Aprendiendo a convivir
Por mi mente fluyen miles de sentimientos que tal vez no quisiera percibir, pero la realidad hace que día a día me tropiece con cosas que no acabo de entender: rabia, culpa, soledad, impotencia, fracaso, frustración… La crueldad de esa realidad es tan intensa que el primer impulso sería huir, abandonar todo. Te deprimes, lloras, estás destrozada, no entiendes por qué te tiene que estar ocurriendo a ti, esperas que sea un sueño del que te acabes despertando; sin embargo, te das cuenta de que no es un sueño, sino una pesadilla que poco a poco te va consumiendo ante su mirada perdida.




Esta enfermedad fastidia mucho, porque no te puedes comunicar bien con un familiar con el que siempre lo has hecho sin dificultad alguna. Yo, a mi abuela, la noto más apagada que antes pero la sigo queriendo igual porque, aunque no sea como antes, en el fondo sigue teniendo el mismo corazón de oro que ha tenido siempre.