Este debería haber sido el capítulo I de mi libro: Cuerpo, Mente, Comunicación – Bienestar integral en las personas mayores – publicado en Editorial Amarú en 2005.
No recuerdo porqué este capítulo al final fue descartado no saliendo en esa impresión. Lo recupero ahora y lo doy a conocer sin hacer ninguna corrección. En general sigo estado de acuerdo en todo. Pero si quiero subrayar, cómo ha cambiado todo para peor. En aquellos años creíamos que el futuro siempre sería mejor, sin embargo, la realidad nos ha demostrado no ser así, más de 10 años después la injusticia y la desigualdad han aumentado. Los ricos viven mejor y los pobres peor. El ataque neoliberal a los derechos sociales ha acabado prácticamente no solo con todos los servicios públicos, sino también con las libertades. Nuestra batalla hoy deber ser más encendida y radical que entonces.
Joaquín Benito Vallejo
«Sobre la vida y la muerte»
A modo introductorio, voy a comenzar este texto exponiendo algunas consideraciones y reflexiones personales sobre esa última etapa de la vida que llamamos vejez. En este marco, no quiero realizar ningún comentario, ni siquiera breve, en torno a las múltiples teorías sobre el envejecimiento que hoy día llegan hasta a abrumarnos, aunque si constarán en la bibliografía (*) las obras que creo oportunas para aquellos lectores interesados en documentarse sobre ese aspecto.
¿Prolongar, o mejorar la vida?, ¿Vivir más, o vivir mejor?
El tema del envejecimiento goza en nuestros días de una cierta popularidad pero en su visión más superficial, banal y frívola como en esencia es nuestra sociedad. Sin hablar de los numerosos artículos «antienvejecimiento» que pueblan el mercado (cosméticos, alimentos, cirugías y recetarios de todo tipo). Gran parte de las investigaciones llamadas serias, por no decir todas, parecen buscar únicamente la fórmula para alargar la vida y llegar incluso a encontrar la inmortalidad.
En ese sentido dichas teorías no me interesan en absoluto. Es más, las considero inmorales e injustas. Creo por el contrario más necesario, ético y justo, invertir el dinero y los medios, materiales y humanos, que se apropian y despilfarran esas investigaciones, en mejorar la calidad de la vida antes que en prolongarla. Efectivamente, el gasto debería dirigirse a ayudar a las familias y las necesidades mejorando su calidad de vida. Hay que mejorar nuestra vida, hoy, ahora, aquí, para las personas más necesitadas y sobre todo en esos lugares del mundo donde solo tienen miseria. Tenemos que esforzarnos porque los que vivimos tengamos una vida digna, antes que preocuparnos por inventar la fórmula para vivir más. Agradezco y utilizo lo que cualquier teoría e investigación pueda aportarme para mejorar la vida hoy en cualquiera de sus muchos y complejos aspectos, después quizá podamos pensar en prolongarla.
Pocas investigaciones se plantean como objetivo básico mejorar la calidad de la vida. ¿Acaso es más difícil mejorar la vida que prolongarla? Además, con toda seguridad, mejorar la calidad de la vida influiría en su prolongación. No es tan seguro a la inversa. Es necesario cambiar las prioridades. Pretender únicamente prolongar la vida, posiblemente en algunos casos y solo para algunas personas, la mejoraría. ¿Cuál es entonces el impedimento? Puede haber muchas respuestas a esta cuestión pero creo que el muro que dificulta plantearse mejorar la vida, es fundamentalmente la estructura de nuestra sociedad. Se abordan grandes proyectos para los que no se escatiman gastos, respecto a la conquista del espacio, la invención de armas, guerras, etc. Sin embargo, las necesidades más esenciales del ser humano siguen sin abordarse. En el progreso técnico una parte de la sociedad avanza que es un primor. En humanismo, no solo no se avanza sino que en muchos aspectos se retrocede. En realidad, sólo hay progreso para una minoría que lo hace a costa del retroceso de los demás. Los datos son patentes: las 4 mayores fortunas del mundo acumulan lo que los 40 países más pobres. Un 10% de la población mundial es poseedora del 90 % de la riqueza. Un 40 % de la población vive en la miseria. Estas cifras definen la estructura social que hace imposible mejorar la vida de la mayoría. Antes se hacían guerras en nombre de la religión, ahora se hacen en nombre de los derechos humanos. Pero, tanto antes como ahora, la única razón es el poder y el control de la riqueza. ¿Cuánto se ha destruido y gastado en la última guerra más próxima a nosotros?, (Desde que empecé a escribir estos pensamientos hasta que los he acabado se han sucedido varias guerras, cada una de las cuales ha superado a la anterior en gastos, muertes, mentiras e hipocresía) ¿A cuántos seres humanos se les podría haber sacado de la miseria o haberles concedido los tan cacareados derechos humanos?
