El periodista Jesús Bastante escribe esta emocionante carta a su padre en su despedida. Después de años padeciendo la enfermedad del olvido, estas son las palabras llenas de amor y naturalidad que su hijo le dedica. Emocionante sin duda!
“Tu vida, papá, ha sido una tesis práctica de la parábola de los talentos.”
Jesús Bastante
Gracias, papá, ya te puedes marchar.
Estabas ya muy malito. Supongo que intuías que te quedaban pocos minutos. Habías empezado con pequeños espasmos, tenías la mirada perdida. Entonces me acerqué, te limpié la boca, y me atreví a susurrarte al oído las seis palabras que llevaba preparando desde hace algo más de un año.
Gracias, papá, ya te puedes marchar. Has luchado sin quejarte, sin descanso, durante los dos años largos que ha durado esta maldita enfermedad que te fue dejando sin fuerzas y sin palabras, especialmente a lo largo de los últimos meses, cuando aún así tratabas de hacerte entender en mitad de un atardecer que iba tornándose cada vez más oscuro.
Todavía te quedaban varias lecciones que darnos, como las que diste durante toda tu vida. Dando ejemplo, mostrando nuevos caminos, siempre con una sonrisa, aspirando la vida hasta el último sorbo. Y con una fe, irrenunciable y optimista, en el Dios de la vida que es la mejor herencia que jamás nadie podrá dejar.
En las últimas horas, alrededor nuestro ha desfilado una riada de gente, una nebulosa de cariño, en forma de caricia, de abrazo, de lágrima, de presencia silenciosa. ¡Cuánta gente os quiere, papá, mamá! Se esfuerzan, con toda su buena voluntad, en recordarnos que en los últimos tiempos ya no eras tú. Que nos quedemos con el recuerdo de quien fuiste antes de la enfermedad. Pero no es toda la verdad, ¿a que no?
La de cosas que hemos aprendido en estos últimos meses. Hasta las últimas horas te esforzabas por caminar, por canturrear las palabras que queríamos leyeras, por mirarnos a la cara e intentar imitar nuestros gestos, escrutar nuestros rostros, reconocernos en las nubes de la memoria.
Hace justo ahora una semana pasaste quince minutos intentando chasquear los dedos y disfrutando cuando pensábamos que lo lograbas. Y un día antes conseguiste «construir» un estuche con un folio para guardar los lápices. Confieso que la última palabra que escribiste me dejó «tocado», pero ése será nuestro secreto.
¡Si hasta cuando ya no podías hablar y te costaba recordar conseguiste hacer amigos que hoy han venido a llorarte y a dejarte una sonrisa! Y es que siempre supiste ofrecer a quien se acercara todo lo que tenías. Tu vida, papá, ha sido una tesis práctica de la parábola de los talentos. Y tú tenías una asombrosa capacidad para sembrar.
Has logrado vivir plenamente, y siempre has hecho lo que te ha dictado el corazón, que no es lo mismo que hacer lo que te diera la gana.
Ha sido el corazón, y no el deseo o la cabeza, quien ha gobernado tu vida. Y has conseguido ser tú a lo largo de todos tus pasos sobre esta tierra. Menguado, azotado, pequeñito, frágil, asustado… pero siempre tú hasta el final. O hasta este nuevo comienzo, que no todo acaba en estas letras, en este cuerpo. He tenido la inmensa fortuna de seguir viendo al Higinio al que quiero y admiro hasta tu último latido. Y eso me hace, aun entre lágrimas, sentirme profundamente feliz.
Cuando te diagnosticaron la enfermedad (todavía no sé si has tenido Alzheimer, Afasia o varias clases de dolencias «degenerativas» entrelazadas), tuvimos una conversación, la primera de muchas. Curiosamente, hemos charlado mucho más en este tiempo en el que tus dificultades eran evidentes que durante los 38 años de vida compartida con anterioridad. Siempre he hablado más que tú, esto no es causa de la enfermedad: al menos, no de la tuya, tengo que aprender a escuchar más.
Ese día hicimos un pacto: tú ibas a esforzarte, a hacer todo lo que te pidieran los médicos, a trabajar todo lo posible, primero en casa, luego con los amigos de Afal, después (cuando no hubo más remedio) en la resi… y yo no te iba a engañar.
Tenías una enfermedad que afectaría tus recuerdos, tu capacidad para hablar, para expresarte, que poco a poco conseguiría ir minando tus fuerzas… pero que íbamos a aprovechar el tiempo. Y hoy puedo decir que ambos cumplimos nuestro acuerdo… salvo alguna mentirijilla que no me tendrás en cuenta, ¿verdad?
