Querida Mamá (Manuela Pereira)

#CartasDelAlzheimer (Todas las cartas)

Querida mamá:


Ese día te miré y me di cuenta, con un nudo en el pecho, de que ya no eras tú. Dijiste cosas preciosas sobre mi hijo, palabras dulces, llenas de ternura y orgullo. Y, por un momento, sonreí. Pero luego me di cuenta… esas palabras, las que solo habías dicho alguna vez sobre tu nieto favorito, el otro nieto, ahora eran para mi hijo. Y tú no lo sabías.

Con el corazón encogido, llamé a mi hijo:


— Algo no va bien con la abuela. Te ha dicho cosas preciosas, pero ha hablado como si fueras su primo.
Él fue inmediatamente a tu casa. Más tarde me llamó y me dijo:
—Mamá, la abuela está bien.


Pero yo lo sabía. En el fondo de mi corazón, sabía que no era así.


Unos meses después, tu padre me llamó llorando. Habías puesto leche en la sopa. Y así fue como todo comenzó, o mejor dicho, como todo se confirmó. Exámenes, neurólogos, diagnósticos… Demencia.
A partir de ahí, empezaste a olvidar cómo vestirte, cómo cuidarte. Tu padre te cuidaba con una dedicación conmovedora, pero estaba agotado. Un día me dijo:


«He llorado más que si se hubiera ido».


Ese verano me tomé unas vacaciones. No para descansar, sino para cuidar de vosotros.
Pero el tiempo fue cruel y papá se fue. Me dejó sola, con tu demencia… y con un enorme problema entre manos: la partición de la herencia. Quería cuidar de ti, mamá. Pero sin condiciones para tenerte conmigo y sin poderes legales sobre tus bienes, me vi obligada a hacer lo que más me costó: dejarte en una residencia para personas mayores.


Ahora, todos los días te veo apagarte. Primero dejaste de cantar, luego de rezar, y ahora… ya no hablas. Tu ausencia en vida es un dolor que no cabe en mí. Un pedazo nuevo cada día.


Te escribo esta carta porque el amor que te tengo es infinito. Pero también escribo para aquellos que aún tienen tiempo. Que este dolor que llevo sirva de advertencia: cuiden de dejar todo preparado, para que el amor pueda continuar incluso cuando la lucidez se vaya. Papá podría haberlo hecho. Podría habernos ahorrado este dolor práctico y emocional. Esperó… hasta que fue demasiado tarde.


Y ahora soy yo quien espera.


Por un milagro, por un momento de lucidez de quien no quiere colaborar, por ti.


Con todo mi amor,
Tu hija

Manuela Pereira


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