Resulta trágicamente paradójico que hoy sea más utópico mejorar la vida que prolongarla. De todos modos, se prolonga solo para aquellos que ya detentan una “buena vida”. Para la mayoría sólo nos queda pensar estúpidamente que algo redundará en nuestro beneficio, que alguna migaja nos caerá.
Por otra parte, la prolongación de la vida y la inmortalidad forman parte de un sueño ancestral. Sin duda habrá muchos seres humanos que querrán y lucharán por vivir más años a pesar de que no disfruten de las mínimas condiciones de vida. Es posible, que tal deseo esté inscrito en nuestros genes. Biológicamente, todos los seres animados, estamos programados para defender la vida, aún en condiciones invivibles, con una fuerza irracional que supera todos los deseos. Cada especie animal ha desarrollado un arte propio para defenderse del peligro de la muerte y conservar la vida. Pero antes que la propia vida individual, se ha desarrollado la facultad de conservar la vida de la especie, llegando a sacrificarse el individuo en defensa de la colectividad, como ocurre en muchos grupos animales. En la especie humana, vamos camino de lo contrario, unos cuantos están en vías de extinguir la especie por su afán lucrativo de enriquecerse sin límites, a costa de la miseria de la mayoría.
Biológicamente cada individuo está predestinado a morir, a la vez que está programado para defender la vida. También es cierto que la vida está programada para disfrutar de ella, haciéndola placentera y huyendo del dolor. ¿Por qué razón entonces, se defiende cuándo es dolorosa? ¿La defiende el individuo que sufre? o ¿la defiende algún grupo con poder social por determinados intereses, ideologías o creencias ancestrales?
El ser humano es distinto a los demás seres vivos en que tiene consciencia. Puede estar programado como los demás para defender la vida, pero puede actuar de forma distinta que las demás especies porque tiene consciencia, voluntad y libertad para poder hacer otra cosa. Puede dar su vida por defender a los demás, o por el contrario, puede llegar a matar a los demás por salvarse él. En condiciones invivibles o cuando lo desee, por no encontrar satisfactoria su vida, puede darse muerte a sí mismo. Quien no desea morir en condiciones invivibles, quizá lo que haya perdido sea la consciencia y la razón.
Ningún ser vivo piensa en ser inmortal. Actúa contra la muerte por inteligencia genética, pero no piensa ni sueña con la eternidad. Los humanos al ser conscientes de la muerte deseamos y soñamos ser inmortales. El hecho de ser conscientes de la muerte nos produce miedo. Ya sea el temor a lo desconocido o, a dejar de existir. Solamente la creencia en un dios generoso, en otra vida mejor o la asunción de la muerte mediante el pensamiento racional, pueden ayudar a solucionar ese conflicto, salvarnos del temor a la muerte y poder desearla en algunos momentos.
Mas allá de los mecanismos biológicos, ajenos a nuestra voluntad y nuestra razón, que luchan por conservar la vida incluso en circunstancias miserables, se sitúan la consciencia, la racionalidad y el análisis lógico que pueden considerar y desear la muerte en determinadas situaciones. Más allá de los sueños utópicos de prolongar la vida; más allá del temor a lo desconocido que hace incluso que muchas personas deseen prolongar su vida antes que mejorarla, en contra también de su creencia en otra vida mejor, aunque su vida realmente no se pueda considerar humana, en términos de dignidad o de justicia; más allá de esos deseos, no sé si absurdos, está la racionalidad. Desde la razón, creo, quiero decir, que antes que pensar en prolongar la vida hay que pensar en mejorar la poca que nos quede.