Lo que no llegaste a perder, papá, fue tu capacidad de emocionarte, de hacernos sentir que seguías aquí, con nosotros. Siempre lo has hecho, desde pequeños, cuando nos lanzábamos sin cuerda por los puentes de la vida, creyendo que siempre seríamos de goma, que no nos romperíamos, y que si lo hacíamos estaríais mamá y tú para recogernos y llevarnos de vuelta a casa, limpiarnos los mocos y las heridas y conseguir que todo volviera a estar bien.
Y de mayores, o en esa edad en la que el mundo nos dice que somos adultos y serios y responsables y adustos y feos, y nos empeñamos en dar lecciones a todo el mundo, incluso a nuestros padres. Daba igual: mamá y tú siempre estabais ahí, más cerquita o un poco más lejos, dependiendo de si estirábamos o dejábamos correr nuestra cuerda. Porque de adultos ya no nos atrevemos a lanzarnos de los puentes sin arnés, casco o seguro de accidente.
La vida es otra cosa, y tú lo sabes muy bien, mucho mejor que yo. La vida la marca el amor, y las personas que te encuentras por el camino. Y las decisiones que se toman antes de dar cada paso, aunque eso suponga tener que desgajarte de una parte de tu ser… al menos sobre el papel, o para los convencionalismos del mundo y sus carceleros. Por amor entraste en el seminario, por amor te hiciste cura, por amor Dios, después, os puso a mamá y a ti en el mismo camino. Los guardianes de un dios muerto os pusieron todas las trabas del mundo, os cerraron las puertas, os negaron el pan y la sal, pero el Amor (éste hay que ponerlo en mayúsculas) os hizo salir adelante y construir una familia, un hogar. Una casa en la que habitar, y desde la que seguir construyendo. Sin ningún tipo de rencor, sin el menor asomo de tristeza o de culpabilidad.
Porque tú continuaste siendo sacerdote, porque ese misterio -que yo no alcanzo a entender- no se pierde porque te obliguen a firmar un papel renunciando a celebrar la Eucaristía o a perdonar los pecados, aceptando que se te «redujera» a un estado laical que, lejos de empequeñecerte, te hizo más grande. Porque tú siempre cumplías lo que prometías. A mí, al menos, me lo has demostrado con creces hasta el final.
La nuestra ha sido una casa abierta, donde todo el mundo tenía un hueco a la mesa. Esas cosas ya no pasan en nuestro mundo. Podemos echarle la culpa a las prisas, a que ya no conocemos a nuestros vecinos, a que la crisis, la vida, el tiempo…. Podemos poner cualquier excusa. Pero lo cierto es que mamá y tú ayudasteis a crecer a cientos de chicos y chicas que hoy son padres, y tienen hijos, y les enseñan aquellas cosas imprescindibles para ser buena gente y que vosotros les metisteis en el corazón. Los mismos que ayer, durante el velatorio y el funeral, sentían que se les había muerto un padre. Y es que, gracias a vosotros, mis dos «hermanos de sangre» y yo tenemos una manta de «hermanos postizos».
Trabajasteis con jóvenes, con matrimonios, con ancianos, con los campamentos y los grupos de vida. Prácticamente fundasteis Cáritas en la diócesis de Getafe. Ayer, Joaquín, el obispo, tomó a mamá entre sus brazos y le dijo que los pobres estarían a la puerta del Cielo esperándote para llevarte a tu rinconcito junto al Padre. Ya debes estar sonriéndonos desde allí.
Tal vez uno de ellos sea aquel hombre al que encontramos tirado en el suelo hace 27 años. ¿Te acuerdas? Qué pedazo de bofetada de realidad, y de Evangelio, me diste aquella noche. Veníamos, ¿recuerdas?, de la Vigilia Pascual. Habíamos disfrutado de la liturgia del Fuego (tremenda la fogata que hacíamos en la plaza de San Sebastián), la del Agua, la de la Palabra. Habíamos cantado que nuestro Dios no es un Dios muerto, que había Resucitado y que estaba vivo en todos los hombres y mujeres del mundo. Que no había que buscarlo tanto en la Cruz, en el Viernes Santo, sino más bien en la luz del Domingo, en la del Sepulcro Vacío, en la de los seres que caminan entre nosotros.
Recuerdo estar eufórico y querer llegar a casa para compartir con mamá, que se había quedado viendo la misa del Papa por la tele, y que cruzamos por «la calle de atrás» para ahorrar camino. Y entonces le vimos: un pobre borracho, tirado en el suelo, sin moverse. Te agachaste, pequeñito como eras (antes estabas un poco más gordo), le tocaste el hombro y le preguntaste si estaba bien. No respondía. Mis violentos y cobardes 13 años me hicieron tirarte del brazo y pedirte que nos fuéramos a casa, que ese tipo se había agarrado una borrachera del copón y que ya se levantaría después de dormir la mona. Que no era asunto nuestro.
