Envejecer en el siglo XXI: Más que un reto, un verdadero handicap
Dr. Jesús Sánchez Martos
Catedrático de Educación para la Salud Universidad Complutense de Madrid
No cabe duda y nadie lo discute, que el hecho de poder cumplir cada vez más años o si se prefiere, de aumentar la esperanza de vida al nacer, es un verdadero reto que el hombre se ha marcado desde los inicios de la humanidad, pero a medida que mejoramos en desarrollo, se convierte cada vez más en un verdadero handicap, al menos para quién mientras envejece nota que los avances de la humanidad, no lo son en absoluto en términos de humanización y de fomento de valores en torno a la ética del envejecimiento.
Calidad de vida
Sí, ahora la esperanza de vida al nacer ronda los 80 años, algo más en la mujer que en el hombre, pero de muy poco sirve este logro si no lo acompañamos de una mejora notable en la calidad de vida y especialmente de una formación en valores, en los más elementales valores de la ética, a una sociedad que debe ir aprendiendo a convivir con sus mayores.
Sin embargo, y no solo quiero referirme a las arquitectónicas, cada vez son más barreras las que tiene que superar una persona mayor para poder lograr no solo vivir, sino “supervivir” en un “mundo con barreras”.
¿Quién es mayor?
De acuerdo con la prerrogativa de que “mayor” es toda aquella persona que haya cumplido 65 años, en España son casi siete millones, pero si en realidad consideramos como “mayor” a todo aquél que haya llegado al merecido premio de la jubilación, aún sin desearlo en muchas ocasiones, superarían con creces los nueve millones de personas que de un modo u otro están abocadas a recibir las ayudas del sistema social y sanitario.
Son muchas personas mayores, como para que de una vez por todas se tenga en cuenta su “calidad de vida” con programas de educación para la salud destinados a enseñar a la población a envejecer saludablemente, además de modificar las estructuras sociales y sanitarias precisas para abordar el reto del envejecimiento de la población.
Debate
Es este un debate necesario, a la vez que obligado en la sociedad en general y en nuestra profesión sanitaria en particular, porque una cosa es poder llegar a vivir muchos años y otra muy diferente el “cómo” vamos a vivirlos.
El siglo XX pasará a la historia, ya lo ha hecho en realidad, como el “siglo de la cantidad de vida” gracias a ese aumento espectacular en la esperanza de vida al nacer, mientras que el siglo XXI debería comenzar su andadura por la historia de la humanidad como el “siglo de la calidad de vida y de la calidad de muerte”, porque a la cantidad de años que vivamos hemos de añadirle calidad y porque la muerte es una etapa vital a la que todos, sin excepción estamos determinantemente abocados.
Es necesario, al menos a mi modesta opinión, debatir en torno a la “dignidad en la vida” y a la “dignidad en la muerte”.
Frases sobre Alzheimer
¿Estamos preparados?
Todos queremos llegar a vivir muchos años, pero en realidad ¿merecerá la pena llegar a los 100 ó 120, objetivos de la Gerontología moderna, con una calidad de vida menoscabada y sin la dignidad necesaria para ello?
¿Está preparada nuestra sociedad, la de los más jóvenes para convivir con una población de mayores y de muy mayores?
Y mientras tanto…
¿Qué le podemos o qué le debemos contestar a nuestro paciente cuando nos pregunte: ¿usted cree que merecerá la pena vivir tantos años?
Es ésta una pregunta “directa” y “cerrada” como nos dirían los expertos en comunicación, que no tiene una “respuesta correcta”, o al menos “políticamente correcta”, sino que necesita de una “respuesta adecuada” al tiempo que personalizada y abierta.
La ética de la vida y de la muerte
Es decir, no se puede contestar con un simple “sí” o “no”, porque encierra en sí misma la necesidad obligada a la reflexión en torno a la ética de la vida y de la muerte.
Imagino que esta pregunta no es nada sorprendente para muchos de mis colegas, tanto desde la enfermería como desde la medicina, porque como me ha ocurrido y seguro que me seguirá ocurriendo a mí mismo, es una de esas preguntas que con frecuencia nos hacen aquellas personas que con cierta edad, reciben del “modelo biomédico o biosanitario” las prohibiciones determinantes de tomar esto o aquello, de seguir haciendo esto o aquello, eso sí, con la noble intención de que puedan gozar de un mejor estado de salud “bio-psico-social” que en definitiva es el objetivo de cualquier profesional de la salud que se precie de serlo.
Contradicciones
La verdad es que no resulta nada fácil sobre todo cuando el paciente nos increpa diciendo que cuando era joven no podía tomar determinados alimentos porque no disponía de posibilidades económicas y ahora que con algún esfuerzo puede hacerlo, la medicina moderna y tradicional y a la cabeza de ella nosotros como sus representantes oficiales, sus profesionales de la enfermería y sus médicos le insistimos en que no es nada recomendable porque su colesterol, su glucemia o su tensión arterial pueden jugarle una mala pasada; antes no podían y ahora no deben hacerlo.
La verdad es que esta pregunta se hace todavía más difícil de contestar cuando estamos ante una enfermedad crónica, degenerativa e irreversible como el Alzheimer o el cáncer por poner sólo un par de ejemplos a los que todos, con seguridad, nos hemos tenido que enfrentar con frecuencia en nuestra vida profesional.
¿Merece realmente la pena alargar la vida, aumentar la cantidad de vida menospreciando la calidad de vida del paciente, de la persona que sufre la enfermedad?.
Seguro que con un adecuado entrenamiento en habilidades de la comunicación social, los profesionales sanitarios, además de sentirnos más cerca de nuestros pacientes y entenderles mejor, conseguiremos que ellos a su vez se sientan mucho más seguros a la hora de tomar la decisión que entiendan más oportuna.
El reto que siempre hemos buscado
De todos modos al final, lo cierto es que ese “reto” que el hombre ha buscado desde su existencia, de conseguir cada vez vivir más años, hoy, en pleno siglo XXI se está convirtiendo en un verdadero “handicap” para quién precisamente vive los años en los que debería gozar más de la vida, los años de su jubilación, que aunque muchas veces forzosa, no debemos olvidar que procede del vocablo latín. («iubilare» (gritar de alegría))
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