
Cuando hablamos de futuros dependientes, no nos referimos solo a una etapa de fragilidad, sino a una verdad que tarde o temprano nos alcanza a todos. Pensar en ese futuro cuesta, pero también nos conecta con lo que somos: seres humanos que sienten, recuerdan, aman y necesitan ser comprendidos. Esta carta nace desde ese lugar íntimo, donde el miedo se mezcla con la esperanza y donde aparece el deseo profundo de que, cuando llegue mi momento, quien cuide de mí entienda que sigo siendo yo.
Tras años cuidando a mi madre y viviendo de cerca el desgaste, el miedo, la impotencia y también el amor, me hago una pregunta que muchas veces evito: ¿qué será de mí en la vejez? El riesgo de depender de otros, de perder recuerdos, de perder tu identidad… es real. Por eso quiero dejar esta carta para quien, algún día, deba cuidar de mí. No como reclamo, sino como legado de dignidad, honestidad y humanidad.





