Les dificultats de morir / Las dificultades de morir (Traducido al castellano)
Es difícil imaginar un momento histórico donde morir fuese tan complicado. El “sórdido hecho de morir”, en palabras del filósofo Gomá, quizás nunca haya sido tan sórdido. Saberse mortal es una característica única del ser humano, un hecho con el cual ha debido convivir desde que tiene consciencia de su caducidad. Estar vivo es uno de los motores de la vida. El otro es procrear, que nuestra especie siga viva. Pero, sólo el ser humano, creemos, es consciente de estas fuerzas, las únicas verdaderamente importantes en la naturaleza.
Desde que tenemos consciencia de la mortalidad, luchamos con la muerte. Volviendo a Gomá, considera que la muerte individual, que realmente es lo que más nos aterroriza o inquieta, es una injusticia y una indignidad. Sólo la vida eterna puede redimir este inevitable y luctuoso hecho. Una postura que choca frontalmente con la de los epicurios. Lucrecio pensaba que es precisamente la idea de la vida eterna la que nos hace temer la muerte. Supongo que para que en el terrible juicio final uno no pueda ocultar sus faltas ni tiene un abogado defensor que torture las leyes para encontrar una salida a lo que allí es inevitable. Y nadie, como nos advirtió Jesucristo, está libre de pecado. Pero si, como argumenta Lucrecio y pensamos muchos, después de la muerte no hay nada, ni se satisfarán los deseos ni se purgarán las culpas. Se deja de ser y. no siendo, como no se era antes de morir, no hay memoria, ni dolor, ni esperanza ni placer. No hay nada ni sufriremos ni disfrutaremos de lo que aquí dejemos.
Morir es duro, pero vivir si todo muere es más duro quizás. Y para muchos todo muere cuando se pierde un ser querido. Es duro que mueran las personas que nos dan la vida, pero es más duro aún si la muerte es un camino difícil. Y esto es lo que pasa hoy en día con tantas personas que mantenemos vivas cuando ya casi no tienen capacidad de decisión o no tienen absolutamente ninguna.
Unas veces les incapacita la demencia. Otras el deterioro que causa la enfermedad, que les lleva a un estado de pérdida parcial o total de la consciencia. Entonces familiares y médicos deben tomar decisiones, pequeñas o grandes: tratar esta infección de orina con antibióticos, colocar un respirador o una sonda nasogástrica o agujerear el abdomen para introducirle directamente la comida, por poner algunos ejemplos.
El familiar que ayudará o directamente tomará las decisiones puede sentir a rememorar, al pensarlas mientras vive el dolor de la pérdida, que quizás se ha equivocado, que quizás debía haber siendo más conservador, o más agresivo, que quizás estaba actuando egoístamente, buscando su propio bien cuando lo que estaba en juego era la vida del otro, su muerte.
Por eso, porque nunca como ahora la muerte es un paso complicado para muchos, es importante encarar el proceso. Todos moriremos pero algunos lo harán en un término más breve, en un tiempo próximo que hace que la muerte sea ya presente. La pregunta es: ¿se debe preparar uno para morir? Por ejemplo, arreglar las cosas de esta vida, desengancharse de ella sin dejar atrás nudos que en el momento del último suspiro produzcan una inquietud, un desasosiego que lo haga aún más doloroso. Esto es lo que proponen los expertos en curas paliativas en países donde no se esconde al paciente la inminencia de la muerte. Dicen que antes que la enfermedad tenga tal fuerza que ocupe a casi toda la persona, conviene comentar con el paciente las cosas que verdarmente le importen y ayudar a tomar las decisiones que sean necesarias.
Ésta es la clave: las cosas que verdaderamente le importan. Una reflexión que no todos tenemos hecha. Pero me pregunto, si uno ha vivido si haber de saber, de manera consciente, qué es lo que verdaderamente le importa, le obligaremos, en una situación de fragilidad, a pensarlo. Y si no lo hacemos, ¿cómo tomaremos decisiones en su nombre si no sabemos lo que verdaderamente le importa?
La solución que algunos proponen es que mucho antes que la enfermedad nos ataque ya hayamos discutido con nuestros familiares cómo queremos morir. Y no es suficiente con decir: no quiero estar colgada de un respirador o mantenida en vida artificialmente. Esto es fácil. Lo que es difícil es todas aquellas pequeñas decisiones que hay que ir tomando por otros a medida que pierden “capacidad ejecutiva”, cuando substituimos su voluntad. Quizás el enfermo no sufre este robo porque no sabe qué está pasando. Pero sí que lo sabemos nosotros.
Se plantea un tema de dignidad en una persona que no sabemos si mantiene la capacidad de tenerla. Hay muchos interrogantes, además del de la inmortalidad. ¿Una persona puede imaginarse qué querrá cuando esté en el trance de la muerte? Todos sabemos qué extraño es que nos comportemos como fantaseamos que haríamos en esta o en aquella situación que se acerca. Morir nunca ha sido tan difícil.
Artículo publicado en catalán, el día 18 de julio de 2015, en Regió 7 en el apartado de salud y escrito por Martín Caicoya, médico.
También lo puedes encontrar en: La nueva España y La Provincia
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