En ese deseo de prolongar la vida a toda costa, aunque la vida sea indigna y miserable, creo encontrar otra razón, inconsciente. Es precisamente que la vida que se ha llevado no ha sido satisfactoria en el nivel más íntimo, profundo y personal. No se ha conseguido tener una consciencia clara de lo que uno es. No estoy hablando de la posesión de riquezas materiales. Hablo de sentirse y conocerse a sí mismo, de sentirse satisfecho con su pequeño ciclo vital. De haber satisfecho las necesidades más profundas –o quizá básicas- del espíritu.
Por supuesto, siempre uno podrá reconocer que en diversas etapas de su vida ha tenido dificultades e impedimentos graves para su realización personal. Las dificultades, incluso pueden haber sido tan grandes, que es precisamente, cercana ya la vejez, cuando se empieza a saber lo que es la vida, cuando se empieza a encontrar el camino de realización y entonces puede llegarse a pensar que se necesitan muchos más años para culminar ese proceso de realización. Pero la plenitud no existe. La plenitud nunca se consigue. Por más años que viviéramos siempre podríamos pensar que necesitábamos muchos más para poder realizarnos.
Aunque no dudo que la vida se prolongará en el futuro permitiendo a algunas personas llegar a ser más humanas, seamos racionales, la vida individual ha de acabar un día, tenemos que aceptarlo e incluso desearlo. Es necesario que así sea para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos sigan viviendo. Y son ellos, generación tras generación, quienes deben seguir mejorando la vida de cada individuo y de la colectividad.
Sobre la salud y el bienestar
Las ideas que tenemos sobre la salud, el bienestar y la calidad de vida, son conceptos materialistas. En ningún caso se refieren al espíritu o a la mente, que es precisamente la esencia de los seres humanos, lo único que nos distingue de las demás especies animales. Son conceptos extremadamente pobres e incluso muy primitivos. Podrían ser aceptados en sociedades menos desarrolladas, anteriores a la nuestra, donde se aspiraba, lógicamente, a satisfacer las necesidades más básicas de orden exclusivamente físico, pero de ninguna manera pueden ser las aspiraciones de la sociedad actual. Solamente se refieren a aspiraciones o derechos físicos y materiales aunque estos sean infinitamente más que los que imaginar pudieran las sociedades primitivas.
Con el bienestar y la calidad de vida únicamente se aspira a poseer los bienes materiales que proporcionan el dinero, consumir y disponer de todos los objetos, sean útiles o no, que ofrece el mercado, y a través de esas posesiones ostentar ante los demás el poder que se tiene, porque ello se considera lo más importante. ¿Esto es calidad de vida?
Algunas de esas necesidades son las más básicas que todo ser humano puede buscar para vivir, y se pueden considerar un derecho, como disponer de una casa, pero muchas otras pertenecen al ámbito del derroche o de la ostentación. Eso no supone tener calidad de vida, sino tener cantidades de objetos. Calidad no es cantidad.
Paradójicamente considero que hay otras necesidades humanas más básicas, que generalmente no se tienen en cuenta, ni son buscadas ni exigidas. Son necesidades relacionadas con el crecimiento personal. No son necesidades materiales, sino necesidades del espíritu, de la mente: la educación, el conocimiento, la autonomía, la cultura, la libertad, la creatividad, la comunicación con los demás, la participación social, el arte, la igualdad de oportunidades, la justicia…
Para lograr y aspirar a estos derechos humanos, a estos bienes personales, el concepto de salud física se queda muy corto y anticuado, aunque los derechos a la salud física y todo lo que ello comporta, -derechos sanitarios, asistenciales, etc.-, no están ni mucho menos aún cubiertos. Incluso las sociedades llamadas democráticas y liberales, siguiendo el ejemplo de su patrón USA, pretenden caminar hacia la privatización de la sanidad, con lo cual queda cada vez más claro que solo los ricos podrán pagarse sus derechos a la salud.