«No has entendido nada», me contestaste, como un bofetón seco. «Si no entiendes que Jesús ha resucitado en cada hombre y mujer del mundo, y que eso nos hace responsables de cuidarnos los unos de los otros, no ha servido de nada lo que hemos vivido hoy. Jesús es este hombre«. Zas, en toda la boca. Me soltaste en una frase toda una lección de Teología, y después me hiciste buscar una cabina (¿recuerdas el tiempo en que sabíamos vivir sin teléfonos móviles? Seguro que sí, tú nunca conseguiste acostumbrarte a ellos) para llamar a una ambulancia. Y me obligaste a quedarme allí hasta que llegaron los de Urgencias para llevárselo. Y allí me quedé con esa sensación de pedante sabelotodo que a veces, todavía hoy, me ronda. Tú siempre me has ganado, también, en esto de la humildad.
Hoy el Cielo está límpido y yo escribo desde la terraza. Espero no llevarme una colleja 😉 La mañana de este domingo es clara y calurosa, y al fondo se vislumbran las montañas. Gracias, papá, ya puedes irte. Pero no te marches lejos, porque vamos a seguir necesitándote. Que todavía quedan muchas dudas para afrontar, muchas cosas que aprender, y un mundo entero por construir. Ambos tenemos una letra horrorosa -curiosamente, tú entendías la mía, y yo la tuya-, y seguramente precise algo de ayuda para terminar de descifrar las instrucciones del mapa de vida que nos dejas.
Has sido un padre alucinante, si no te lo digo reviento. Mamá ha tenido una suerte tremenda. Tú también con ella, reconócelo. Nunca dos seres tan distintos se complementaron tan bien. Nos habéis puesto el listón tan alto que será difícil acercarse. Pero tenemos toda la vida para intentarlo.
Estoy triste, pero muy tranquilo. Y, me atrevo a confesártelo, porque seguro que tú sí que me entiendes, contento. Te has «ido» muy bien, cuando el sufrimiento comenzaba a ser insoportable para ti… y para nosotros. Has dejado que estuviera preparado para despedirme, para aprender las penúltimas lecciones de tu vida. Y, ojo, que hemos hecho muchas cosas. Anoche hablaba con mamá, estuvimos mirando fotos un buen rato.
En estos meses, ya acompañados de la enfermedad, conseguimos viajar a Roma, ir de vacaciones con los niños y la familia, conocer Teruel, celebrar con todos los tuyos un grandísimo cumpleaños en tu tierra, junto a la senda de Don Quijote, en tus queridísimas Tablas de Daimiel, que lograste volver a ver plenas de agua y de vida; y en esas rejas del santuario de la Virgen de las Cruces que ayudaste a forjar con tu padre, el herrero. Tú nunca nos diste cuchara de palo.
Gracias por dejarme vivir esta vida a tu lado. Gracias por quererme tanto. Y gracias por mamá, pedazo de mujer que conociste y amaste. Nunca Dios fue tan feliz como cuando el cura y la monja pidieron su bendición para formar una familia. Algún día, si ella me deja, habrá que escribir vuestra historia. Nuestra historia.
Gracias, papá, y hasta dentro de un rato. Ya puedes irte. Hablamos pronto. Descansa y sueña. Dale un abrazo al Señor de nuestra parte. Dile que hombres como tú hacen posible hablar de un Dios de vida con mayúsculas. O, mejor, no se lo digas, el vanidoso soy yo. Total, Él ya lo sabe, te tiene al lado.
Gracias por querernos tanto. Y tan bien. Gracias, papá, ya te puedes marchar.
Jesús Bastante, 06 de junio de 2016
Fuente | Periodista Digital
Vía | Afa Getafe-Leganes
patyg13 dice
Pero que hermosas palabras, estoy en llanto total. Siento como si fuera mi historia, Mi papa se fue hace dos años, y es verdad, uno llega al egoismo, porque no queremos dejarlos partir, y ellos ya no lo soportan mas esa situacion de no saber nada y nosotros como hijos tambien sufrimos por verlos mermar cada dia. Es muy dificil dejar soltar, al menos yo no puedo dejar de pensar en el. Lo amo y por siempre lo hare, por siempre vivira en mi corazon……Dios te bendiga amigo.
Rocío Palacios dice
Es tal cual, como lo expresas es triste el desapego y dejarlo partir. Pero con el tiempo te das cuenta que ahora está en unas de las estrellas que él me ilumina diariamente. Mi padre partio hace ya 10 años y aún siento escucharlo cuando me llamaba para compartir algún deporte o un viaje, que solíamos hacer con frecuencia. Era un hombre maravilloso tenaz, cariñoso, compañero y sobretodo un gran hombre y como padre admirable. Siempre yo te llevaré en mi corazón,y nos parecemos tanto,tanto… Es mi ángel guardián !!!