AIRE
[Tweet «Aire: mezcla homogénea de gases que constituye la atmósfera terrestre…necesaria para la vida»]
Cuántas veces habremos escuchado: el cuidador tiene que cuidarse; el cuidador necesita oxígeno; ¿quién cuida al cuidador?… Frases y preguntas que a algunos de los que cuidamos nos llegan a ofender e irritar… ¿Es tan fácil para algunos de nosotros lograr tomarnos un respiro de nuestra labor? ¿Es tan sencillo para algunos de nosotros viviendo realidades muy duras sin contar ni tan siquiera con el apoyo de nuestro entorno más cercano? Y la respuesta es no. Hay que cuidar para saber lo que representa desempeñar el papel de cuidador principal…y a veces único cuidador.
Unos trabajan y tienen que combinar su trabajo con el cuidar como pueden. Otros lo dejan todo porque no tienen más opción y acaban encerrados durante años entre cuatro paredes viendo pasar la vida desde las ventanas de su hogar o a través de la pantalla de un ordenador.
Es fácil decirle a un cuidador que se cuide pero es muy complicado para una gran mayoría de nosotros hacerlo. A veces hasta poder quedar a tomar un café con unos amigos se convierte en una auténtica odisea. Hasta el punto que poco a poco dejan de llamar porque saben ya cuál será tu respuesta: bueno, no te lo podré confirmar hasta el último momento o siempre terminas cancelándoles horas o minutos antes porque tu ser querido está empezando con una de sus crisis de agresividad, alucinaciones u obsesiones y sabes que tú, como su centro en el que te has convertido, eres el único que puede paliar esas situaciones que pueden darse en cuestión de segundos y te llevan horas para reconducir a la persona hacia la calma, la serenidad y estabilidad.
Es por eso, que debemos tratar de encontrar pequeños momentos que nos permitan «escaparnos» aunque duren escasos instantes o períodos de tiempo.
Algo que yo comencé a practicar cuando cuidaba de mi madre era la meditación. Y lo hacía dos veces al día. A las 7 de la mañana cuando me levantaba y antes de que ella se despertara y a las doce de la noche antes de acostarme, una vez me aseguraba de que ella dormía ya plácidamente. Me rodeaba de luces tenues, velas e incienso, ponía música relajante, me sentaba sobre mi cama, cruzaba mis piernas, colocaba mis manos sobre mis rodillas, cerraba mis ojos y dejaba la mente en blanco concentrándome únicamente… en mi respiración. Al principio no duraba más de cinco o diez minutos pero con el paso del tiempo y la práctica lograba llevarme a ese estado prácticamente en cuestión de segundos y mis meditaciones llegaban a ser de hasta hora y media. Cuando abría los ojos y volvía a la realidad, me sentía con más energía, más equilibrado y con una indescriptible paz interior, la meditación era algo que podía hacer en casa, a horas que no tuviera que estar en tensión vigilando y centrándome en mi madre. Ese fue uno de los grandes recursos que descubrí para alguien que estaba 24 horas aprisionado entre cuatro paredes.
En las épocas de buen tiempo salíamos a dar largos paseos, a un ritmo tranquilo y, mientras caminábamos y charlábamos o no, me dedicaba a mirar al cielo, a apreciar estar al aire libre, a hacer ejercicios de respiración, a imaginarme siendo uno con el Universo, a sentir la brisa en mi cara, a observar las hojas de los árboles bailando con la vida e incluso a ver a los niños jugando cuando nos sentábamos bajo la cálida luz del sol en un parque cercano a casa.
Trataba de disfrutar ese café o cerveza que nos tomábamos cuando le apetecía sentarse en una terraza. Miraba a la gente, corriendo de un lado para otro viviendo frenéticamente, y pensaba… si ellos supieran el valor que los cuidadores le damos a esa libertad. ¿Por qué corren cuando yo de estar en su lugar me lo tomaría todo con más calma? Envidiabas esas libertad con cierta nostalgia pero a la vez reconocías la poco consciencia con la que la sociedad tiende a vivir y el poco valor que le llegan a dar a cosas tan sencillas como es el pasear mirando escaparates o estar sentado frente a un amigo compartiendo una copa de vino y una buena conversación.
Otro recurso era darme de noche un buen baño caliente con mucha espuma y sumergirme bajo la superficie aislándome del mundo, oyendo tan solo el latido de mi corazón. Y después y ya en pijama, ponerme los auriculares con la música que me gusta, tumbarme en la cama y dejarme llevar por esta a otros mundos.
Lo que parecerían ridículos instantes para los que nunca se han encontrados privados de libertad, para mí tenían un valor incalculable. Cuidarse no es fácil. Encontrar tiempo para uno es imprescindible. Y a veces solo hay que ponerle un poquito de imaginación para volver a poder encontrarse con uno mismo y recargar esas pilas que en tantas ocasiones parecen que estén ya consumidas por completo.
Los centros de día son también una opción pero a veces recurrimos a ellos porque no tenemos con quien dejar al enfermo mientras trabajamos (por lo cual no conseguimos oxigenarnos de verdad) o mientras sabemos que están bien atendidos por otros aprovechamos a limpiar la casa, lavar y planchar ropa, hacer la compra, preparar comidas, ir a buscar sus medicaciones crónicas, preparar pastilleros, rutinas y demás.
Es obvio que tenemos que cuidarnos para no acabar padeciendo el síndrome del cuidador quemado. Algunos tienen la fortuna de que cuentan con un entorno familiar que les apoya, que se reparten las tareas y que están ahí cuando ese cuidador principal los necesita. Realidades hay tantas como afectados, cuidadores y familias, es cierto.
Pero más cierto aún es que definitivamente, los cuidadores necesitamos buscar métodos que nos sirvan para recuperar ese aire que en tantas instancias nos falta.
Pablo A. Barredo (Fundación Diario de un Cuidador)
fundaciondiariodeuncuidador.org
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