Tenemos que añadir además el concepto de salud mental. Conseguir primero la madurez afectiva y emocional y después el derecho a tener plena consciencia de todo lo que nos rodea y a tomar decisiones en consecuencia. Lo que significa, derecho a no ser manipulados desde la cuna por los llamados medios de comunicación -que deberían ser llamados medios de manipulación mental-, derecho a no ser «comprados», aborregados, conducidos, dirigidos por las distintas marcas que inundan el mercado y son los auténticos dueños de la sociedad, inculcándonos la falsa idea de que tener más calidad de vida, ser más autentico y más libre, corresponde con tener más juguetes, más objetos materiales, lucir aquel coche u oler a tal colonia.
Nunca he oído ninguna protesta ni ninguna manifestación contra la manipulación que ejercen estos medios en las mentes, sobre todo infantiles y juveniles, vaciándolas completamente de contenido, haciendo de ellos unos clones, unas fotocopias y haciéndoles cacarear que son libres. Eso es auténtico terrorismo mental, impedir que un ser humano pueda desarrollarse, ser autónomo, consciente, libre y responsable para convertirle en un pelele manejable. ¿Qué es más terrorismo, matar a unas personas o impedirles ser personas desde la cuna? En éste último caso no corre la sangre ni se ve un cadáver destrozado, pero por poco perspicaz que uno sea puede ver robots con apariencia humana, claro que como la mayoría son ya robots que se creen humanos, no hay ninguna protesta.
La primera necesidad mental y personal es ser uno mismo, lo que se logra desarrollando la consciencia de sí mismo y del entorno que nos rodea. Satisfacer las necesidades afectivas y comunicativas de la infancia para poder llegar a una madurez adulta. Las necesidades mentales o psíquicas están ligadas estrechamente con la esencia del ser humano. Se diferencian en dos vertientes: son, una: la necesidad de comunicación y afecto; la otra: la necesidad de conocimiento. Ambas deben nacer y crecer equilibradas.
Tenemos que cultivar una mente sana afectivamente, sin conflictos consigo mismo, ni con los demás, libre de ansiedades estériles; pero también y a la vez, una mente inteligente, que desarrolle recursos para estar y participar en las tareas cotidianas, que sea ágil, despierta, sensible y creativa.
Para tenerla clarividente y sana hay que cuidarla y cultivarla, para lo que se necesitan medios y recursos. Si no la cultivamos la perderemos. La naturaleza nos da el cuerpo y el espíritu como una tierra a la que tenemos que cultivar para que nos dé sus frutos. Si no la cultivamos no produce, se vuelve árida y estéril. La naturaleza no nos regala nuestro cuerpo, nuestro ser, sin condiciones. Nos exige que le cultivemos para poder disfrutar de él. Si no nos preocupamos por que crezca y mejore día a día, si no nos lo trabajamos, no nos lo merecemos y nuestro cuerpo se irá quedando yermo y seco, irá muriendo lentamente.
El concepto de salud enunciado por la Organización Mundial de la Salud, es: un estado completo de bienestar físico, mental y social. Pero es sólo un enunciado teórico que los Estados, están muy lejos de perseguir, al igual que ocurre con la declaración de los derechos humanos. Sin embargo, por ello es por lo que tenemos que luchar.
Hasta ahora hemos confundido el bienestar, la salud y la calidad de vida con no sufrir enfermedades, con tener cantidades de cosas. Es hora de que lo cambiemos. Calidad de vida no es cantidad de vida, no significa tener muchas cosas y vivir muchos años. La cantidad hay que cambiarla por la calidad, el tener hay que cambiarlo por el ser. ¿Cual es el objetivo de estar sanos y ágiles de mente y cuerpo? Es el objetivo de la vida: vivirla disfrutándola en comunicación con los demás, que nos ayudan a disfrutarla en igualdad y con responsabilidad. El ser humano no puede vivir sin los demás, los necesita para crecer y desarrollarse como persona. Pero esa necesidad es compartida. No podemos aprovecharnos de los demás explotándoles para nuestro único lucro. Ni podemos permitirlo ni desentendernos de ello. Si sentimos nuestras propias necesidades como ser social, tenemos que sentir y comprender las necesidades de los demás y las tenemos que compartir luchando por el bien común. Contra la injusticia, contra la pobreza, contra la explotación contra la manipulación, contra la mentira, contra la hipocresía, contra la desigualdad de oportunidades.
Tenemos que ser personas, tenemos que ser humanos con los demás comprometida y responsablemente, haciéndonos más humanos a nosotros mismos a la vez que ayudamos a ser más humanos a los demás.
