supone además dejar de recordar el futuro, lo que uno querría vivir, los viajes que le gustaría hacer, los paseos en compañía, libros, abrazos, restaurantes, atardeceres. Se equivocaba Jean Paul al pensar que ‘la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados’. Sí, y el alzhéimer es uno de los destierros más amargos, más inhumanos. Tal vez descansa más quien recuerda menos, como intuyó Cervantes; pero esta enfermedad se cobra muchas víctimas alrededor, porque la memoria de uno es territorio sentimental de muchos.
(Nota bene.-Este artículo iba a ser escrito para el Día del Alzheimer, pero entendí que mejor otro cualquiera, puesto que todos los días deben ser Día del Alzheimer, como de otros males acechantes, contra el ‘alzhéimer moral’ del olvido.)
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