Hacia una vejez nueva.
Cuando aún no había tenido ningún contacto con las personas denominadas viejas, creía que me iba a encontrar con seres similares a deficientes físicos y mentales. Mis ideas no eran originales, formaban parte de las creencias sociales. En general todo el mundo en mi entorno pensaba más o menos así y aún hoy siguen pensando de igual manera según lo compruebo en las ocasiones en que sale a colofón mi actividad con los viejos. Se piensa que mi trabajo, ha de ser especial, como para discapacitados.
Suele achacarse a la vejez un proceso degenerativo que conlleva un deterioro físico y mental generalizado, con propensión a todo tipo de enfermedades, trastornos e incluso demencias llegando a la incapacidad total o parcial.
Para la mayoría de las personas, el significado primordial de la palabra vejez es llanamente el deterioro global de la personalidad “correspondiente a un proceso natural” como consecuencia de la edad.
A primera vista podría estar de acuerdo con esta definición de la vejez, pero de ella se derivan interpretaciones que, me cuesta mucho aceptar. Veo necesario analizar el significado que esas palabras encierran.
El nacimiento de la vejez. La vejez no empieza a una edad determinada
Antes que nada habría que precisar a qué edad comienza la vejez. ¿Qué acontecimientos nos indican su comienzo? ¿Son hechos biológicos, psíquicos o sociales?
En la vida van sucediéndose una serie de acontecimientos naturales bastante definidos en el tiempo, pero no exactos ya que pueden ser modificados por causas diversas, que señalan diferentes etapas de la vida: el nacimiento en torno a los nueve meses después de la concepción; la madurez sexual entre los 12 y los 14 años aproximadamente, por ejemplo. Esos acontecimientos biológicos enmarcan la infancia y el comienzo de la adolescencia, pero no encuentro ningún suceso biológico que señale el inicio de la vejez.
Los rasgos físicos más visibles por los cuales identificamos la vejez, como la caída o la decoloración del cabello, las arrugas de la piel, la alteración de la visión, etc., tienen lugar a edades muy dispares entre las persona, incluso acaecen en la juventud.
La menopausia, un hecho biológico que acontece a las mujeres alrededor de los 50 años, – pero que puede extenderse desde los 30 a los 60 -, es considerada para muchos, incluidos algunos científicos, como la puerta del envejecimiento. A ella están asociadas numerosas modificaciones orgánicas y psíquicas, algunas ciertas, otras pertenecientes a la imaginería popular. Se dice entre otras cosas, que se produce un cambio de metabolismo, que se engorda o que se produce una descalcificación. De todas estas repercusiones la más acertada es la última. Pero no todas las mujeres sufren descalcificación, depende quizá del modo de vida desarrollado en la juventud, de la que cabe destacar la alimentación y el ejercicio. Por otra parte, como existe tal posibilidad, hay que prevenirla adoptando la forma de vida adecuada en cuanto a ejercicio y alimentación además de un seguimiento médico.
Pero esas modificaciones nunca pueden considerarse propias de la vejez en el sentido de deterioro. ¿Aparte de la capacidad de tener hijos, qué otra discapacidad se le puede achacar a la mujer menopáusica?. Algunas mujeres tampoco han podido tener hijos en su juventud y por ello no se les acusa de sufrir una discapacidad o de ser viejas. Por el contrario puede ser vivido como una liberación.
Los hombres sufren un proceso parecido -la andropausia-, pero está menos definido, tanto en el tiempo como en sus manifestaciones orgánicas y no pierden la capacidad de engendrar hijos.
La jubilación: ¿Júbilo o trauma?
La jubilación es un hecho social relacionado también con el envejecimiento. Consiste en establecer por decreto que a los 65 años ya se ha perdido la capacidad para el trabajo siendo necesario el retiro laboral. Puede entenderse también como una gratificación al trabajador, estimándose que como ya va siendo viejo, se le “obsequia”, por los muchos años trabajados anteriormente, con seguir cobrando un sueldo mínimo sin necesidad de trabajar. En esta actuación se dan además muchas contradicciones o distinciones según se trate de ricos o de pobres, como sucede en todo. La jubilación sólo se ejerce con los asalariados, sus mujeres las amas de casa no se jubilan nunca, tampoco se jubilan o lo hacen cuando quieren, los jefes de los empleados, así como los banqueros, los políticos, los profesionales, los artistas, los escritores, etc. Según esto puede entenderse que se es discapacitado para trabajar en la oficina, pero no para dirigir la empresa o el país. La jubilación, que podría y debería ser vivida por el asalariado como una liberación, es vivida a menudo como un trauma, que para muchos se constituye en la causa primordial de su envejecimiento real, al ser vivido como una declaración de inutilidad. No se jubila por ser viejo sino que se envejece por jubilarse. Es esta vivencia: sentirse declarado inútil o discapacitado, y retirado de su vida activa, lo que conduce a muchos trabajadores a una depresión que les enferma física y psíquicamente. Como la capacidad de trabajo supone una valoración social; el retiro, lógicamente, significa la pérdida de esa valoración. El asalariado en general, no sabe hacer otra cosa porque toda su vida ha hecho lo mismo, ha dedicado todo el tiempo a trabajar para poder ganar un sueldo con el que vivir, sin dejarle tiempo para desarrollar otras aficiones. Retirarle es condenarle al ostracismo. Le envejece la inactividad y el sentirse inútil. La familia y los allegados aumentan a menudo ese sentimiento. El jubilado quiere hacer algo, ayudar a los demás, echar una mano, etc. pero no le dejan acusándole de estorbar.
Según mis observaciones, y los conocimientos aportados por la lectura de algunos textos científicos, puedo concluir este apartado diciendo que la vejez es un proceso vital que no sabemos ciertamente cuándo empieza, de no ser que aceptemos que comienza con el nacimiento.
El Dr. Mirá y López, por citar a uno solo de los múltiples investigadores que están de acuerdo en este aspecto, señala:
«…la edad cronológica es uno de los elementos menos definidores del real valor y posibilidades del ser humano, pues nada nos dice acerca de sus procesos ciclomórficos celulares ni tampoco de su agilidad mental, de sus reservas energéticas y de su efecto de acción.» (Hacia una vejez joven. pag. 6)
Cada persona tiene su propia edad de envejecer
De la definición dada anteriormente sobre la vejez, puede deducirse que todas las personas sufren los achaques del envejecimiento a una edad similar.
Sin embargo, observo a diario que algunas personas de 60 años parecen más viejas que otras de 80 y a la inversa. Esto no sólo es verificable por el aspecto físico sino también, y sobre todo, por sus capacidades cognitivas, de comprensión, coordinación, memoria, etc.
Esta observación, me induce a comparar también las personas con las que trabajo desde el punto de vista del barrio dónde viven. A simple vista, mediante los rasgos físicos externos, teniendo la misma edad cronológica, las personas de los barrios pobres parecen más viejas que las de los barrios ricos. Es solamente una apariencia debida al cuidado de la piel y a la vestimenta, que en principio no me dice nada de sus capacidades mentales, pero el envejecimiento mental se confirma también al conocerlas mejor.
Si llevo la observación a otros lugares y comparo la gente de los pueblos con las de la ciudad encuentro una diferencia mucho mayor. Las personas del medio rural parecen mucho más viejas que las personas de la urbe, tanto en su aspecto físico como en sus capacidades mentales.
En la TV y en la prensa podemos ver imágenes de personas de otros países, culturas y economías distintas, que nos llevan una vez más a la conclusión anterior. En los países del tercer mundo una mujer de 30 años puede parecer que tiene 60, en relación con las del primer mundo.
Si continuo reflexionando, me doy cuenta que hace tan solo unos pocos años la gente envejecía antes que ahora. Y en épocas más antiguas las personas ya eran viejas a los 40 años e incluso antes si seguimos remontándonos al pasado.
De éste pequeño análisis se puede deducir que: dependiendo de factores culturales, económicos, históricos o geográficos los seres humanos envejecen a edades distintas. Posteriormente pueden apreciarse múltiples variantes en cada persona. Cada uno envejece a un ritmo y con una calidad distinta. Puede darse un envejecimiento lento y gradual en unos casos, pero en otros, traumático y repentino, causado por acontecimientos inesperados, como puede ser la muerte del cónyuge.
El grado y la calidad del envejecimiento son distintos en cada persona.
Con la afirmación de deterioro generalizado a niveles físicos y mentales, discapacidades, enfermedades, demencia, etc., volvemos a observar la ambigüedad y el confusionismo de esos términos, que se viene a añadir, a la ambigüedad sobre la edad y la diversidad entre las personas.
No encuentro ninguna exactitud ni concreción sobre los grados de deterioro ni sobre los tipos o clases de deterioro. El deterioro físico puede referirse a un funcionamiento deficiente o anómalo de los diferentes órganos del cuerpo, disminución de las posibilidades motrices, de la resistencia, la fuerza, la velocidad, etc., etc. En cuanto al deterioro psíquico, se señala a menudo la pérdida de memoria, la desorganización mental en general, incluso la demencia.
Respecto a esta problemática vuelvo a señalar similares observaciones que antes. No todas las personas consideradas viejas sufren esos achaques. Unos sufren de una cosa, otros de otra completamente distinta. Otros más no sufren de nada. Hay personas que tienen algún problema físico pero no lo tienen psíquico, y al contrario, incluso muchos de esos problemas son manifestados por personas jóvenes o vienen sufriéndose desde la juventud.
La calidad del envejecimiento responde más a causas sociales que naturales.
El concepto que la mayoría de las personas tienen sobre la vejez nos da la idea de absoluto, universal y natural (o genético como se dice ahora mucho). Sin embargo, como hemos visto por el análisis hecho anteriormente, no es nada de esos tres casos. Las personas han envejecido a edades distintas a lo largo de la historia debido fundamentalmente a las condiciones de vida. En los albores del siglo XXI de nuestra civilización no se envejece igual que en cualquier momento de los siglos anteriores, y lo que es más importante, no envejecen igual las personas del paupérrimo tercer mundo que las de las sociedades del bienestar del norte de Europa y América.
En una misma población, las personas no envejecen a la misma edad, ni las manifestaciones del proceso de envejecimiento son las mismas. El noventa por ciento del deterioro, tanto físico como mental, manifestado en la vejez, así como gran parte de las enfermedades son consecuencia de las condiciones ambientales, del trabajo y de la forma de vida en general.
En nuestros genes, probablemente, esté escrito que envejeceremos, pero no cuándo ni cómo. La calidad del envejecimiento no depende de causas biológicas, sino de causas sociales
http://tecnicascorporalesterceraedad.blogspot.com.es/p/consideraciones-sobre-la-vejez.html
Joaquín Benito Vallejo
Bibliografía
1. Castro, A. De, La tercera edad: tiempo de ocio y cultura. Ed. Narcea S.A. Madrid 199
2. Comfort, A. Una buena edad. Ed. Debate. Madrid 1978
3. Mira y López, E. Hacia una vejez joven. Ed. Kapelusz. Buenos aires 1961
4. Mishara, B. L. y Riedel, R.G. El proceso de envejecimiento. Ed. Morata S.A. 1986
5. Pelletier, K. R., Longevidad. Ed. Hispano Europea. Barcelona 1986.
6. Rappoport, L. La personalidad desde los 26 años hasta la ancianidad. Ed. Paidos. Barcelona 1986
Andrea dice
El capítulo de libro resulta muy interesante y comparto varios de las posturas allí expresadas, sin embargo me resulta ofensivo hacia el final la frase en la que señala «el paupérrimo tercer mundo», como usted lo ha dicho no todos envejecemos igual y si bien es cierto que aquí tenemos dificultades de seguridad social el panorama no se reduce a tan triste palabra. El comentario es ofensivo, pues no estoy del todo de acuerdo de que la vejez sea paupérrima en estas coordenadas, mi bisabuela estuvo viva hasta mis 14 años y fue lucida hasta el último día, igual mis abuelos. Aquí también tenemos familias longevas y saludables.
Almudena del Avellanal Calzadilla dice
Andrea son palabras de su autor, Benito Vallejo, no de Alzheimer Universal o mías. Quizás no sea el lenguaje adecuado para referirse al tema en cuestión y choque su terminología, pero si es cierto k no todos los envejecimientos longevos se ajustan a ese término. Gracias por tu comentario.